Acabamos nuestros helados y salimos a la calle. Maldije en ese momento por no haber cogido un abrigo más grueso, hacía muchísimo frío, era prácticamente inaguantable. No había aprendido la lección del día anterior al salir del bar.
—¿Tienes frío?
—No.
—¡Pero si estás temblando! Anda ven, acércate —extendió sus brazos a los lados pero yo no me moví—. ¿Prefieres quedarte ahí muriéndote de frío? —negué con la cabeza.
Hizo un gesto con la mano señalando que me acercara. Avancé dos pasos hasta quedar a unos pocos centímetros y él acabó con el espacio que nos separaba rodeando mi cuerpo con sus brazos.
De repente, ya no tenía frío. Su cuerpo irradiaba calor por todos los lados de mi cuerpo, haciéndome sentir tan a gusto...
No sé cuanto tiempo llevábamos en esa posición y no tenía planeado moverme:
—Lisa, ¿No deberíamos volver ya? —susurró en mi oído haciendo que mi piel se erizara.
—Oh sí... Lo siento —me alejé lo que antes me había acercado.
Metió las manos en sus bolsillos, y de uno de ellos sacó unos guantes.
—Toma, póntelos, así no tendrás tanto frío —los cogí rápido y me los puse.
Abrigaban lo suficiente como para que se estuviese bien.
—Gracias —sonrió como respuesta y seguimos nuestra vuelta hasta llegar a casa.
Antes de llegar rió y le miré extrañada, no habíamos dicho nada:
—¿De qué te ries?
—Es raro... Hemos tomado un helado en pleno invierno —volvió a carcajear.
—Me gusta el helado. Da igual si es invierno o verano.
—Pero en teoría, estando en esta época del año no apetece demasiado.
—Pues a mí me apetece a todas horas, no hay nada como el helado de chocolate —me miró sonriente.
Otra vez estábamos en frente de mi puerta. Las luces desde la calle se veían apagadas así que no había nadie en casa.
—Al final ayer no me diste tu número de teléfono —sacó su móvil del bolsillo y me lo dio.
Apunté mi número en su agenda y se lo devolví.
—Lo he pasado bastante bien, gracias.
Después de mis palabras ya ninguno de los dos sabía que más decir ni como despedirse. Hugo pasó su mano por la nuca y carraspeó antes de hablar:
—¿Te gustaría quedar otro día? —yo, que tenía la mirada perdida, la centré en él.
—Vale —sonrió.
—¿Cuándo te va bien? —alcé los hombros.
—Cuando dejes de mover los hombros como respuesta... —volví a hacer lo mismo y no pude evitar reír levemente al ver su cara de disgusto. Hugo me miró sorprendido.
—Cuando dejes de mover los hombros como respuesta... —volvió a repetir, esta vez no me reí.
—Eso ya lo has dicho hace un segundo.
—Era para volver a escuchar tu risa.
—Me ha causado gracia tu cara de después.
—Oh... Gracias por llamarme payaso, querida Lisa.
—No te he llamado payaso. Sólo... —busqué las palabras adecuadas pero no sabía que decirle, en realidad—. Olvídalo.
—Lo olvido —hizo unos raros sonidos con la boca—. Si quieres, te envío un mensaje para quedar o me lo envías tu a mí cuando te apetezca y nos vemos.
—De acuerdo. Hasta otro día Hugo.
—Adiós, querida Lisa —abrí la puerta, entré pero su pie no me dejó cerrarla—. ¿Te vas así? ¿Sin un beso ni un abrazo ni nada? —me acerqué para darle un beso en la mejilla pero se alejó. No entendía nada.
Me miró negando suavemente con la cabeza.
—No quiero forzarte a nada. Si no sale de ti darme un beso o un abrazo pues no quiero que me lo des, pero yo si quiero despedirme de ti.
Puso su mano en mi mejilla derecha y dio un beso en la izquierda, haciéndome cerrar los ojos ante tal dulce gesto. Dio un paso hacia atrás y en su cara había una sonrisa gigantesca.
—Ahora sí, buenas noches Lisa.
—Buenas noches —cerré la puerta y me fui a mi habitación, dándome cuenta al sentarme en la cama que tenía sus guantes puestos. Me los quité y los dejé encima de la mesita de noche.
Justo en ese momento me llegó un mensaje:
Conversación vía mensajería
"Hola, soy Hugo."
"Hola. Por cierto, tengo tus guantes."
"No importa, ya me los devolverás la próxima vez que nos veamos."
"Vale, buenas noches."
"Buenas noches, querida Lisa."
Fin
Le agregué a contactos y dejé mi móvil a un lado.
Lo que quedó de día fue lo mismo de siempre: Esperar a mis padres, cenar con ellos y finalmente escuchar música hasta dormirme.
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A la mañana siguiente me despertaron los chillidos de mi madre:
—¡Lisa, despierta! ¡Hora de ir de compras! —tapé mis oídos con la almohada, quería seguir durmiendo. Al rato, unas manos quitaron ferozmente la almohada de encima mío—. Lisa, ¿¡Qué te he dicho!?
—Vale —me levanté de un salto para que dejara de gritarme—. Ya me visto —cerró la puerta y fui al armario a coger algo de ropa: Opté por un jersey rojo de cuello alto y unos tejanos negros, mis deportivas azules y mi abrigo. Cogí mi teléfono móvil, me peiné y fui al comedor, mi madre ya me esperaba en la puerta.
—¿Quieres desayunar antes de irnos?
—No tengo hambre.
—Vale. ¡Adiós Cristian! —se despidió de mi padre y yo hice lo mismo.
Nos subimos al coche, que estaba aparcado justo en frente de mi casa, y fuimos directas al centro comercial.
Aparcamos en el garaje y subimos por el ascensor hasta la segunda planta, que era donde estaban todas las tiendas.
Nos pasamos toda la mañana recorriendo todas y cada una de las tiendas y me compré: Tres pares de pantalones muy ceñidos, cuatro camisetas muy femeninas, dos faldas bastante bonitas, unos zapatos, unas deportivas y un abrigo muy grueso.
—Cuando llegues a casa, puedes hacer una limpieza de armario —dijo mi madre mientras nos subíamos al coche.
Asentí. Eso fue todo lo que nos dijimos durante el camino de vuelta.
Al llegar a mi casa, concretamente a mi habitación, y dejar las bolsas, mi móvil empezó a sonar. Al sacarlo de mi bolsillo en la parte superior de la pantalla leí su nombre. Me estaba llamando.
Continuará...
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Sólo amigos, lo prometo
RomanceHugo, el chico idóneo para Lisa; Lisa, la chica perfecta para Hugo. Un simple café unió sus vidas aquella tarde. Una promesa prohibió cualquier tipo de sentimiento. Un sencillo abrazo hizo flaquear aquel pacto. Un beso hizo q...