En el camino desde mí casa hasta el colegio, el cual recorría con mis tres amigas, se la pasaron consolandome, aconsejandome y pidieron una explicación por la cual estaba llorando desde que había salido de casa.
—Ayer llegue a mí casa y ví a mí mamá tirada en el sillón llorando—expliqué bajo la atenta mirada de ellas—Le pregunté que había pasado que estaba llorando, porque vieron como es mí mamá, más fría que la mierda.
—Sí—acotó la voz de la rubia.
—Bueno, me dijo que si me acordaba de Alberto, un hombre que era re amigo de ella y que me cuidaba cuando era chiquita con Nahuel—comenté con un hilo en la voz, todas las presentes asintieron pero además de eso la rubia pasó uno sus los brazos por mis hombros—Le dije que si y me después me soltó con que se había suicidado, lo habían encontrado colgado en el baño.
Nada más largar aquellas palabras las lágrimas volvieron a recorrer toda mí cara de una manera desenfrenada. Las chicas se acercaron a mí para hacer un abrazo grupal haciendo que el sollozo sea más elevado y constante.
Después de diez minutos más caminando llegamos hasta la secundaria, sentí casi todas las miradas puestas en mí, pero era de costumbre cuando ves a alguna persona llorar.
Nos encaminamos hasta nuestra aula pasando por el primer piso, y encontrandome a Nahuel que al parecer me estaba esperando.
—Vayan tranquilas, ahora las alcanzo—anuncié, estás asintieron y me di la vuelta para mirar al morocho.
—Me contó mí mamá ayer lo de...—empezó mí amigo, asentí despacio y el se acercó para pasar unos de sus brazos por mis hombros y me dio un sonoro beso en el cachete.
—Después hablamos Nahu, no me siento bien—respondí sacando su brazo de mis hombros e hice un intento de sonrisa que termino en una mueca.
—Dale, cualquier cosa escribime por WhatsApp—avisó dándome otro sonoro beso en la mejilla, asentí como respuesta y me dispuse a subir la otra planta que me quedaba.
El recorrido desde la primera a la segunda planta fue intenso, la gente no paraba de mirarme lo cual no los culpaba, tenía los ojos rojos y aguosos, bastantes ojeras por la falta de sueño, la jeta hinchada y los pelos como clavos.
Una vez llegué a mí aula, dejé mí mochila arriba de la mesa y me acerque hasta las chicas para hablar, estás me preguntaron por la conversación que tuve con Nahuel; como de costumbre y si me sentía un poco mejor por lo que sucedido con el amigo de mí mamá.
Zaira me hizo una seña para que mirase y me encontré con el cordobés estaba apoyado en la puerta mirándome. Con un semblante bastante confundido me acerque a él y no tardó en pasar sus brazos por mí cintura y escondió mí cara en su pecho.
—Me enteré—susurró y sentí un nudo en la garganta dándome a entender que en cualquier momento me iba a largar a llorar—Sabes que estoy acá para vos bebé.
Pero nunca estuviste Paulo...
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