Capítulo 5

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El sábado llegó más rápido de lo que había esperado. Me había pasado la tarde del jueves y parte de la mañana del viernes tan obsesionada en acabar el dossier de mates que ni me había dado cuenta hasta que fueron las seis de la tarde del sábado. Me miré al espejo y me di cuenta de que tenía un aspecto lamentable. Nunca me había preocupado por mi ropa pero cuando me miré al espejo me percaté de que compraba ropa dos tallas más grandes y no me preocupaba por mi pelo, simplemente lo recogía en una trenza o en un moño desordenado. Me pareció ridículo preocuparme por eso ahora ya que nunca lo había hecho y tampoco tenía la obligación de hacerlo ahora, así que cogí una sudadera con capucha que tenía por el armario y me puse unos vaqueros antiguos agujereados, pero por algún motivo quería ponerme algo mejor. En realidad me gustaba la ropa sobretodo la que tiene un aire vintage pero no tengo la necesidad de verme guapa, a nadie le importa cómo visto ni siquiera a mí.

Me hice un moño rápido y me puse a leer un libro mientras esperaba a que fuera la hora de salir. Estaba nerviosa. ¿Se suponía que era una cita? Pensar en ese hecho solo me ponía más nerviosa, el romance y yo nunca nos hemos encontrado fuera de un libro así que no sabía muy bien lo que debía hacer ya que en los libros todo es muy ingenuo y las personas se enamoran a primera vista y son extremadamente románticos, es algo que aún me cuesta entender.

Cuando ya faltaba poco para irme recordé que estaría bien que me llevara un pañuelo para el humo y fui a buscarlo en el armario de mi padre. Él todavía conservaba toda lo ropa de mi madre. Por lo menos eso demostraba que aún era capaz de querer y respetar algo aunque eso lo mantuviera estancado en el pasado.

Cogí uno viejo para que si le caía una chispa y se manchaba no pasara nada. Miré la ropa de mi madre. Había una blusa que me encantaba y como si fuera una niña de tres años me la probé, y desde hacía muchísimo reconocí que una prenda me quedaba bien. Me gustaba tanto que me la dejé puesta debajo de la sudadera. Aún olía como ella, olía a su colonia favorita y a las madalenas de chocolate que tantas veces me preparó. Era un olor tan especial que me podía transportar a todos mis recuerdos sobre ella. Era una mujer guapa de cabello castaño y ojos verdes. Recuerdo que cantaba muy bien y que cada noche me leía un cuento a mí y a mis hermanos antes de irnos a dormir. Recuerdo sus madalenas, un sabor que, por mucho que haya probado en hacer la receta al pie de la letra, nunca he conseguido lograr. Recuerdo los veranos junto a la abuela y ella, eran de lo más divertidos. Y también la guitarra vieja que tenía en casa de la abuela con la cual tocaba canciones de cuando era pequeña y me enseñaba algunos acordes.

Es impresionante cómo algo tan insignificante como un olor te puede retransmitir tanto.

Miré el reloj y ya eran casi las ocho y media. El libro me había absorbido tanto que me había olvidado de cenar y ya no me daba tiempo. Me solté el pelo, cogí una manzana roja y me la llevé por el camino. Tampoco necesitaba comer mucho.

Habíamos quedado en frente de la biblioteca y cuando llegué todavía quedaba tiempo. Me senté en un banco que había delante y esperé. De repente vi a Elías, parecía que él también iba al correfoc.

-¿Esperando a alguien?-preguntó.

-Sí.

-Es raro verte por la calle- y añadió- en cualquier caso me alegro, nos vemos.  

Era un chico raro, nunca lo había logrado entender. Popular, guapo e inteligente pero no sabía qué hacer con él mismo. Siempre andaba con amigos de fiesta en fiesta y se esforzaba en los estudios pero solo porque su familia era adinerada y debía mantener orgullosos a sus padres, aunque nunca parecía realmente feliz.

Guillem llegó unos minutos tarde pero tampoco muchos. Iba más informal que de costumbre, llevaba una sudadera roja y unos tejanos.  Se había peinado a diferencia de cómo iba al instituto muchas veces con el pelo despeinado y rebelde.

Entre el té y sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora