Era una noche de verano de esas cálidas, donde la luna es la protagonista y el viento se encuentra ausente, un hombre se encontraba vacacionando en un pequeño pueblo que tenía salida al mar, leyendo un libro en el balcón de su casa, miró el océano y decidió dar un paseo por la orilla de la playa para tratar de calmar un poco el calor veraniego.
Luego de avanzar unos pocos metros por la orilla el ruido del mar lo había hipnotizado ignorando que un poco más adelante había una luz que brillaba y parecía flotar en el aire. El hombre al percatarse miró la luz fijamente y se sintió fuertemente atraído hacia ella.
Su mente le decía que se alejará, que fuera con precaución pero había una fuerza más allá de su control que lo impulsaba a seguir caminando, avanzando hacia la luz misteriosa. Al avanzar un poco la luz estaba más cerca y pudo distinguir en ella una especie de rostro, con rasgos femeninos que sonreían cálidamente.
El hombre estaba perplejo, no sabía que creer ni qué pensar, siempre había sido una persona lógica pero esto no lo podía explicar. En ese momento recordó un hecho que lo había marcado para siempre.
Hace años había caminado por esa misma playa pero en compañía de su prometida, una mujer alegre y vivaz, ella decidió tomar un pequeño baño en las oscuras aguas. Él no la siguió, tras descuidarse un momento la joven había desaparecido y nunca más volvió a verla. Nunca se lo pudo perdonar, la culpa lo seguía día a día.
Al volver de sus recuerdos y mirar de nuevo la luz, el hombre se percató que el rostro que allí veía era familiar, esos ojos que lo miraban eran los mismos de su inocente prometida desaparecida. Emocionado corrió tras la luz que avanzó en dirección al mar. El hombre sentía las olas contra su piel pero continúo hasta que ya no tocaba el fondo. Al darse cuenta luchó contra la corriente pero era demasiado tarde.
Miró la luz casi sin respirar y una mano tomó la suya fuertemente y al oído escucho: Bienvenido mi amor.
El hombre desapareció y nadie volvió a verlo jamás.