Ornela se dormía acurrucada a mi hombro derecho, y el perro en mi regazo en igual condición, mientras que yo solo estaba sentado contra la pared, con los ojos cansados del aburrimiento y quizás de la vida, esperando a que alguien pusiera dinero en la lata que tenía en frente de mis pies.
Pasaba un número considerablemente alto de gente de un lado para el otro. La enorme mayoría de ellos miraban fugazmente, algunos con indiferencia, otros expresaban un poco de empatía en sus miradas, pero solo se limitaban a eso.
Estaba nublado. El cielo estaba teñido de grisáceo oscuro, y eso era preocupante. Y por si fuera poco, la comida ya estaba contaminada, y es que fue escondida bajo pésimas condiciones. El hambre volvía. Me sorprendía que ni Ornela ni el animal se despertaran ante los bestiales rugidos de mi estómago.
Estaba ya arrepintiéndome de haberme compadecido del perro. La peor de las ideas fue adoptar un animal sin tener recursos ni para sobrevivir nosotros mismos. O al menos, eso es lo que pensaba.
Estar rodeado de almas durmientes solo me incentivaba a quedarme dormido también. Pero una gota muy pequeña pero bastante fría que toco mi nariz, me hizo abrir los ojos de repente.
<<Jodimos. Ya llueve>>
Pero en cuando me puse atento al entorno, me percaté de que justo en frente mío, estaba una mujer... era esa mujer... Solange. No creí que la vería nuevamente en un solo día.
-Sera mejor que vayan a buscar refugio. Hace mucho frío y ya está lloviznando. Tomen-
Nos mostró otra bolsa. Una nueva, reluciente y con nuevo contenido cuyo buen aroma llegaba a mis fosas nasales y me hacían sentir cierta paz interior. Quizás fue eso lo que provoco que el perro levantara la cabeza con las orejas en alto, e incluso la dormilona se despertara.
Mientas tomaba la bolsa y regañaba al peludo roñoso por querer husmear adentro, la chica no dijo nada más por aquella vez y se fue sin siquiera molestarse en sonreír por amabilidad.
Llovía un poco más fuerte, hacia frío y el ambiente ya estaba de por si deprimente. Pero nada de eso me impedía estar momentáneamente feliz por tener algo que comer para ese día.
Estábamos a punto de irnos, pero viendo de lejos en la otra vereda me llamaba la atención un par de individuos. Eran dos niños, uno alto que parecía un pre-adolescente y el otro más menor y bajo. Ambos murmuraban mientras nos miraban. Creí que se burlaban por razones que solo ellos entendían, pero no se estaban riendo. Supe que lo más sabio era ignorarlos, pero en el fondo me sentía un poco a gusto de encontrar chicos callejeros de mi edad... o por lo menos, ellos lucían como tal.
Mi idea era que volvamos a lo que considerábamos "nuestro refugio". A este punto, la lluvia parecía ducha. En toda la caminata, Ornela lloriqueaba pidiendo que yo la cargue debido a su temor al perro. No es que yo no quisiera hacerlo, pero se me iba a ser muy difícil cargar a Ornela junto con la bolsa. Ya he repetido lo pesada que era ella para mí.
Ella solo se sostenía de mi brazo mientras yo avanzaba. Temblaba muchísimo, como si estuviera en medio de una guerra, o un espectáculo fenomenal de fuegos artificiales. La bestia solo estaba detrás nuestro siguiéndonos sin la más mínima intención de lastimar a nadie.
Todo nuestro cabello y ropas estaban empapados. Cada tanto el perro se sacudía y parecía un riego automático. Ornela ya no era tan ruidosa llorando, pero aun así daba lastima ver como sufría estar mojada, con hambre, y un perro de la misma estatura que ella siguiéndola.
Suspire de alivio al encontrarnos finalmente con aquella construcción de la que veníamos. Una vez adentro nos habíamos olvidado del mal olor que echaba el colchón donde nos habíamos acostado Ornela y yo, y también de la cantidad de ratas que entraban cuando no había nadie. Pero bien que nuestro compañero peludo se entraba adentro como un disparo para cazarlas. Logro capturar a una, mientras que el resto se escabulleron. Ambas cosas eran buenas. El animal se recostó en el mismo colchón para masticar lo que sería su presa. Y nosotros ya teníamos nuestro alimento para llenarnos.
Los ánimos marchaban un poco mejor de lo que un día lluvioso podría ofrecer. Pero aquello se puso e duda cuando se note que un hombre tambaleante se estaba acercando... y no parecía apacible.
-HEEEYYYY! QUE HACEN EN MI CASA, TROZOS DE MUGRE!!!-
Desde que sucedió el incidente con Andrés que no se me había erizado tanto la piel. El horror sacudiendo mis partículas era incontrolable. Tanto Ornela como yo parecíamos liebres espantadas. Ni nos molestamos en entender lo que nos quiso decir. Si sé que este hombre no quería irse bajo ninguna circunstancia
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Despojos de Arañas
Teen FictionMario y Ornela son dos hermanastros que, tras la muerte de sus respectivos padres, se ven obligados a permanecer juntos, intentando confrontar un mundo cruel y despiadado desde la tierna infancia. Ellos intentaran salir de su desesperada pobreza a t...