34. Discusión

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Después de 30 minutos andando de vuelta a casa, quedamos delante de mi hogar. Hugo sólo se encontraba de cuerpo presente. Tan sólo sujetaba mi mano y miraba a la nada, pensando en tantas cosas... Que hasta asustaba. O quizá por su cabeza no pasaba nada. Su estado era indescifrable.

—Hugo, tienes que animarte —me miró serio.

—Me lo sugiere alguien que, cuando nos conocimos, lo único que hacía era lamentarse y decir que todo lo que le rodeaba, era una mierda. No me pidas algo que tú no supiste hacer.

Respiré hondo. Ese comentario me había afectado más de lo que debería.

—En-entiendo que estés afectado por lo que ha ocurrido, pero no tienes por qué contestarme así Hugo. Sólo intento ayudarte.

—Yo también intentaba ayudarte. Pero acababas reprochando, o negando mis palabras, o llorando. Siempre era lo mismo.

—Creo que deberíamos dejar aquí esta discusión —sugerí.

Me alejé unos pasos de él y, sorprendentemente, no siguió mi camino como hacía habitualmente.

—Lisa, no te alejes —murmuró con voz desesperada.

Chisté y giré mi cuerpo para enfrentarle. Él me observaba serio, y a su vez, su mirada me pedía a gritos que me acercara y le abrazase.

—Eres tan incomprensible... —empecé a sollozar—. Primero me echas en cara que tiempo atrás me quejaba de todo, que era pesimista y que tu ayuda aparentemente no servía para nada. Y ahora me dices que no me aleje. No te entiendo —mi llanto se hizo más notorio.

—No me entiendo ni yo. No quieras ni pretendas entenderme.

—Quiero comprenderte porque te quiero. Quizá, tú al principio no me entendías. Para ti, yo era preciosa y, en cambio, yo pensaba que de bonita no tenía nada. No comprendía que tú pudieses verme así; no creía tus palabras. Pero tú querías que entendiera tu visión sobre mí y que me viese como tú me veías.

—No es lo mismo tu caso que el mío.

—Sé que lo que a mí me ocurría es la tontería más inmensa del planeta Tierra comparado con lo acontecido días atrás en tu vida.

Su mirada se enterneció y suspiró.

Se fue acercando tan lentamente que era desesperante según mi parecer. Secó las lágrimas que recorrían toda la superficie de mi rostro y finalmente, acarició mi mejilla. Para ser sincera no entendía sus actos, y que su estado de ánimo hubiese pasado de parecer cabreado a ser cariñoso.

Pero ignoré todos y cada uno de esos pensamientos que corrían por mi mente al sentir su mano recorrer toda la piel de mi mejilla. Esa caricia irremediablemente hizo que mis ojos se fueses cerrando, y que todo lo discutido anteriormente no importase nada. Hacía tiempo que no sentía su tacto. Lo demás, era indiferente.

—Claro que importa, querida Lisa. Importa porqué a ti te afectaba.

—Hugo, me estás volviendo completamente loca. Primero discutimos y me echas sucesos en cara, y luego te acercas y me acaricias con tus suaves manos haciendo como si nada hubiésemos hablado. No puedes hacer eso.

Observó mi rostro con detenimiento, como si estuviese analizando cada milímetro de mi piel.

—Bésame Lisa.

—¿Qué? Estamos discutiendo. ¿Estás loco?

—Completamente. Estoy loco por ti.

—¿Estás jugando conmigo?

Pasó su brazo por mi cintura y me atrajo hacia él.

—Jamás jugaría contigo, amor.

Unió nuestras frentes y ya me tenía de nuevo fuera de juego. Sus gestos, sus palabras, sus caricias, sus miradas, su aroma, sus labios; él.  Producían algo muy especial en mí.

Sólo amigos, lo prometoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora