C A P í T U L O 11

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Las flores, regadas por la tristeza que emitían sus ojos, parecían cambiar de forma. Una vez las mirabas, transformaban, se teñían de un bonito color (exactamente igual al anterior) ahora combinado con dolor que le daban las lágrimas. Esta vez el clima no acompañaba; el cielo era azul oscuro, pues aún no acababa de amanecer y no había lluvia que camuflara su nostalgia. Simplemente un cielo azul a veces tapado por blancas nubes. Él estaba sentado entre tantas flores que cambiaban a su voluntad a través de la capa de agua.

Miraba hacia abajo, pues su cabeza agachada manchaba su imagen de indiferencia y seriedad. Sostenía una pequeña botella de aproximadamente diez centímetros, que de vez en cuando compartía con quien tenía delante. Este, agradecido, recibía pero no contestaba; no podía.

-Está todo bien. Estoy mejorando, te lo prometo -recordó lo que ese sujeto solía decirle y sonrió-. Mira, ahora no está tan despeinado. Conocí a un chico hace bastante tiempo. Ha tenido un accidente, y ahora ha perdido la memoria. - Entonces su sonrisa se borró. Había estado a punto de dejar de llorar, pero cuando esos brazos tocaron sus hombros, se dobló hacia adelante y gimió por la pena. Ahora sus lágrimas caían solas, sin vergüenza. Esta vez inundaban las flores en vez de teñirlas. Él solía aborrecerlas, pero ahora se sentía reconfortado. - Todo estará bien. -roció lo que quedaba de la bebida en el suelo y bostezó. -Solo es temprano, duermo bien. -eso último lo dijo más para quien tenía detrás que delante. - Aún no se ha quebrado. Mi corazón. Corazón.

Un poco por encima de ese espacio húmedo de suelo, una piedra tallada con unas cuantas palabras y una fecha. Flores secas por el tiempo hacían compañía a las nuevas, blancas y rosas. Y delante, un esmirriado chico que agarraba su estómago, al que tocaba un fogoso hombre corpulento. Ninguno de los tres decía nada. Él hombre estaba seguro de que el ya fallecido no escuchaba nada de lo que su amigo decía, pero no se atrevió a decir nada. El muchacho había empezado a tener esa esperanza hace pocos años.

-Me has seguido. Me estás viendo llorar, imbécil. -susurró al que tenía detrás. No recibió respuesta. Solo notó una pequeña gota caer en su hombro para darse cuenta de que no solo él estaba ahí, y no solo él sufría.

Muchos recuerdos inundaron su mente y en un arrebato de rabia e impotencia estrelló la botella contra la lápida. Las seguras y grandes manos se apartaron con rapidez. Un cristal se clavó en las pálidas muñecas y comenzó a sangrar.

-O-Oye...

-Estúpido, ¿crees que esto a estas alturas me iba a doler?- levantó el brazo y observó la herida, terminando por chuparla.

-Volvamos a casa.

-Ésta es mi casa.

-No. Esto es un cementerio. Tu casa es más pequeña. Es acogedora. -una ráfaga helada les hizo temblar. - Es más caliente.

-No siento el frío.

-Todos los humanos lo sentimos.

-Yo no soy humano.

-Claro que lo eres.

-Hacía años que no venía. Mi Corazón estará enfadado.

-Tú decides si tu corazón está enfadado o no.

-No. Él es mi Corazón.

-Entonces haz caso a tu mente y abandona tu corazón.

-No puedo, mi mente no me deja hacer caso a lo que quiero.

-Abandonala también. -el esmirriado se levantó en silencio, sin quitar la vista de la sangrienta tumba.

-Te quedará cicatriz -musitó hablándole a su Corazón. Y se fue.

Al rojo vivo [KidLaw]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora