Vivir.
Lee Felix aprendió a vivir, a pesar de las dificultades por las que pasó a lo largo de su vida. Luchar se convirtió en la mejor forma de salir adelante en aquel mundo lleno de injusticias.
Las memorias de un pasado perturbador parecían demasi...
"No hay mayor agonía que llevar una historia no contada dentro de ti."
Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado de Maya Angelou.
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Era de noche y la brisa era gélida. Las ramas de los árboles se balanceaban de un lado a otro mientras la luna brillaba y las estrellas la acompañaban. Pero su luz no era de mayor ayuda en ese momento. El lugar parecía tétrico, erizando la piel del joven que caminaba con rapidez directo a su casa. Salió demasiado tarde de la biblioteca de la ciudad, cometiendo el error de dormirse en plena lectura y no haber cargado su teléfono, lo suficiente como para poder llamar a sus padres y que vinieran a recogerlo. Bastante conveniente.
Ahora se encontraba en plena vereda, demasiado nervioso y temblando por el frío. Sus brazos abrazaban su cuerpo, refugiándose en el calor que generaba el abrigo de lana que llevaba puesto. Las hebras de su oscuro cabello danzaban de un lado a otro, gracias a la poderosa brisa de la temporada. El joven dio una exhalación, notando el vaho saliendo de su boca y preocupándose demasiado por el ambiente que lo rodeaba. Estaba solo e indefenso, una presa fácil para los depredadores que se refugiaban en la noche y atacaban a sus víctimas sin condescendencia alguna.
Sus padres se lo advirtieron. Él tenía que andar con cuidado en un mundo donde la malicia estaba en la cúspide y donde cualquiera podía caer en plena batalla. La benevolencia del mundo desaparecía día tras día y solo quedaba confiar en la familia que estaba allí para guiar por el buen camino y ayudar en todo. Aunque no todas las familias fueran igual y se comportaran cual cuchillo con doble filo.
Un nuevo escalofrío recorrió su cuerpo y quiso sollozar cual bebé cuando se sintió observado. Su instinto y supervivencia se activaron al instante, sus sentidos llenándose de alarma y buscando a quien sea que estuviera siguiéndole y viéndolo tan malditamente mal, como un ser trastornado lleno de maldad. Él estaba solo y desamparado, no había luz alguna que le diera paz y, lo peor de todo, estaba bastante lejos de su casa. ¿Cómo iba a salirse de esa cuando estaba a punto de tener un ataque de pánico?
Sin detenerse a mirar a su alrededor, siguió caminando con mayor rapidez, concentrándose en encontrar un lugar que le diera hospitalidad y pudiera llamar a sus padres para que fueran por él y lo protegieran de todo el mal que acechaba en el mundo. Era hijo único, la adoración de sus padres y él los amaba tanto que se sentía jodidamente mal por hacerlos preocupar y por desaparecer sin dejar rastro si llegaban a raptarlo.
El joven no estaba preparado para semejante peligro. Lamentó, entonces, no haber escuchado las recomendaciones de sus padres y rogó por una pronta salida, prometiendo que iba a ser un mejor hijo si llegaba a salir de esa. El próximo pueblo estaba a unos cuantos kilómetros de donde estaba, pero sus piernas no daban abasto y la quemazón en sus pulmones le dejó saber que estaba demasiado cansado como para seguir. Pero su terquedad se mantuvo intacta y sobrevivir se convirtió en algo primordial cuando escuchó pisadas tras él. Pisadas fuertes que rompían las ramas y las hojas secas. Pisadas que aceleraron su corazón y lo hicieron llorar.
