Capítulo 19

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La vida se aburre, y mucho. Al destino le pasa lo mismo y las personas, cómo no, somos su juguete favorito.

La vida me puso un caramelo en la boca, dejó que probara su sabor único y me lo quitó junto a una bofetada. Supongo que debe ser divertido si eres tú el que quita el caramelo. Pero si eres el que se queda sin caramelo no hace gracia, es solo otra broma de mal gusto de la vida. Nunca volvería estar atrapada entre el té y sus ojos.

No quería verlo pero a la vez no quería perderlo. Eran solo kilómetros, sí, y un océano entre nosotros lo que habría.

El sol se estrelló contra mi cara restregándome su dolorosa alegría ¿dónde había ido la mía? Hacía dos días que no iba al instituto y no tenía pensado hacerlo hasta que fuera junio. Haría los exámenes finales y acabaría con toda esta locura de una vez.

El teléfono había sonado muchas veces durante aquellos dos días pero no lo había cogido ni una vez. No me apetecía hablar con nadie. Tenía abasto para cuatro días así que no pensaba abrir la puerta de la entrada ni quitarle la cadena. Quería estar sola con la única compañía de mi soledad. Y así lo hice durante cuatro días.

El lunes me levanté a la hora que quise y fui al instituto. Quería hablar con él por última vez antes de que se fuera. Entré en clase. Todo el mundo me miró y murmuro en voz baja. Me senté en mi pupitre y abrí el libro.

-Haces mala cara, ¿estás bien?-preguntó Elías; el cual estaba sentado detrás de mí.

Me reí.

-Sí-mentí. Siempre la misma mentira. Una mentira que te iba destruyendo por dentro.

Las clases pasaron lentamente. Hasta que tocó optativa. Me senté a su lado, aunque dolía. Me cogió la mano por debajo de la mesa. Eso dolía más.

-Lo siento-dijo en voz baja. La voz se le rompió.

Algo se precipitó en mis ojos. Todavía no me lo creía, estaba llorando. Agaché la cabeza, no podía hacerlo ahí en medio, no delante de todo el mundo.

-¿Puedo ir al baño?-le pregunté al profesor intentando sonar normal.

Me encerré en el lavabo ¿como podía sentir algo tan atroz dentro de mí y seguir respirando? Me abracé la barriga y caí al suelo.

No quería volver a estar sola, no quería que mis libros volviesen a ser todo lo que me quedaba, no quería vivir sin sentir nada otra vez. Me daba miedo que eso sucediera cuando él ya no estuviera. Vale, existían el skype y otros programas de mensajería en línea que me permitirían hablar con él, pero ninguno de ellos era capaz de transmitir su calor, me alejaría de su aroma y de su suave tacto. ¿Dónde irían todas las sonrisas que me dedicaba cada mañana? ¿Qué sería lo que me haría querer levantarme e ir al instituto otra vez?

Me miré al espejo. Tenía los ojos rojos de llorar y parecía mucho más pálida que de costumbre. Me lavé la cara y me tranquilicé un poco antes de salir, aunque seguía igual. Había tenido mucha felicidad de golpe era normal que ahora se fuera. La vida te da la felicidad a raciones y si te da una muy grande esta será breve.

Cuando se acabaron las clases lo esperé en la salida. Caminamos juntos sin decir nada. Ninguno de los dos sabía por donde empezar. Acabamos yendo al bosque donde habíamos pasado tantas tardes.

Era irónico que el paisaje sonriera como si fuera el mejor día del mundo, el sol, el cielo con un azul descarado y egoísta, los árboles verdes rebosantes de vitalidad... Eché de menos aquellas tardes grises de octubre en las que lo único que nos importaba era estar el uno junto al otro tumbados encima de un colchón de hojas secas.

-Hacía tiempo que quería decírtelo-empezó.-No fui capaz. Mis padres hicieron una entrevista de trabajo para la universidad de Boston en navidad, creyeron que no se lo darían, pues es una universidad muy importante y pensaban que encontrarían a otros profesores. Pero no fue así. La noticia llegó hace unas semanas pero no me lo creía, no quería aceptar que tendría que irme. Así que busqué mil formas de decírtelo pero ninguna me parecía la adecuada. Y al final te lo dijo mi madre pensando que ya lo sabías.

Tragué saliva para intentar deshacer el nudo que me oprimía el estómago.

-¿Cuándo te vas?-murmuré.

-El 23 de junio.

-¿Durante la verbena de San Juan?¿Eso no es peligroso para los aviones?

-¿De verdad te preocupas por eso?-se rió; su sonrisa ya no era la misma, tenía un tono amargo.-El avión sale a las doce de la noche, pero no te preocupes, es completamente seguro. Los cohetes no llegan a la altura de los aviones.

-¿Volveré a verte?-pregunté; miré al suelo, donde habían estado las hojas ahora no había más que hierba verde.

No respondió, se quedó en silencio mirando el cielo.

-¿No puedes decirme ni eso?-la sangre me empezó a hervir en las venas.-¿No eres capaz ni de responder a eso?-grité.-¡Siempre igual! La misma mierda de siempre, joder. ¿Por qué todos os vais? ¿Es qué no puedo ser nunca feliz?-estaba dejando ir toda mi rabia. No la sentía por Guillem, la sentía por la vida aunque pareció que se lo decía a él.- No puedo seguir viéndote. No puedo, lo siento. Me estoy ahogando y si te quedas cerca solo conseguirás acabar mojado-me marché del lugar.

Al levantarme Guillem me cogió el brazo e intentó detenerme pero me solté.

-Iris, espera por favor-suplicó.

Ya había tomado una decisión, tenía que aceptar las consecuencias, ya no podía volver a sentarme allí.

Entre el té y sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora