Capítulo 15 (Alex)

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¿Estará Julieta haciendo alguna dieta peligrosa? No, no lo creo. Ella tiene una buena autoestima, se quiere a sí misma. Además ella me ha asegurado que no lo está haciendo. Supongo que estoy exagerando un poco. Sí, eso es. Estoy muy paranoico.

Ser hijo único tiene sus privilegios. Todo es para ti. Sin embargo, vivir en completa soledad, sin un infante mayor o menor con quien pelear por el control del televisor o por algún juguete viejo, es sin duda, una de sus desventajas. Aún peor si eres una persona introvertida con gran amor por el Arte. Desde pequeño me la he pasado dibujando en mi habitación. Salía a jugar y a hacer una que otra travesura, solo cuando Patrick o Javier llegaban a mi casa.

Me pongo mis audífonos. La música siempre es un alivio para aquellos que estamos sedientos de inspiración. Suena en mi reproductor 1914 de Florist. De repente, se escucha un grito ¿qué está sucediendo? Introduzco mis audífonos y mi celular en el bolsillo del pantalón y concentro mi atención a las voces. Otra vez, son ellos otra vez. Solo quiero que dejen de discutir por un día. Siento que mi vida es una guerra y mi casa, el campo de batalla. Cierro mi puño derecho y lo estrello contra la pared. Duele mucho. Los gritos son aún más fuertes. Lo mismo de siempre: «Nunca estás en la casa, una amante has de tener» «Te doy todo y tú ni siquiera la comida puedes hacer bien» «El dinero que das a la casa no alcanza. Te lo gastas con tus putas» «No haces los deberes de la casa bien, porque seguro metes a hombres aquí. Ramera de mierda» «Lárgate de mi casa. Ya no te quiero» Me lo sé como si fuera el guión para una obra teatral en la escuela. Mi melancolía en cada muestra de arte está en este, el campo de batalla. ¿Soy yo acaso uno de los enfermeros a cargo de curar? ¿De qué bando soy?
La silla cae. Todo se torna más violento. Sé que papá no le ha puesto un dedo encima a mamá, pero sé que ella a él sí. Aquí vamos de nuevo…

—¡Ya dejen de pelear! ¡Por favor!

Mamá ha clavado sus uñas en el rostro de papá. La sangre mancha su camisa ¿Soy yo acaso la única muestra de amor viva entre ellos dos? Papá está llorando, mamá también. Yo me lo guardo. Si ninguno de los dos es fuerte, debo serlo yo.

—Tu madre que no me deja estar en paz. Llego cansado del trabajo y de frente viene a fregarme la vida.

—¿Del trabajo? —Me mira— ¡Huele, hijo! huele ese olor a cerveza y a putas que trae encima.

Mamá le tira una cachetada fuerte, tanto que suena y estremece mi cuerpo. El rostro de papá se voltea y sus mejillas ensangrentadas manchan la palma de mamá. Sin evitarlo, papá la coge de los brazos y la sacude. Yo admiro con pavor la escena. Quiero desaparecer. Quiero viajar al pasado, en donde todo era felicidad, en donde las cenas familiares terminaban en risas y pláticas tontas que culminaban en buenas memorias. O al futuro, en donde cada uno ha tomado su camino, pero sin discusiones. Sin violencia. No lo notan, pero no solo se dañan ellos dos, me están matando a mí.

—¡Déjame en paz, carajo! ¡Estoy hasta la puta madre de ti, mujer de mierda!

La agita tan fuerte que el rostro de mamá se llena de pavor y con desesperación, coje el cuchillo que había sido dejado en la mesa. ¡Pero que tratas de hacer, mamá! ¡¿Qué chucha quieres hacer?!

—¡Suéltame o te lo clavo!
—¡Carajo! —grito y los separo— ¡Esto ya no es una familia! ¿Dónde mierda se fue el hogar? —Se quiebra mi voz—Mamá —La sujeto—. Vamos donde tía Ramona.

Ella se deja llevar. Salimos y caminamos hacia donde mi tía. Papá no se inmutó. Todo el camino va llorando. Le cuento a mi tía lo que sucede y accede a que pase la noche ahí.

—¿Y tu padre? —pregunta.

—Estará descansando en casa. Cuidela. Que no salga. Yo haré un mandado y después iré a mi casa a dormir.

—Anda. No te vayas a hacer muy tarde por ahí. Es peligroso. Estos no dejan de pelear. No aprenden y no entienden que tienen un hijo.

—Gracias, tía —Me voy.

Hablar de los problemas de la gente no ayuda a resolverlos. Contar detalles solo impulsa a que el morbo sea aún más grande. Alimentar el amarillismo de la gente. Se preocupan por ti, pero a tus espaldas cuentan cada rasguño, cada golpe, cada insulto. Tu vida y tu sufrimiento convertido en chismes, en habladurías. Coloco los audífonos en mis orejas. Prendo mi celular y doy play. Canción para ligar de Los planetas suena y embellece mi sendero. Conozco el camino, me lo sé de memoria. Corro porque lo necesito. Corro porque la necesito. Me detengo frente a una casa enorme. Prendo mi celular y la llamo. Espero aún se encuentre despierta.

Julieta: ¿Hola? ¿Alex?
Yo: Hola.
Julieta: ¿Qué sucede? ¿Qué haces despierto a esta hora?
Yo: Sucedió otra vez

Silencio.

Julieta: ¿Otra vez?
Yo: ¿Puedes salir?

Cuelga. Supongo que ya va a salir. La luna está consciente del infierno que me atormenta. ¿Por qué no baja a ayudarme?

La puerta se abre. Tiene solo una bata puesta. Sus pezones se hacen notar por el frío que cala hasta sus huesos.
Sabes que las cosas están mal cuando ruegas por la separación de sus progenitores en vez de su forzada unión.

—Estoy contigo —Se acercó—. Siempre. Todo estará bien —Me abraza y sujeta mis manos.

Le cuento todo lo que había ocurrido entre sollozos. Me siento libre. Me consuela.
Dicen que cuando tienes un problema así, debes buscar a un adulto para que te ayude a solucionarlo de una forma correcta. Yo digo que debes buscar a una persona adulta para que te ayude a arreglarlo, pero también debemos acudir al amor, para que cure nuestras heridas.

Me desplomé y lloré en sus brazos. En los de ella porque ahí puedo ser débil sin temor a ser juzgado. Con ella puedo.

Entramos a su casa sigilosamente. A su habitación casi de puntitas. Le echa seguro a su cuarto y se acuesta en la cama.

—Ven y llora —dice—. Ven que la noche es corta y la luna pasajera. Estás a salvo acá.

—¿Acá a salvo en tu habitación? —Me acuesto a su lado.

—No —responde—. Aquí en mis brazos— Me acurruca.

He encontrado el amor y estoy curando mis heridas.

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