Un plan maestro

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Peter y Perry le miraron con expectación.

—Vosotros dos os vais a esconder, calladitos, sin pelearos en la habitación del fondo y me vais a dejar manejar esta situación.

Perry abrió la boca sin hacer ningún sonido y negó con la cabeza frenético.

—¿Y eso en qué mundo es un buen plan?—Dijo Peter exasperado.

—No he dicho en ningún momento "Buen plan" solo plan, es distinto. Son matices.

—No vamos a dejarte solo con dos tios armados, podría salir muy mal.

—Oooo.... podría salir muy bien. En serio, esta falta de confianza está empezando a dolerme. Mi laboratorio explota casi a diario y yo estoy de una pieza...bueno de tres—mencionó dándose unos golpecitos en los brazos, provocando un sonido metálico— pero eso no tiene que ver con esto. No me extrañaría que a esas alturas me hubiese convertido ya en un ser inmortal.

Perry hizo una mueca, rememorando todas esas explosiones y accidentes en el edificio de Doofenshmitz, incluida aquella vez que una pelota gigante de papel de aluminio se lo había llevado por delante junto a toda la planta del ático. Era una realidad que Heinz tenía una resistencia bastante superior al de ser humano medio, casi tan alta como su capacidad para causar accidentes.

—Mirad, no quiero parecer un quejica, pero vosotros dos me habéis metido en medio de todo esto, lo mínimo que podéis hacer es dejarme colaborar para salir de este lío.

"Fantástico" pensó Perry "acaba de sacar la carta de la "culpabilidad"". Odiaba cuando Heinz tenía razón.

Miró a Peter y este asintió a regañadientes.

—Vale, pero ¿Qué les vas a decir cuando lleguen aquí? Tienes que prepararte, sonar creíble. Este edificio es enorme tardarán al menos media hora en llegar a esta planta.

—Pues no te creas— el telefonillo sonó de forma violenta, haciendo que Peter abriera los ojos como platos —no tengo vecinos.

Perry arqueó una ceja, también nervioso.

—A veces le alquilo el apartamento de la primera planta a la señora Thompson cuando viene a ver a sus nietos, me recuerda a mi tatarabuela...ah, ya. El caso es que con la propensión que tengo a causar explosiones no me parecía de sentido común alquilar los otros apartamentos, alguien podría salir herido. Soy malvado, pero no un terrorista. El caso es que cuando no hay más inquilinos mantengo los otros telefonillos desconectados, el mío es el único que funciona ahora mismo.

El telefonillo volvió a sonar dando énfasis a sus palabras y Heinz se encaminó hacia a él, agitando las manos, como el que hace calentamientos. Perry fue tras él para mirar la imagen difusa de la pantalla.

Pudo distinguir a los dos hombres de la cafetería y se lo confirmó con un gesto.

Doofenshmirtz carraspeó como si se preparase para cantar y descolgó el aparato.

—¿Hola?

—Hola, buenos días. Somos la policía, nos gustaría hablar con usted un momento, abra por favor.

El más alto habló mientras el regordete enseñaba una placa falsa a la cámara, si Perry no les hubiese escuchado antes en la cafetería seguramente habría pensado que venían a por el.

El científico sostuvo el teléfono con el hombro y se giró hacia una caja pegada a la pared, los plomos. Abrió la caja y surco con la mirada los botones.

—Aah, claro, por supuesto. Un momento.

Puso cara de concentración y pulsó un par de botones, para acabar sacó unos alicates diminutos del bolsillo de su bata y corto uno de los tres cables.

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