49. Palabras y promesas

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—Sería incapaz de terminar con nuestra relación.

—Lisa —su voz sonaba demasiado inestable—, ¿por qué tienes que marcharte lejos? ¿Adónde?

—He suspendido una gran parte de las asignaturas. Mis padres dicen que tú eres el obstáculo. Que si no te veo y no estamos juntos,  volveré a mis excelentes notas. No sé adónde voy a ir. Sólo sé que me envían a estudiar fuera.

—No soportaré tenerte lejos, querida Lisa —unió su frente con la mía y me fijé en su mirada. Había perdido ese brillo especial. Se sentía decepcionado.

—Lo que sentimos podrá con todo. ¿Qué significa distancia cuando se trata de nosotros? —cuestionó.

—¿Y si sólo lo imaginamos Hugo? Quizá sólo es un pseudosentimiento. Tal vez anhelábamos tanto el ser amados y encontrar a alguien especial, que tal vez no es ni fue un sentimiento puro, sino la necesidad en sí de ser querido. Nos obsesionamos con las ganas de tener a alguien a nuestro lado sin saber si realmente sentíamos lo que creíamos sentir. La mente puede ser en ocasiones más convincente que el corazón. Tal vez es falso lo que tenemos.

Me permití el lujo de parar unos segundos para humedecer mis labios y suspirar.

Era una estupidez lo que intentaba hacer: convencerme a mí misma de que cuando me fuese, Hugo y la distancia que nos alejaría dolerían menos. Que lo que sentía era un sentimiento que mi mente había creado para llenar ese vacío que en mi cuerpo habitaba.

—Pero si lo que sentimos fuese real, dicen que la distancia es el olvido, que el tiempo es el olvido. Y los dos sufriremos ambas realidades.

— Estás intentando autoconvencerte de algo que sabes que es completamente falso e irreal. Me quieres tanto como yo te quiero a ti. Nos duele por igual que nos separemos, ¿pero sabes algo? Creo en nosotros. Creo firmemente en ti y en mí. Sé que cuando vuelvas te estaré esperando —levantó su mirada y juro que no miento cuando digo que mi corazón se saltó un latido—. Lo prometo.

No pude evitar sonreír. Hugo, a esas alturas, ya me conocía demasiado bien.

—No hagas promesas que no sabes si podrás cumplir —comenté.

—Sé que así será.

—Ojalá y tengas razón.

Rodeó mi cintura con sus brazos y apoyó su cabeza en mi hombro. Su respiración chocaba contra mi cuello, y producía en mí tal sensación que mi piel se erizó.

—No cualquiera podría conseguir erizar tu piel sin tocarte —pasó su dedo índice por la zona.

Asentí y cerré los ojos. Desearía con todas mis fuerzas que ese momento fuese eterno.

—Fuguémonos —susurró.

Solté una leve carcajada a medida que abría los ojos.

—Sí, claro.

—Lo estoy diciendo en serio.

—Mis padres nos encontrarían. Además, es una locura, no es posible. Al menos por ahora.

Levantó su cabeza de mi hombro y me miró. Parecía haber recordado algo en lo que no había caído con anterioridad hasta ese instante.

—Lisa, me-me dejarás solo. Únicamente me quedas tú. Si te vas, ya no tengo a nadie.

Quería responderle, deseaba decirle alguna reconfortante palabra. Pero nada podía decirle ya que esa era la verdad.

—No me hagas esto. Sabes que lo último que quiero es alejarme de ti. No es decisión mía. Sólo puedo decirte que lo siento. Si por mi fuese, me quedaría aquí contigo hasta el fin de nuestros días. Volveré lo antes posible, y cuando lo haga, nunca me alejaré de ti ni un centímetro. Lo prometo.  

Sólo amigos, lo prometoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora