Capítulo 4

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A veces, por mucho que nos cueste debemos aceptar la ayuda de los otros. El problema es que a veces, estoy dispuesta a contárselo todo a alguien y es ahí donde me doy cuenta de que estoy completamente sola, que no hay nadie con quien pueda hablar, y eso te destruye por dentro lentamente, te hace volver antisocial y te aíslas. Es cuando necesitas un abrazo desesperadamente pero no tienes a nadie que te lo pueda dar, que te das cuenta de que realmente estás solo en medio de una multitud de gente. Pero anoche no lo estuve, él se quedó a mi lado sin hacer preguntas, solo estuvo allí dispuesto a escuchar.

Me quedé con él hasta que fue muy tarde. Se había quedado en el banco a mi lado sin decir nada excepto una cosa:

-¿Sabes? A veces no está mal que los demás te ayuden.

Cuando volví mi padre dormía en el sofá y estaba demasiado borracho para despertarse. Me puse el despertador a las cinco y media para irme antes de que se despertara.

Las clases me pasaron rápido, y cuando acabaron esperé a Guillem en la salida para devolverle el paraguas.

-¡Guillem!-grité en cuanto lo vi salir.

Iba con unos amigos pero se acercó solo cuando le llamé.

-Gracias por lo de ayer-dije muriéndome de vergüenza, aunque sin él anoche no hubiera sabido que hacer.

-¿Por lo del paraguas o lo de la noche?-preguntó con una sonrisa pícara.

-Por ambas. Toma. Tengo que irme.

Le di el paraguas y empecé a caminar rápidamente.

-¡Espera! ¿Podemos vernos más tarde?- dijo.

Hacía años que no quedaba con nadie por ocio, me había limitado a quedar las veces que teníamos un trabajo de clase y la mayoría de las veces lo acababa haciendo yo sola.

-Lo siento tengo trabajo- me fui después de decir eso.

Aquella pregunta me había revuelto el estómago, pero no de una manera desagradable, bueno, en realidad si lo era, era algo muy extraño; nunca antes lo había sentido. Era como un cosquilleo que me iba desde el estómago hasta la columna vertebral.

Durante el trabajo no pude concentrarme bien, estuve todo el rato pensando en lo que Guillem me había dicho. Era la primera vez que me distraía por culpa de un chico aunque tras mucho pensarlo llegué a la conclusión que todo era por causa de las hormonas. Claro, los adolescentes y sus hormonas, no era más que eso.  Desde que encontré ese razonamiento me pude concentrar perfectamente, no sentía nada hacia él, sólo estaba agradecida y las hormonas me jugaban una mala pasada.

-Perdona, me gustaría devolver este libro.

Guillem, ¿por qué me sobresalté tanto en escuchar su voz?

-Dáselo a la recepcionista-dije pero siguió ahí quieto. – Da igual, dame.

-Gracias, hasta luego.

“El Alquimista” de Paulo Coelho.  Cuando lo iba a poner en su estante un papel cayó de dentro del libro.

¿Vendrías conmigo al correfoc de este sábado por la noche?

Guillem.

Ese chico es idiota. Eso fue lo que pensé pero una parte de mí no pudo evitar alegrarse aunque no tenía intención de aceptar su invitación. No quería confundir más mis sentimientos hacia él, sólo le estaba agradecida y seguro que para él solo era una curiosidad, una persona sin explorar y por eso se interesaba.

Al volver a casa mi padre no estaba, preparé la cena y la comí mientras veía uno de esos realities shows que se han puesto de moda ahora sobre poner a unos cuantos jóvenes en una misma casa y mandarlos cada noche de fiesta.

Se hizo tarde cuando estaba haciendo los deberes así que decidí atrasar el dossier de mates para el siguiente día. Me tomé una ducha y me puse el pijama dispuesta a irme a dormir cuando escuché la puerta abrirse.

-Iris, ¿estás en casa?

Era mi padre, y por la voz ya pude notar que, para variar, iba bebido.

-Voy a dormir.-Respondí y cerré la puerta de mi habitación con un portazo.

Justo al tirarme en mi cama la puerta de mi habitación se abrió. Mi padre encendió la luz y se quedó ahí mirándome intentando decir algo. Me levante inmediatamente para echarlo.

-Espera, perdóname por cómo me comporté ayer. Había bebido y no sabía lo que hacía-se acercó a mí, por un momento no sabía lo que estaba haciendo y mi primera reacción fue intentar alejarme pero él me abrazó.

Este fue un abrazó muy diferente al de Guillem. No fue un abrazo cálido ni consolador ni bonito como lo fue el de Guillem, fue un abrazo torpe que olía a alcohol. Me daba asco, me repugnaba, no aguantaba aquel olor a sudor mezclado con alcohol. Lo odiaba con todas mis fuerzas. Me aparté de él.

-Como si hoy no hubieras bebido-dije soltando con cada palabra un litro de desprecio.- Quiero dormir y tú deberías hacer lo mismo. Buenas noches.

No pude dormir bien, aquel olor me había revuelto el estómago y repelía mi sueño. Levantarse fue una tortura, fue una batalla constante entre mis sábanas y el despertador. Y lo que aún fue peor fue la clase de mates de primera hora donde el profesor se aseguró de recordarme que solo faltaba un día para que le tuviera que entregar el dossier.

Por suerte durante la última hora tenía optativa y me podría relajar leyendo un libro ya que el profesor nuevo me dejó continuar haciendo lo que la profesora Santamaría me había dicho.

Me senté en un pupitre de última fila al lado de una ventana. Elías llegó con Guillem al poco después. Guillem se sentó a mi lado y Elías delante de nosotros ya que los pupitres estaban juntados de dos en dos.

-¿Por qué no te sientas con él?- pregunté.

-Para empezar hola, segundo, le he preguntado y no le importa que me siente contigo y tercero, espero una respuesta tuya.

-¿Aquí en medio?

-¿Por qué no? Nadie nos está escuchando.

-Lo siento mucho pero no iré.

-¿Te da miedo el fuego?

-No.

-¿No te dejan salir de noche?

-No, no es eso, puedo salir cuando quiera.

-¿Y entonces por qué?- miró a la mesa decepcionado.- Pensaba que te caía bien.

-Y me caes bien pero no hace falta todo esto. No sé si te doy lástima o qué pero no hace falta que te preocupes por mí, me las puedo apañar sola y será mejor así.

Después de decir eso él estuvo en silencio el resto del rato y ni me miró al salir de clase. Me sentí mal pero tenía ya suficientes problemas como para sentirme culpable por eso aunque igualmente lo hacía.

Cuando volvía a casa lo vi caminando y no pude evitar ir a disculparme.

-¿Por qué lo haces tan difícil? ¿Tienes miedo de mí? ¿O simplemente estás dispuesta a ser una chica solitaria durante toda tú vida?  No me das pena, no quiero ayudarte, bueno, claro que quiero pero sólo te estoy pidiendo que salgas conmigo una noche porque me pareces fascinante y aún no me lo puedo explicar. Quiero conocerte mejor pero tú no me dejas, ¿de qué tienes miedo Iris?-me soltó después de haberme disculpado con él.

-Tengo miedo de molestarte, tengo miedo de descargar en ti mis problemas, no quiero involucrarte en mi vida porque está hecha mierda, porque yo misma la he convertido en una mierda, es todo por mi culpa y yo misma tengo que salir de todo esto.

-Otra vez estás igual. Huyendo de la ayuda. Incapaz de aceptarla porque crees que tienes toda la culpa cuando no es verdad.

-Lo siento…-no entendía porque se preocupaba por mí de esa manera.

-Deja de disculparte. Ven conmigo y ya está. No hay nada malo en pasárselo bien una noche. ¿Lo harás?

Dudé mucho, él tenía razón pero hasta ahora –dentro de lo que cabía- había estado muy bien sola. A pesar de eso acabé aceptando.

Entre el té y sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora