C A P í T U L O 25

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Si bien era ya tarde, rondaban las 02:30.

El hombre seguía tirado en la cama desde el momento en el que se había tirado por primera vez por la mañana en aquel hostal a las afueras de la ciudad.
Su móvil vibraba de vez en cuando, pero él no lo miró ni una sola vez. Se sentía realmente mal. Pero ya no podía hacer nada. Se había ido.

No pensaba volver en un tiempo. Tampoco mucho, tenía ahí su vida entera. Trabajo, amigos y una persona que le esperaba. Pero esa persona... Se sentía tan mal cuando le miraba, se sentía tan culpable. No quería hacerle daño. Solo mirarlo le dolía. No podía estar con él o su culpabilidad aumentaría al punto de hacerle irse.

Él sentía que se aprovechaba, que le hacía daño. Pero no era así. Solo estaba demasiado agradecido. Lo tenía en su mente como a un dios. Tenía tanto miedo que simplemente evitaba estar con él.

Lo había decidido; lo intentaría. Aunque quisiera arrancarse la piel por la culpabilidad, o matarse incluso. Pero quería intentarlo. No por él. Por esa persona. Le había insistido ya mucho, y llegó a pensar que le hacía más daño evadiéndose a él que estando con él.

Lo intentaría.

Lo has conseguido.

Rápidamente se levantó de la cama y se calzó. Pagó la estancia y se subió a su coche, que arrancó de inmediato. Dos horas más tarde ya se encontraba de nuevo en la ciudad.

Así que con prisa se acercó al hospital Flevance y subió las escaleras. Estaba a punto de llegar a la habitación de Marco cuando una doctora muy mayor se acercó a él.

-Ya se ha acabado la hora de visitas. -Parece una pasa.

-Tengo que hacer una cosa urgente.

-Lo siento, tendrás que venir mañana.

-¡Que no! ¡Marco! ¡Marco! -le llamó. El chico, al escuchar eso, agarró las muletas con las que llevaba toda la tarde practicando y muy lentamente se acercó a la puerta.

-¡Lárgate, mocoso! -le gritó la doctora. El chico asomó su extraña cabellera rubia por la puerta y miró con curiosidad. Vio a Doctorine empujando con ayuda de dos enfermeros a su amigo mientras él intentaba alcanzarlo. A Marco se le escapó una sonrisa al ver como el amor de su vida se esforzaba tanto por él. A Thatch se le contagió su sonrisa y rió.

-¿De qué te ríes, idiota? -exclamó abriendo los brazos divertido.

-Vienes por mí.

-Sí. Lo has conseguido, Marco. -dijo negando con una enorme sonrisa.

-¿En serio?

-Ajá. Lo has conseguido. -repitió.

-¡Joder! -exclamó él sonriendo ampliamente. Soltó las muletas y se acercó lo más rápido posible a él. Apartó de un empujón a los médicos y agarró las mejillas de Thatch. Le dolía la cara de sonreír. Juntó sus labios con ganas. Un par de pacientes aplaudieron, otros les miraron con odio. Entre ellos los doctores por corromper su autoridad, pero bueno. Ellos sí lo disfrutaban. Sonreían sin parar mientras se besaban y de vez en cuando reían. El aliento de Thatch golpeaba a cara de Marco, y lejos de asquearle le encantaba.

Cuando se separaron por falta de aire se miraron agitados y sonrojados.

-Entonces... ¿lo he conseguido? ¿Me quieres?

-Siempre te he querido. Ahora solo he dado el paso. -dijo él metiendo sus manos en los bolsillos. Marco no podía dejar de sonreír.

Estaban a punto de volver a besarse, pero entonces escucharon una voz bastante conocida para el rubio.

Al rojo vivo [KidLaw]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora