Capítulo 8

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El lunes llegó más rápido de lo que deseaba. No quería ir al instituto pues el moratón todavía estaba presente en  mi cara y el dolor de cabeza aún no había desaparecido. Aunque no era simplemente por eso que no quería ir al instituto. Si iba, tendría que ver obligatoriamente a Guillem y no quería. Si me hablaba directamente a la cara no podría ocultarle las verdades.

El trayecto se hizo duro y pesado y en cuanto a las clases, todavía más dejando de lado que todo el mundo me miraba la cara por el moratón aunque nadie preguntó. Durante el patio me oculté en los baños de chicas para evitar verlo. Eso todavía haría que me sintiera más culpable. Me puse a leer “El Alquimista” de Paulo Coelho, el mismo libro que Guillem había cogido de la biblioteca. Por raro que fura nunca lo había leído antes. Había leído otras obras del mismo autor como “Veronika decide morir” o “Brida” pero este nunca me había llamado especialmente la atención hasta que Guillem puso aquella nota en él.

El timbre que anunciaba el final de la hora del patio sonó. Me tocaba clase de mates y después optativa. Durante la hora de mates intenté prestar atención pero me fue imposible porque mis nervios no paraban de aumentar. Cuando sonó el timbre me congelé por unos segundos. No quería verlo. No podía verlo.

De camino hacia la otra clase Elías se unió a mí.

-¿Qué te ha pasado en la cara?-preguntó.

Me quedé gélida. No había pensado en ninguna excusa para explicar el motivo.                            

-Resbalé en la ducha- dije aunque no sonó muy convincente.

-¿Has ido al médico?

-No, no hace falta, solo es un simple moratón-y eso era verdad. Solo era un moratón, lo que de verdad me había destruido había sido el significado y las consecuencias de él.

-Deberías ir. No tiene muy buen aspecto-suerte que el pelo me tapaba la herida de la cabeza pensé.

Después de decir eso se fue corriendo tras una compañera de la otra clase que lo llamaba y me dejó sola.

Cuando llegué al aula Guillem ya estaba allí. Estaba sentado en la última fila garabateando un trozo de papel. Me senté en el lado opuesto de la clase y saqué “El Alquimista” para leer hasta que sonó el timbre. No lo había mirado en toda la clase. No había sido capaz. Hacía años que nadie se interesaba por mí y el único que lo hacía acababa siendo humillado.

Al acabar la clase me tomé mi tiempo para recoger y dejar que todo el mundo se fuera para poder hacerlo yo después. Cuando me atreví a salir ya no quedaba nadie. Los profesores estaban todos en la sala de profesores y todos los alumnos ya se habían largado de la entrada.

Aunque parecía que el frío ya había llegado hacía mucho calor. No me gustaba nada aquel clima. El encanto del otoño no quedaba bien con ese sol tan optimista y mi ánimo tampoco.

Durante aquellas horas no había nadie por la calle, eran las tres del mediodía y la gente estaba comiendo pero justo cuando crucé la puerta lo vi. Allí, apoyado en la pared, con la mirada fría y enfadada hacia el suelo. No tenía escapatoria, tendría que cruzarme con él ya que no habían más maneras de llegar a mi casa.

Miré al suelo y avancé. Cada paso que daba me hacía tener más ganas de llorar, pero no podía hacerlo, tenía que ser fuerte. Tenía que creer en mis propias palabras. No aparté mi mirada del suelo.

-Iris-dijo él justo cuando pasaba por delante, su tono confirmaba su enfado.

Me paré simplemente porque no podía ignorarlo y seguir caminando.

-Tengo prisa-dije.

Él me cogió con fuerza y me puso contra la pared. Estaba acorralada pues sus dos brazos, apoyados en la pared me impedían escapar.

-Déjame  por favor-murmuré suplicante.

-No-su voz fue firme.- No.-repitió.-Joder Iris, no. No puedes hacer esto. No puedes hacer que alguien pierda la cabeza por ti, no puedes hacer que alguien se vuelva completamente loco por ti, no puedes hacer que alguien pierda el sueño por ti y pretender acabarlo todo de esta estúpida manera.

>No conozco tus problemas y la verdad es que me dan igual. No pienso renunciar a ti, ahora ya no. Y si eso significa que también tengo que aceptar tus problemas lo haré, porque ya no puedo vivir sin ti.

Mis lágrimas caían frenéticamente, nunca me habían dicho algo así. Lo quería. No sabía cuánto lo quería hasta que dijo eso. Me cogí con fuerza a su camiseta en un intento de parar mis lágrimas.

-Estamos en medio de la calle-me reí.-Podrían salir los profesores en cualquier momento y tú montando una escenita.

-Que follen a los profesores. Ahora solo quiero hacer una cosa y es besarte y me da igual que tú no quieras porque no te pienso pedir permiso para hacerlo.

Y así lo hizo. Me besó como nunca antes lo había hecho. Le abracé hundiéndome en su pecho y su aroma me devolvió al día del bosque. Lo quería.

-Perdóname-dije sollozando.

-Deja de disculparte- dijo besándome la frente.

Me acompañó hasta casa cogiéndome la mano. Nos separamos unos metros  antes de la puerta porque no quería que mi padre lo viera y al despedirnos me dio un beso en la mejilla y me susurró en la oreja:

-Cómo me entere de quien te ha hecho eso voy a partirle la cara. No pienso dejar que nadie más te vuelva a hacer daño.

Entre el té y sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora