Capítulo 20

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Desde la cama veía como el sol atravesaba el cristal y las cortinas y creaba formas onduladas en el suelo de mi habitación. Bonitos eran los atardeceres que me rompían el corazón cada tarde haciéndome recordar momentos mejores, si es que se podía romper más, claro.

Me sentía estúpida e inútil. En el instituto me había vuelto completamente autista, pasaba de los profesores y de toda la gente que me requería por algún motivo. Por la tarde me encerraba en mi habitación, ponía música al volumen máximo y me estiraba en la cama para no hacer nada. Ya se había acabado el juego. Ya había quedado claro que había perdido.

Los exámenes me habían ido bien, ni excelentes ni suspensos, una nota mediocre entre el aprobado y el suspenso. No había hablado más con él. No quería hacerlo, se iría y ya está; yo debía continuar con mi vida. El mundo no para de girar por nadie, y menos por mí.

Quedaba menos de una semana para que se acabara el curso. Odiaba aquel calor frío que me hacía sudar cada día cuando caminaba para ir sola al instituto. La mochila pesaba más que de costumbre y me sentía agotada con lo mínimo que hiciera. Otra vez llegaba el insoportable, solitario y caluroso verano.

Cuando entré en clase aquel día no pasó nada, fue otro día más. Pero algo pasó cuando salí. Normalmente todos los días él había intentado hablar conmigo pero yo me iba antes o le decía que no tenía ganas de hablar, pero aquel día no lo intentó. Ese gesto dejó claras muchas cosas. Cuando me disponía a ir Helena me llamó:

-¡Iris, espera!-se acercó corriendo.- Oye, ¿te ha pasado algo con Guillem? Está muy raro estos días y no os he visto muy juntos; además hace tiempo que haces muy mala cara. Quizá está mal por lo del traslado, aunque es normal pero...

 Dejé de escucharla. ¿Por qué preguntaba si no quería escuchar la respuesta?

-Me voy ya-dije.

-Espera, antes de que te vayas tengo algo que decirte-¿no me había ya contado toda su vida entera?-este viernes hay una fiesta para celebrar el fin de curso. Iremos a cenar pizza y luego a la bolera ¿vendrás?

-No contéis conmigo.

-Guillem irá.

Esbocé una sonrisa e intenté no perder la paciencia.

-No iré.

Doblé la esquina sin tan solo esperar a que me dijera cualquier tontería. El suelo era de un color aburrido, caminar sobre él era aburrido, el cielo de aquel color ya estaba demasiado visto y el sol seguía restregándome su asquerosa felicidad.

Cuando llegué a casa tiré la mochila al suelo y subí las escaleras. No tenía hambre. Me senté en la cama. La luz estallaba contra el suelo. Me puse a mirar la habitación, como se había vuelto costumbre últimamente, sin fijarme en nada especial. Paseaba mis ojos sobre el escritorio, el techo y las librerías una y otra vez. Y entonces lo vi en lo más alto de una de las estanterías. Vi aquel papel cuadriculado en forma de avión que me había regalado Guillem el último día que habíamos pasado bien juntos. Me subí a la silla y lo cogí. Recordé sus suaves manos doblando el papel, su suave tacto, su olor... Una lágrima cayó sobre el papel creando un circulo perfecto donde las rayas azules del papel se distorsionaban.

¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Qué era aquella tontería que no me permitía hablarle? ¿Era eso a lo que llamaban orgullo? Me odié a mí misma. Me daba asco, ¿cómo podía ser tan simple y enfadarme por algo que él no tenía la culpa? Iría a buscarlo y a disculparme, y a dejar de lado aquella chorrada que llaman orgullo.

Me puse los zapatos y abrí la puerta. Pero entonces lo recordé. Hoy no me había buscado para hablar. Se había cansado de mis tonterías. El juego se había acabado.

Entre el té y sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora