Capítulo 21

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El instituto se había acabado. Mis notas habían sido aceptables y mi autismo seguía conmigo. Lo echaba de menos, echaba a Guillem muchísimo de menos pero ya era tarde, siempre hay un tiempo limitado para las cosas y yo ya había dejado acabar el de las disculpas. Ya era día 23, hoy por fin se cerraría el telón.

Salí al patio a leer, debajo de uno de los árboles que había se estaba bien durante las mañanas y los mediodías. Su sombra acompañada de un buen libro y un poco de té eran realmente reconfortantes.

Comí un poco de ensalada pero no tenía hambre, la ansiedad, a mesura que pasaba el tiempo, iba aumentando hoy se iría y yo estaba allí como una tonta dejándolo ir. Cada segundo me sentía más culpable, más frustrada y mi odio hacia mi misma iba creciendo.

Me duché y al mirarme al espejo sentí el impulso de romperlo y destruirlo completamente. Me odiaba, odiaba mi reflejo, odiaba mis decisiones, mi cobardía, me odiaba.

Salí al patio con La Divina Comedia. Me había leído el libro decenas de veces pero no me cansaba. Si Guillem hubiera estado allí en aquel preciso momento y me hubiese preguntado por mi libro favorito, sí que tendría respuesta.

El calor era abrasador así que fui a buscar un vaso de agua fría. Cuando salí al patio otra vez vi una perturbación en la hierba, allí encima del verde descarado destacaba un avión de papel cuadriculado. Fui corriendo a cogerlo. Vi que por dentro estaba escrito. Lo desdoblé. Nada más empezar a leer lágrimas empezaron a caer frenéticamente de mis ojos mojando el papel y haciendo que la tinta se corriera.

Para mi querida y testaruda amante de la literatura y de los cuentos de hadas,

 

Ha llegado la hora de despedirnos y míranos a los dos; dos idiotas esclavos de su orgullo. No hay manera de dejar de pensar en ti, pues con tan solo mirar al cielo recuerdo tus ojos. He estado pensando en comprar en el supermercado infusión de frutos del bosque para recordar el sabor de tus labios cuando ya no esté aquí pero nada me podrá transmitir su calor. No habrá día soleado en Boston que cuando mire al cielo no vea tus ojos; y cuando llegue allí, en el otoño te veré a ti.

Perdóname por haberte querido aunque yo no me arrepiento de nada, no me arrepiento de haberte abrazado aquella noche ni de haberte llevado al correfoc, y no esperes que lo haga porque nunca lo haré. Nada me había hecho tan feliz nunca como tenerte entre mis brazos y respirar tu aroma.

Las estrellas no son iguales desde que te conocí, brillan más intensamente y son más potentes, y allí donde vaya seguirán brillando igual porque nuestro cielo no va a cambiar, nuestro sentimiento no va a cambiar pues no existe océano ni kilómetro capaz de destruirlo.

 

Te seguiré viendo cada vez que mire el cielo, Guillem

Entre el té y sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora