Capítulo 11

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El noviembre había pasado como un viejo amigo que viene a tu casa y no se quiere ir. El calor ya nos había abandonado por completo e ir a clase a las ocho de la mañana se había vuelto una pesadilla. Ya  había pasado completamente a mi vestuario de invierno el cual incluía bufandas, gorros y guantes de lana que me había hecho mi abuela. A pesar de que se me congelaban las manos cuando leía, los tés estaban más sabrosos con esa temperatura, no había nada mejor que una tarde lluviosa con un té caliente y la compañía de un buen libro. Bueno… quizá sí.

Una tarde con Guillem tampoco era mal plan, sin duda alguna si tenía que decidir entre una tarde con él o una con un libro y un té me quedaba con él.  Junto a Guillem el tiempo cambiaba, era como si estuviésemos en otro mundo, un mundo abstracto y propio.

Durante el noviembre había quedado más veces con Helena. Tenía problemas con el tema que estábamos dando de literatura y me ofrecí para ayudarla. Al final consiguió aprobar la asignatura. También habíamos salido con una pandilla más grande algún día para ir a cenar pizzas o ir al cine.

A medianos de diciembre empezaron las primeras vacaciones del curso. Las notas no me habían ido mal, había conseguido aprobar mates con un cinco y las demás iban desde excelentes a notables. No había notado la presencia de mi padre en todo el mes. De vez en cuando lo veía por casa pero normalmente se ausentaba o me ignoraba por completo.

Me desperté sin horario alguno. Desayuné y me fui a duchar con agua muy caliente. Se estaba tan bien debajo de las mantas de mi cama que durante las vacaciones solía despertarme a las doce del mediodía o a las once. Después de ducharme fui a mi habitación a preparar la maleta para irme a casa de la abuela para pasar allí las fiestas de Navidad. Tenía pensado volver el día siete de enero, justo antes de comenzar otra vez el instituto y justo después del día de los reyes magos.

Hacía un día soleado y la maleta ya estaba casi llena así que pensé en llamar a Guillem para ir a dar una vuelta y vernos una última vez antes de que se acabara el año. Cuando ya había cerrado por completo la maleta llamé a Guillem. Al principio contestó su madre. Me preguntó qué tal estaba y que qué haría durante las vacaciones. Cuando acabamos de hablar Guillem se puso al teléfono.

Quedamos a las cinco en el mismo bar de siempre. El mismo bar del correfoc. El mismo lugar donde siempre encontrábamos los mismos sentimientos pero diferentes velas. Pedí mi típica infusión y Guillem un café, solo había pedido una infusión el día de su cumpleaños y desde entonces nunca más.

-¿Cuándo te vas?- me preguntó.

-Seguramente mañana mi abuela me vendrá a buscar-le dije.

-¿Por qué no te vienes con mi familia a pasar noche vieja en una casa que tenemos en el pirineo?-dijo- Seguro que a mis padres no les importa.

-Eso sería genial… Pero, ¿estás seguro de que te dejarán? No quiero molestaros, al fin y al cabo hace mucho que no ves a tu hermano grande e irá justamente para noche vieja.

-No te preocupes ya verás como sí que me dejan; aparte, ya vi a mi hermano durante trece años seguidos. No molestarás. Será genial tenerte.

-Entonces tendré que decirle a mi abuela que estoy saliendo con alguien desde hace tres meses y que me voy a pasar noche vieja con él- me reí.- Espero que se lo tome bien.

-¿Aún no se lo has dicho a nadie?-preguntó Guillem indignado.

-No quiero que mi padre lo sepa. Tampoco hace falta que lo sepa. Es una mala persona e intento darle los mínimos datos de mi vida posibles. En cambio a mi abuela quise decírselo pero… Al final no tuve ocasión. Pensaba decírselo mañana-ya le había contado a Guillem todo sobre mi padre, él sabía cómo me trataba y lo despreciaba tanto como yo.

-No hay nadie como tú, eh- dijo él burlándose.

-Cállate- dije riéndome.

A las siete fuimos a su casa. Se había comprado un juego nuevo para la consola y decía que quería jugar conmigo. Cuando entramos me quedé sola en la habitación ya que él fue a preguntarles a sus padres lo de noche vieja.

Su habitación era bonita y grande. Una pared estaba pintada de color naranja suave y las demás eran blancas. Tenía una estantería pequeña al lado de la cama con unos cinco libros y al lado una gran mesa con un ordenador.  En la pared opuesta, delante de una televisión panorámica colgada en la pared, había un sofá pequeñito rojo y una mesita con una consola sobre de ella.

Me esperé allí bastante tiempo, mientras esperaba que él volviera me entretuve mirando los pósters de diversos grupos que tenía colgados en la pared.

Cuando entró en la habitación se me tiró encima.

-¡Sí que me dejan!- exclamó.

-¡Genial!

Guillem puso el videojuego, este consistía en ir matando zombis –lo cual se me daba fatal y me mataban a mí cada dos segundos- y salvar a ciudadanos que estaban en peligro.

-He visto que tienes unos cuantos libros- le dije a Guillem mientras trataba de clavarle un hacha a un zombi en la cabeza.

-Son mis privilegiados. Ya te lo dije, tengo unos gustos muy exquisitos para la lectura y solo esos cinco han conseguido estar en la estantería–dijo mientras me salvaba la vida matando a un zombi que estaba a punto de acabar conmigo.

-Así que estar en tu estantería es como todo un honor, ¿no?-dije.- Algún día escribiré un libro merecedor de estar en ella.

-Ya lo has hecho.

Miré la estantería, y en el extremo derecho pude observar la libreta ilustrada que le regalé para su cumpleaños.

-Es el que más merece estar allí-dijo él.

Me desconcentré mirando la estantería y un zombi me comió el cerebro.

-Eres malísima- dijo riéndose.

-Y tú un idiota-dije girándome hacia él.

-Tú me vuelves idiota.

-No, creo que ya lo eras antes de salir conmigo.

-¿A sí? Pues ahora verás quien parece más idiota-dijo soltando el mando de la consola y empezando a hacerme cosquillas.

Odiaba las cosquillas. Es eso que no puedes parar de reír pero en realidad deseas llorar y matar al que te las está haciendo. Empecé a moverme como una loca intentando huir de él. Acabé cayéndome al suelo y aun así él seguía haciéndome cosquillas.

-¡Basta! Por favor-grité-lo admito no eres idiota-entonces paró-bueno, solo algunas veces- y una vez dije eso se puso otra vez a hacerme cosquillas.-Era broma-acabé diciendo para parar aquel infierno.

No sabía cómo había llegado hasta ahí pero me encontraba en el suelo y detrás del sofá. Guillem estaba encima de mí. Todavía me dolía el estómago de reír.  Me había despeinado muchísimo y Guillem apartó un mechón de mi cara. Con su pulgar rozó la comisura de mi labio y me miró directamente a los ojos.

Cuando lo hacía era algo muy extraño, miles de cosas se removían en mi interior y todo se centraba en aquel color café tan hipnotizante. Mientras lo miraba no existía nada más en el mundo. Solo él y sus ojos, su piel y su aroma.

Puse mi mano sobre su mejilla y lo acerqué a mí. Nuestras caras se encontraban a unos centímetros de distancia, podía notar como el aire salía de sus pulmones, veía el pestañeo de sus ojos y como se mordía el labio. Se acercó a mí lentamente y nos empezamos a besar, aunque esta vez algo era diferente, no nos queríamos conformar con tan solo eso, los dos queríamos más. Él, sin darse cuenta, empezó a levantarme la camiseta pero tuve que detenerlo. Sus padres estaban en casa y no era el momento adecuado.

-Ya es tarde-susurré a pocos centímetros de sus labios.

-Lo sé-dijo él todavía recuperando el aliento.

-¡Guillem dentro de diez minutos iremos a cenar!-gritó su madre desde la cocina, que estaba en el piso de abajo.

“Salvada por la campana” pensé, aunque… ¿De verdad quería ser salvada?

Entre el té y sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora