Capítulo 17

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El mayo se acercó sin previo aviso del potente calor que llevaba consigo mismo. Las vacaciones de semana santa ya se habían acabado. No había visto más veces a mi padre desde aquel infortunado encuentro en el tren, y me alegraba que así hubiera sido. Si por mi fuera desearía no verlo nunca más.

Aquel martes me levanté con una sensación extraña sin motivo aparente. Sentía como un malestar provocado por un mal presentimiento, pero la causa de este presentimiento sí que no la sabía. La vida me iba mejor que nunca. Angela y Vic habían resultado no ser tan sobre protectores como en un principio pensé y ni mucho menos se parecían a un padre y a una madre, ¿me cuidaban y todo eso? Sí, pero no éramos todavía una familia. El tiempo había creado una gran distancia entre Vic y yo y eso se notaba. Solo más tiempo podría hacer aquella distancia más corta.

Me puse una camiseta de manga corta y unos shorts porque el calor, sobre todo al mediodía, se hacía insoportable. Bajé al comedor y desayuné sin prisas. Angela y Vic, se habían ido de “luna de miel” ya que hasta entonces no habían tenido la oportunidad y no volverían hasta medianos de junio. Me bebí mi té que, a pesar de que me causara un calor sofocante ya que no me gustaba nada el té frío, no podía faltar en mi desayuno favorito formado por té, tostadas, chocolate negro y un poco de tranquilidad.

Salí de casa sin prisa, no sabía si era por la primavera pero aquellos días no me era nada difícil levantarme por la mañana. Al llegar al instituto dejé caer la mochila sobre mi pupitre y saqué un libro mientras esperaba a que el profesor llegara. Las clases estuvieron llenas de vitalidad aunque yo, sin saber porqué, seguía teniendo ese mal presentimiento dentro de mí.

Cuando nos tocaba optativa me senté a última fila como era habitual. Un rayo de sol se infiltraba por la ventana hasta estallar justo en la silla donde me sentaba. Su calor era agradable. Guillem se sentó a mi lado. Parecía algo raro, llevaba días así pero siempre que le preguntaba, por más que insistiera, él seguía asegurando que estaba bien.

 -¿Qué tal te han ido el día?-le pregunté.

 -Podría haber ido mejor-dijo.-La idiota de inglés me ha suspendido.

 Me reí. Encontraba en él un cierto atractivo cuando se enfadaba de esa manera tan infantil.

 -No pasa nada, ya te irá mejor el próximo examen.

 -Encima me ha puesto esta ficha de deberes que no pienso hacer, ¿qué se creen los profesores, que no tenemos vida fuera del insti?-tiró la ficha en la mesa.-Se va a quedar aquí.

Aquel día, al profesor, le dio por explicar algo importante y nos obligó a estar en silencio toda la clase. Intenté leer mi libro pero me llamó la atención porque quería que estuviéramos atentos. Intenté prestar atención pero como solo contaba una tontería que yo dominaba ya bastante bien cogí la ficha de Guillem y me dispuse a hacer un avión de papel. Hacía mucho que no hacía ninguno y tampoco recordaba muy bien los pasos que se debían seguir para hacerlo pero igualmente lo intenté. Fue desastroso. Me había salido completamente amorfo con una ala más grande que la otra.

Vi que de repente, Guillem se reía.

 -Anda, dame una hoja-dijo en voz baja todavía riéndose.

Saqué una hoja cuadriculada de mi carpeta y se la entregué. Dobló el papel con suavidad, veía sus venas dibujando líneas en sus manos ahora concentradas para hacer las partes lo más simétricas posibles. Sin darme cuenta terminó el avión, le había quedado mucho mejor que a mí.

 -Pues seguro que el mío hubiese volado mucho más tiempo-refunfuñé.

 -¿Ah, sí?-preguntó en voz baja- Coge tu avión, de camino a casa, el que más tiempo aguante en el aire gana. El ganador puede hacer lo que quiera durante cinco minutos con el perdedor-dijo.

Entre el té y sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora