27. "Sólo tus ojos me ven preciosa"

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Todo el aire que había en la habitación era insuficiente. Mis emociones estaban al límite. Era una declaración total por su parte. Acababa de decirme que estaba enamorado de mí, que me amaba.

Sus ojos se veían diferentes, se podía observar un brillo especial instalado en ellos, sin importar la iluminación que recibían de la tenue luz que desprendía la bombilla. Brillaban intensamente.

Lo único que nos limitábamos a hacer era mirarnos. Mirarnos como si no hubiese nada más, mirarnos como si no existiese el concepto de tiempo, como si no hubiese un reloj. ¿Qué importaba el paso del tiempo? Me quería, le quería, nos queríamos. Ese hecho era suficiente como para ignorar las horas, los minutos, los segundos.

Pero eso era lo que pasaba por mi mente, la realidad era diferente. El tiempo pasaba rápido, y ya se nos había hecho un poco tarde. Debíamos ir al instituto.

—De-deberíamos prepararnos Hugo, se nos ha echado el tiempo encima.

No le di una respuesta, no le comenté mis sentimientos; supongo que por el estado de asombro en el que me encontraba. Sus facciones cambiaron, ahora sus labios formaban una delgada línea recta y sus ojos denotaban decepción.

—Claro —murmuró para después soltar un largo y pesado suspiro.

Sin decir una palabra más me dirigí al baño. Lavé mis dientes, me peiné y cambié mi pijama por mi ropa. Después volví a guardar todas mis cosas en la mochila y salí de allí.

Hugo ya estaba preparado y se encontraba viendo la tele.

—Ya estoy —comenté cuando llegué al comedor. Él no se movió.

Avancé unos pasos hasta quedar a menos de medio metro del sofá en el que se encontraba sentado. Sólo le miraba, me arrepentía de no haber contestado nada, me arrepentía de no haberle mostrado mis sentimientos, pero no era de esas personas que expresan fácilmente lo que sienten. Me costaba mucho.

Hubo un momento que levantó su cabeza y me miró directo a los ojos, profundo, hipnotizante, pero no era incómodo. Poco a poco fue moviendo su brazo por el reposabrazos hasta que su mano encontró la mía y arrastró mi cuerpo hasta quedar sentada encima de él. Debido a lo alto que era, nuestras caras quedaban perfectamente a la misma altura. Unió nuestras frentes y volvió a soltar un suspiro.

—No pretendía que respondieras, sólo... —pensó unos segundos en como expresar lo que por su mente divagaba—. No lo sé, querida Lisa. Esperaba algo, algún sencillo detalle. Un gesto, una expresión... algo.

—Yo... —como ya se hacía costumbre, me calló con su dedo índice.

Me gustaba cuando hacía que de mi boca no salieran más palabras, porque lo hacía justo en momentos que tenía miedo a hablar de manera torpe.

—No quiero que respondas porque te he dicho esto. No quiero. Prefiero que no digas nada.

—Lo siento.

—Oh por favor... No lo sientas. No sientas nada cuando se trata de reacciones, de sentimientos. No te salió nada, así está bien. Te quiero tal y como eres, y tengo claro que no eres de expresar lo que sientes.

Asentí.

—Ahora sí que se nos ha hecho un poco tarde. Tenemos que irnos ya si no queremos llegar tarde.

Me levanté de su regazo y cogí la mochila que había dejado a un lado de la puerta justo antes de entrar al salón. Llegamos a la puerta y llegó la hora de marcharse.

—¿Nos vemos esta tarde? —cuestionó.

—Claro. ¿A qué hora?

—¿17:30 te va bien?

Sólo amigos, lo prometoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora