40. Castigo y casualidad

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Un odioso sonido empezó a retumbar por toda la habitación, despertándome. Pocas cosas me desagradaban más que el ruido del despertador.

—No puede ser. ¿Ya nos tenemos que levantar? —cuestioné mientras Hugo se disponía a desconectar el maldito aparato.

—Sí querida Lisa, ya es hora.

Hugo llevó su mano hasta su frente y frotó la zona varias veces.

—¿Te duele la cabeza?

—Bastante.

—¿Dónde tienes las medicinas? Algo debes tomar, no puedes ir en ese estado al instituto.

—Da igual, Lisa. De las medicinas se encargaba mi madre. Ahora ya no hay nada que tomar, se acabaron.

Asentí y volví a lo que tenía planeado hacer anteriormente: vestirme. Antes de irnos a dormir, por suerte, Hugo había dejado nuestra ropa encima del radiador. Por lo tanto, ya se encontraba seca y a una temperatura perfecta.

Fui hasta allí y recogí mis prendas. Volví al lugar donde antes estaba sentada y me vestí. Daba gozo ponerse la ropa a esa temperatura, ya que nos encontrábamos en una época donde hacía frío algún que otro día. Peiné mi cabello con los dedos y me calcé con mis zapatos mojados.

—Hugo, debería irme ya. Tengo aún que ir a mi casa para coger la mochila.

—Claro, te acompaño.

—No importa. Ya voy yo sola. ¿Nos vemos esta tarde?

—Claro querida Lisa. Ya te estoy esperando.

Planté un beso en sus labios y me fui a mi casa.

Al llegar, mi madre estaba esperándome en el sofá; sentada, con los brazos cruzados, con una cara de enfado realmente amenazante y con la televisión apagada.

—Lisa, no puedes seguir así.

Esas fueron las palabras que empleó. Ni un saludo, ni como había estado, ni nada.

—¿Así cómo? Mamá, ya tengo 17 años, ya sé lo que hago.

—Oh no Lisa... No tienes ni idea de lo que haces. Hace un tiempo, te pasabas todo el día en casa; y tu padre y yo te sugerimos que tenías que quedar más con tus amigos. ¿Pero ahora? Ahora ya prácticamente no te vemos. ¿No puedes encontrar un punto medio?

—Estoy con Hugo todo el tiempo del mundo porqué es mi novio. Quiero estar con él. Además, ya no tengo 15 años, ya no me puedes decir lo que tengo que hacer.

Admito que se me fue de las manos y levanté demasiado el tono de voz.

—A mí no me chilles, señorita. ¿Pues sabes qué? Que vives bajo este techo, y como vives bajo nuestras reglas estás castigada.

—¿Qué? ¡No puedes hacer eso! ¡Le prometí a Hugo que cada noche dormiría con él!

—Pues mucho me temo Lisa, que no va a ser posible.

—¿Por qué haces esto?

—Porqué somos tus padres y nos preocupamos por ti, y te estás olvidando de lo realmente importante. Espero que las notas no bajen, porqué como sean negativas, olvídate de Hugo. Al principio, él me parecía muy buena opción para ti, una oportunidad de madurar, de avanzar, de abrirte a los demás. Y él no es mala gente, para nada; pero no quiero que te distraiga de tus obligaciones.

—¡No lo hace! Todo irá igual de perfecto que siempre.

—También te olvidas de que nosotros estamos aquí, esperando algún tipo de señal tuya. Esperamos una llamada que nunca llega o esperamos que la señorita no esté ocupada para que pueda contestar a nuestra llamada y hacernos saber que todo va bien.

Sólo amigos, lo prometoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora