Capítulo 2

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El fin de semana me pasó demasiado rápido para mi gusto. Trabajaba en la biblioteca, no cobraba, era voluntaria. Simplemente me dedicaba a recoger los libros y a ordenarlos, lo bueno era que tenía acceso los domingos. Me pasaba los fines de semana allí leyendo libros olvidados por las estanterías.

En mi casa no se preocupaban mucho por si estaba o no, mi madre está muerta y mi padre anda borracho por ahí todo el día. Yo sólo voy para pasar la noche. Tengo dos hermanos, uno pequeño y otro más grande que yo. Vic, el mayor, se pasa los días –al igual que yo– fuera de casa haciendo sus cosas. Casi nunca lo veo, algunas veces coincidimos en casa pero él ya no viene ni a dormir, siempre se queda en casa de algún amigo o de la novia de esa semana. Él cambió mucho cuando mamá murió. Antes era aplicado y sacaba buenas notas. En general era un buen chico pero cuando mamá murió y papá empezó a venir borracho todos los días a casa se perdió. Hubo una época en la que se refugió en las drogas, eso fue al principio pero como vio que no estaba llegando a ninguna parte, que el dolor seguía allí las dejó, o eso me dijo. 

Jeremy vive con mi abuela, ella lo cuida bien y se preocupa por él.  Alguna vez, la abuela, me ha propuesto que me vaya a vivir con ella pero no he podido porque, aunque me moleste mucho admitirlo, alguien tiene que cuidar de papá. Yo me encargo de eso, es mi única función. Cada día cuando llego por la noche me aseguro de que esté  en su cama y si no lo está lo despierto y le preguntó si ha cenado. La mayoría de las noches no cena hasta que llego yo –a causa de eso tengo un gran talento culinario– entonces le preparo la cena le digo que se tome una ducha y que después se vaya a dormir.

Así que me levanté el lunes, me duché y me fui directa a la escuela sin desayunar porque me había dormido. Cuando llegué todo seguía igual, la misma gente, las mismas aulas, los mismos profesores. En el instituto era como si el tiempo no pasase, era como si las horas se congelasen.

Entré en clase. Me sorprendí de que, por mucho que me hubiera dormido y hubiese ido corriendo al instituto, dentro de la clase sólo estaba Elías.

–Buenos días–me dijo cuando entré.

–Buenos días–respondí y me senté rápidamente en mi silla.

No me llevaba muy bien con nadie de la clase. Se podría llegar a decir que soy bastante introvertida y eso hace que la gente piense que soy antisocial. Hablo con pocas personas de la clase, creo que si los cuento son tres: Marta, Julián y Jose.

 Marta es muy sociable, se lleva bien con todo el mundo y como el año pasado estábamos en la misma optativa nos tocó hacer muchos trabajos juntas y de allí que empezamos a hablar. Julián es raro –como yo, por qué negarlo– es muy pero que muy "friki". Le encanta "El señor de los anillos" y "El hobbit", me ha contado que está aprendiendo a hablar élfico por internet. Es muy agradable aunque muchos se meten con él, pero a mí me gusta conversar con él porque me he leído un millón de veces "El señor de los anillos" y "El hobbit" y la verdad es que también soy bastante fan. Jose, en cambio, es un chico de lo más normal, no destaca en la clase, es simplemente normal. Juega al fútbol, hace los deberes, charla cuando tiene que charlar y es uno más de la multitud de gente que recorre los pasillos del instituto cinco días a la semana. Se puede hablar con él con tranquilidad porque es un buen chico y nunca te juzga. Pero ellos sólo son compañeros, no amigos.

Cuando todos estaban ya sentados en sus sillas y ya habían sacado el libro y los apuntes la profesora Fernández empezó con su apreciada clase de geografía. Intenté hacer un esfuerzo para no sacar el libro pero a la mitad de la clase lo tuve que hacer porque si no me dormiría. Me perdí en la lectura rápidamente.

La clase terminó y ahora me esperaba una larga hora de matemáticas. Lo primero que hizo el profesor García al entrar fue dejar caer en mi mesa un dossier de cincuenta páginas. Al verlo encima de mi mesa, justo delante de mis narices, me quedé atónita.

–¿Qué es esto?–titubeé–. ¿Se supone que tengo que hacerlo?

–Sí. A partir de ahora no te aburrirás más en mis clases porque a final de semana me tendrás que entregar un dossier como este que te daré yo los lunes–me dijo sonriendo.

Me quedé callada. ¿Qué les pasaba a los profesores este año conmigo? Desde que empecé la secundaria leo en clase y nunca se habían puesto así.

Me puse a ojear el dossier. Eran  cincuenta páginas en las cuales debajo de los enunciados no había un espacio para realizar las operaciones. Me puse a hacerlo porque no pensaba dedicar ni un minuto de mi tiempo fuera de clase en aquella estupidez pero el profesor me interrumpió.

–En clase debes estar atenta a la explicación no al dossier–dijo.

Dejé el bolígrafo en el estuche e hice ver que prestaba atención pero cuando no miraba aprovechaba para hacer el dossier.

Una página. Eso es lo que logré hacer en toda la hora... y pensar que tenía que entregarlo a final de semana. Dejé de pensar en eso porque ahora me tocaba la primera clase de optativa.

Como había supuesto la clase estaba llena de los PI que los profesores no querían aguantar en sus clases excepto por Elías. También había otro chico de la otra clase, tenía una figura atlética y era alto–me sacaría una cabeza–, sus ojos eran oscuros como el café y el pelo era del mismo tono aunque quizás un poco más claro; era un año más grande que yo, sacaba muy buenas notas pero en primero de la ESO se dedicó a hacer el idiota y repitió, eso era lo único que sabía de él.

Me senté en la última fila sola pero entonces Elías y el chico de la otra clase vinieron y se sentaron en los pupitres del lado.

–Tú tampoco escogiste esta optativa, ¿verdad?–me dijo Elías.

–No, ya sabía que aquí meterían a todos los PI–respondí.

–Ya, como nosotros.

La profesora Santamaría entró justo entonces. Fue delante dela pizarra y nos contó, como si fuéramos niños de dos años, lo bien que nos lo pasaríamos en sus clases. Al acabar de presentarse delante de los alumnos nuevos, repartió una ficha de lo más simple. La guardé en la carpeta y saqué el dossier de matemáticas para ir avanzando faena. Mientras hacía el dossier escuchaba a los demás hablar, a mí me cuesta tanto mantener una conversación más de cinco minutos que me resulta extraño que las otras personas puedan hablar durante horas y horas sin parar aunque tengan que recurrir a un tema absolutamente absurdo. Oía a Elías hablar con el otro chico. Conversaban casi en susurros al contrario que los demás alumnos que no se molestaban en bajar el tono de voz. Desvié mi mirada de la hoja hacia el chico de la otra clase, él me estaba mirando pero cuando vio que yo lo miraba desvió su mirada rápidamente.

La gente cree que no sé cuándo hablan de mí, pero la verdad es que la mayoría de las veces me acabo enterando, esa estúpida miradita de vigilancia que hacen mientras hablan de ti es absolutamente delatadora. Después está eso de pasar por su lado en el pasillo y que cambien de tema cuando pasas por el lado. Es patético. No  entiendo porque la gente tiene que hablar de mí, no soy más que una donnadie.

Dejé de prestar atención en eso y me volví a centrar en el dossier. Cuando solo faltaban diez minutos para acabar la clase la profesora Santamaría se acercó a mi mesa y me dijo:

–Supongo que en esta clase te vas a aburrir bastante por eso he decidido que no hace falta que me entregues las fichas; si lees un libro y me haces un resumen de cada capítulo y no molestas en clase te pondré el diez.

–Gracias–le dije.

¡Por fin un profe que era bueno! Pero cuando la profesora se alejó noté que pasaba algo malo: cuando me había hablado tenía un color amarillento y se sujetaba el brazo con fuerza.

–¿Se encuentra bien?–le pregunté.

–Estoy bien–respondió dedicándome una sonrisa al mismo tiempo que caía al suelo.

Toda la clase se quedó en silencio impactada por lo que acababa de pasar.

–¿Pero que hacéis quietos? ¡Llamad a una ambulancia, idiotas!–dije.



Entre el té y sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora