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"Recuerdos teñidos de rojo carmesí"


Los candelabros alumbraban la gran mesa cubierta con un fino mantel de color vino tinto con detalles de dragones dorados.  Había un sinfín de comidas exquisitas organizadas sobre la mesa.

La familia real comía en silencio total, el alfa gobernador se encontraba en la silla principal.  La más cómoda y grande, por supuesto. Vestido siempre con telas elegantes y las mejores, dignas de todo un gobernador. 
A su lado comía tranquilamente su esposa, aquella mujer a la que parecía que los años no le hacía efecto. Algunas mujeres envidiosas decían que practican hechicería para mantenerse siempre joven.

Al extremo de la larga mesa se encontraba un alfa intimidante y dominante con expresión neutra,  su comida era masticada con tanta gracia como si eso hubiese aprendido también. Simplemente era el príncipe Jeon, parecía ser perfecto.  No tener inseguridades, no tener temor a nada. Cualquiera daría la vida por estar en su lugar, con esas facciones varoniles capaz de poner a sus pies a la doncella más bella.

—Se acerca la coronación, hijo mío—Habló la emperatriz acercando una deliciosa y jugosa uva a sus finos labios.

—Lo tengo presente, madre—Contestó su hijo con la copa de vino en su mano batiendo un poco el líquido.

—Toda la vida te hemos educado para esto, hijo—Empezó su padre—. Sabes cada uno de nuestros enemigos, también sabes como manejar alianzas con otros reinos, como sacar provecho de cada unión. Jungkook, hijo mío. Estamos muy orgullosos de ti, tu madre y yo hemos hecho de tí un gran gobernador y estoy seguro de que el Reino va a confiar ciegamente en su nuevo emperador.

Su padre no solía pronunciar palabras amorosas, tal vez eso fué algo que siempre le dejó un vacío en su corazón.  Pero al menos tenía la confianza de sus padres entre sus manos. 
Jungkook solo dió un leve asentimiento de cabeza con una sonrisa mínima.

—Gracias, padre.—Dijo con un tono más frío de lo intencional.

Se miraron a los ojos, como si nunca se hubieran visto.  Jungkook se dió cuenta de los años que habían pasado, el tiempo había pasado sin que se percatarse de ello.  Su padre conservaba casi intacta su juventud, pues lo único que revelaba su edad era su increíble sabiduría. Su físico seguía siendo atractivo, las arrugas eran casi imperceptibles y costaba bastante notarlas.

Aunque, mentiría si dijera que quería ser como su padre. Sería un engaño decir que eran iguales,  que ambos compartían la misma insensibilidad que tanto caracterizaba al emperador Hoseok.

Jungkook era un alfa intimidante, fuerte y dominante, sus ojos tan penetrantes parecían ver hasta lo más profundo del alma. Sus sentimientos parecían inexistentes.

Pero Jungkook a pesar de todo, jamás sería capaz de cometer actos tan crueles como los de su padre. En sus más personales pensamientos, en sus sentimientos más internos y ocultos. 
Sentía repulsión por su padre, sentía rencor e impotencia.

Apenas tenía catorce años de edad, frente a sus propios ojos se derramó la sangre de tantos omegas inocentes.  Desde el balcón real observó con sus propios ojos lo que ocurría fuera del Palacio, ¿como su padre había podido hacer eso?

Eran solo omegas, no tenían nada que pagar. Mientras la Luna se teñía rojiza, las vidas de gente buena habían terminado. Los gritos desgarradores podían escucharse, el doloroso llanto de las familias que presenciaban como sus seres queridos cerraban sus ojos en una cruel muerte.

Lo niños quedaban huérfanos, sus padres que se aferraban a sus hijos en un último abrazo. Los padres que tenían que ver a sus más preciados tesoros cerrar sus ojitos, las espadas arrebatando la felicidad de los habitantes.

¿Eso era querer lo mejor para el pueblo?

¿Eso era digno de un emperador justo?

Aquellas preguntas aún rondaban por su mente, no, no tenía justificación.  Se sintió tan impotente observándolo todo, con sus mejillas empapadas de lágrimas.  Era ajeno al dolor de su pueblo, pero lo sentía propio.

Deseó con todas sus fuerzas no ser un estúpido niño y poder correr a salvar al Reino del sufrimiento, pero frente a sus ojos todo se desmoronó.
Le costó tanto volver a asomarse al balcón y observar las calles tan vacías.
No había alegría, ahora sólo quedaba un triste reino lleno de soledad y dolorosos recuerdos de la masacre de la Luna de sangre.

Su madre, su madre había dejado de ser la figura llena de bondad y amor que de niño pensó. Se convirtió en una persona sin piedad ni remordimiento alguno.

Cuando observó al cocinero real desesperado por encontrar a su hija Omega, la imagen de una pequeña niña abrazando a una muñeca rota con su cuerpo bañado en color carmesí. Era tan solo una pequeña niña, sabía perfectamente que su madre había sido la autora de aquel acto descorazonado. Pero tuvo que callar.

Y hasta el día de hoy, aún sentía una profunda tristeza por aquello.







El Emperador 국민 ♣Kookmin♣Donde viven las historias. Descúbrelo ahora