Suave como una cálida brisa primaveral. Cálida como una sonrisa dedicada tras un mal día. Me desperté con la cabeza apoyada en el pecho de Guillem. La luz matinal entraba descaradamente por la ventana anunciando un sol radiante. Su piel era suave y cálida. No necesitaba más, estar entre sus brazos era más de lo que nunca había imaginado que podía haber llegado a tener. Me encantaba su respiración calmada y pacífica, el contacto de su piel con la mía, el roce de nuestros cuerpos.
Cerré los ojos y deseé parar el tiempo como una niña pequeña que todavía cree en la magia. Y bien mirado, en realidad, todo aquello era como magia. Eran sucesos inexplicables, emociones surgidas de un pequeño detalle, un raro sentimiento que oprimía mi pecho y unas ganas inmundas de no separarme de él que me hacían creer que en realidad la magia si que existe y que cada uno tiene que encontrar su manera de crearla.
Guillem se movió pero seguí sin abrir los ojos. Al cabo de poco me volví a dormir.
Noté un delicado movimiento en la cabeza. Abrí los ojos.
-Buenos días, pequeña-dijo Guillem cuando vio que abrí los ojos.
-Buenos dí...-bostecé. Todavía tenía sueño.
Guillem se rió.
-¿Cómo has dormido?-preguntó acariciándome el pelo. Estaba tan guapo recién despertado, el pelo estaba despeinado y los ojos le brillaban de una manera especial.
-Mejor que nunca.
-Yo he echado de menos mi espacio personal-bromeó.
-cállate idiota.
-Tú me vuelves idiota.
Puso una de sus manos en mi barbilla y me acercó a sus labios.
-Pero soy el idiota con más suerte del mundo-susurró.
Me vestí y fui a mi habitación. A pesar de que habíamos dormido toda la noche juntos, los padres de Guillem todavía no se habían despertado y era mejor que pensaran que había dormido en mi habitación.
Nosotros nos íbamos aquella tarde pero Juan se quedaría el resto de las vacaciones con su novia allí así que no tuvimos que recoger muchas cosas.
Cuando volvimos mi abuela ya nos esperaba en la puerta. Su puntualidad era extrema. Me costó despedirme de Guillem pero tan solo quedaba una semana para que el instituto volviera a empezar así que tampoco fue una tragedia.
En casa de la abuela todos me recibieron contentos y con ganas de desearme un feliz año nuevo. Había nevado más durante toda la noche y ahora sí que estaba todo completamente blanco.
Cuando acabamos de cenar Vic me fue ver a mi habitación (en realidad la suya pero como la mía tenía una cama más grande se la habían quedado Angela y él).
-¿El día nueve te va bien hacer el traslado?-preguntó.
-Sí, cualquier día me va bien.
Las vacaciones terminaron sin prisa. El día de Reyes conseguí como regalo un montón de libros de parte de mi hermano, y ropa bonita de mi abuela. A ella le encantaba comprarme ropa y la verdad es que siempre escogía prendas preciosas.
Al empezar el instituto todo seguía igual. Nada había cambiado, y en parte me alegraba. ¿Por qué necesitas que algo cambie cuando ya estás perfectamente bien?
Cuando llegué a casa tiré la mochila al suelo y estiré mi espalda, ¿por qué teníamos que llevar tantos libros al instituto? Después nos pasábamos las clases escuchando a una persona ahí delante enrollándose a más no poder sobre cosas que ni a la mitad de la clase le interesaban.
Empecé a recoger todos los libros de mi habitación en una caja inestable de cartón. Cuando acabé de vaciar las dos estanterías que tenía acabé con cinco cajas repletas de libros. Después de los libros pasé a vaciar el armario echando toda mi ropa a una maleta grande. Tenía pensado tirar ropa vieja pero decidí hacerlo una vez llegara a la casa de Vic.
Cuando ya lo había recogido todo empecé a pasar el aspirador y mientras lo pasaba por debajo de la cama noté que se ahogaba con algo. Metí mi mano en el espacio entre la cama y el suelo y de allí, recubierto de polvo, saqué mi primer libro. Me había olvidado de él completamente. Me sentí un poco culpable por haberlo hecho ya que me lo regaló mi madre por mi tercer cumpleaños. Antes había tenido libros pero eran todos de cuando Vic era pequeño, en cambio aquel fue el primero solo para mí.
Pasé sus páginas. Estaban desgastadas, el color de los dibujos de los bordes se había ido un poco y la textura también era más áspera. Miles de recuerdos vinieron a mi mente al leer el primer párrafo. Era un cuento sencillo que mi madre me había leído muchísimas veces antes de irme a dormir cuando era pequeña. Trataba sobre unos ratones que vivían en una seta y que se quedaban sin comida durante el otoño. Entonces tenían que ir a buscar comida e intentaban coger castañas pero siempre se pinchaban, se comían bellotas pero su sabor no les gustaba y al final acababan consiguiendo coger las castañas. Una historia sencilla y simple pero no por eso insignificante.
Oí como alguien llamaba el timbre, me había quedado embobada leyendo el libro. Fui a abrir. Era Vic.
-¿Ya lo has metido todo en cajas?-preguntó.
-Espero que tengas fuerza en los brazos-bromeé.
Nos pusimos a llevar cajas de un lado para el otro. Cuando ya solo quedaban un par escuché que la puerta se abría. Era mi padre. Vic todavía estaba en la habitación así que no lo escuchó.
-Papá, me voy-le dije.
No dijo nada, solo me miró como si estuviera triste.
-¿Hijo mío?-murmuró mi padre al ver llegar a Vic por el pasillo. Se acercó para darle un abrazo pero Vic lo apartó con frialdad.
-A partir de ahora Iris vivirá conmigo.-dijo.
Parecía que mi padre tenía las palabras entre los labios pero no dijo nada, se quedó en silencio en medio del comedor con la mirada hacia el suelo pensativo.
-Que te vaya muy bien la vida-dijo Vic antes de que los dos saliéramos por la puerta.
Por un momento sentí pena por mi padre. Después recordé todo lo que me había hecho, todo lo que me había dicho y se me pasó. Ahora ya no era problema mío.
ESTÁS LEYENDO
Entre el té y sus ojos
RomansaLos cambios importantes pasan en instantes, ya sea inconscientemente o no. Puede que sean decisiones voluntarias, o puede que sean acciones involuntarias. La decisión de decir algo en cierto momento, de abrazar o no abrazar a alguien; de si correr o...