Capítulo 10. (Javier)

115 20 11
                                    

La puerta se abre. Frente a nosotros se aparece Cataleya. Su boca está en línea horizontal. Su mirada refleja desagrado. Sus brazos entrecruzados me afirman el supuesto enojo.

—¿Qué? —pregunta Patrick confundido.

—Es tarde —Nos resuelve la duda—. En dos horas llega mi mamá.

—Para ustedes fácil, que no han ido a misa —Defiendo.

—No soy católica —alega.

—Le faltan el respeto a nuestro señor Jesucristo al no ir a su casa santa —Se le escucha pronunciar a Anhia.

—Tú eres atea —reprocha Cata—. Eres tú la que le falta el respeto.

No soy atea

—Sí eres atea —Afirmo.

Anhia no es atea. Ella no asiste a misa, no afirma la existencia de ningún Dios, pero tampoco afirma su no existencia. Ella simplemente ignora la religión. No sé como se le llamará a eso, pero me gusta. Sé que no es atea, pero amo fastidiarla y ver como se molesta tratando de defender y explicar su punto de vista para no ser encasillada en algo que no le corresponde. Me fascina importunar. De hecho, es aquello lo que hizo que nuestra amistad sea cada vez más fuerte. Tras cada pelea, tras cada risa, tras cada sobrenombre, se escondía un sentimiento que al día de hoy ha crecido. Ella sabe que cada una de las molestias que le hago sentir, son parte de mis bromas sin sentido para sacarle una sonrisa. Esa agradable sonrisa que deja al descubierto sus dos dientes torcidos.

—Ya les he dicho que no lo soy —Infla sus cachetes—; no sé lo que soy realmente.

—Sí lo eres, tonta —Enrosco mi brazo derecho alrededor de su cuello—. ¡Atea, atea, atea! —La despeino.

La muelas chuecas logra salir de mis delgados brazos. Aprieta mi cuello con su mano derecha. Me causa mucha gracia. Ni siquiera me duele.

So reconcha la remil puta de tu madrastra* —Su tono de voz cambia a uno más sereno—, porque a tu madre la respeto —Vuelve a enfurecer—. ¡Que ya te he dicho que no soy atea! ¡No fastidies! —Me suelta.

—Oe yara Anhia, te pasas —regaña Patrick.

Cataleya había soltado una fuerte risa y ahora está más calmada. Menos mal, porque cuando Cata se molesta, hasta los santos corren.

—Entren, mierdas —bromea.

Abre el pequeño candado y nos introducimos en su casa. Un fuerte viento sopla y la calamina retumba. El miedo me invade. No por la calamina, sino porque estoy dispuesto a confesar mis sentimientos.
Hoy es mi día.

—Vienen a hacer problemas no más ustedes —Se juega Alex.

A su costado está Julieta, con una blusa de cuadros azul con blanco y un jean negro. Su largo cabello roza sus piernas.

—Cata, que no deja entrar a su casa. Por poco y nos pide tickets o una identificación —dice Patrick.

—Es que hemos estado desde hace rato esperándolos —reclama Margot.

—Quienes no han ido a misa no pueden hablar.

—Cállate, Patrick. Dímelo en la cara pues. Dime que yo no puedo hablar porque no he ido a misa. No generalices.

—No solo tú no has ido a misa. Julieta, Cata y Alex tampoco.

Empezaron a pelear estos dos. En realidad, creo que hay un gusto de por medio. En cuanto a Patrick, ese gusto está conformado. Sin embargo, Margot, está con Eduardo. Quizá en el fondo sienta algo por Patrick. Aunque, quizá solo sea algo del tamaño de un grano de arroz. ¡No importa¡ , por algo se empieza.

El Equipo Random.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora