Entre el té y sus ojos

Capítulo 18

Gris. En mi mente solo había un gris espeso que no me permitía ver ni sentir nada.

-Debería irme, disculpa las molestias-dije.-Ya volveré cuando no esté ocupado.

Salí sin ni siquiera dejar que se despidiera. No corrí, no caminé rápido, no hice nada. Deambulé por la calle sin saber ni cuándo ni dónde parar. No sentía nada. En aquel momento era una caja vacía.

Llegó un momento en el que me senté en un banco. Algo se empezó a mover dentro de mí. Como dolía. Era horrible. Fui a casa y me metí en la ducha. Me senté y dejé que el agua caliente cayera sobre mí, no conseguí llorar. Las lágrimas habían decidido ahogarme por dentro. No querían salir. Me ahogaba. Me estaba ahogando.

Cerré la puerta de casa con la llave y puse la cadena. Subí a mi habitación, toda la casa estaba a oscuras. No me molesté en encender la luz de mi habitación, simplemente, al entrar, me tiré en la cama y miré al techo. No tenía sueño. No tenía nada, se lo habían llevado todo unas inocentes palabras de una mujer.

Así es la vida, los cambios verdaderamente importantes pasan en instantes. La colisión entre el coche de mi madre y el de un desconocido, la decisión de Guillem de abrazarme o no la noche que me encontró llorando, las palabras de una mujer... Pequeñas cosas que ocurren en simples instantes, acciones voluntarias o involuntarias que no podemos llegar a imaginar lo mucho que nos pueden cambiar la vida.

Sola. Volvería a estar completamente sola. Ya no habrían más caricias, ni más besos, ni más momentos que compartir junto a la persona que me había cambiado la vida. La persona que me había dado alas era la misma que ahora me las cortaba.

Creí notar una lágrima desplazarse por mi mejilla hasta chocar contra el colchón pero no estaba segura. En aquel momento solo tenía frío. Un frío que hacía mucho tiempo que no sentía. Un frío que ni el mejor libro del mundo me haría ignorar.