-Muchas veces me dijeron que soy un exagerado. Un traumado de la vida con quien una nena inocente tuvo la mala suerte de permanecer a modo de condena-
-¿Crees que tienen razón?-
El terapeuta parecía tener muy claro lo que le preguntaba a su paciente.
-En parte...- Mario solo miraba al suelo con bajeza como un niño regañado.
-¿Cómo "en parte"?, ¿A que te referis?- Dijo el hombre curioso pero calmado.
-Es que ellos no conocen lo que sufri, doctor. No lo entenderían-
-Hmm Mario. A veces dejar ir no puede llevar a algo malo. Tu hermanastra necesita que la dejes ir-
Se formo una pausa.
-Deje ir a mi madre, doctor... No pienso hacer lo mismo otra vez...-
Ya era Domingo, y Ornela volvió a salir sin aviso previo. Esta vez eran las once de la noche, y ni siquiera Renata y su perra estaban enteradas de su escapada.
Ella y Mario no se hablaron por tres días desde el alboroto. Al segundo amanecer, Mario toco la puerta de ella para hablarle, pero era inútil. Ella continuaba dolida, y algo resentida al respecto. De momento, su hermanastro parecía ya ocupado. O al menos eso parecía, ya que en plena medianoche, la luz encendida se evidenciaba a travez de su ventana.
Al salir por su puerta, Ornela creyo que se delataría debido al ruido chirriante se que se producia. Pero nadie se dispuso a salir del departamento de el. Ninguna señal de vida había además del brillo de la luz en el interior. Aun asi es probable que el si haya sentido aquel ruido.
Ella se coloco la capucha de su gran buzo, presintiendo que las nubes opacando las bellas estrellas amenazarían con una llovizna.
Llegando ya a la esquina de su misma cuadra, se encontraba un joven como ella, apoyándose de hombro al poste del semáforo, en la espera.
Federico.
La rubia llego intentando sonreir para aprovechar como sea su noche de diversión que ella anhelaba por mucho tiempo.
-¿Asi pensas ir?- Federico se rio, al ver a una encapuchada que pareciera que tuviera miedo de mostrar su rostro.
-Luego me cambiare en el baño- Ornela se encogio de hombros al hablar.
Tomados de la mano, ambos adolescentes sedientos de emociones fuertes, iban de camino al club nocturno Halloween. Por las calles los peatones eran muy escasos.
A lo largo del camino, Ornela decidió abrirse con Federico deliberadamente, y contarle los incidentes recientes con Mario, y expresar entonces lo mucho que le frustraba todo.
Federico no hacia mas que reírse de toda la anécdota, echarle en cara lo imbécil que era su hermanastro, y criticar toda su molesta y exagerada protección sobre Ornela. Ella no se sentía mal contándole sus penas a quien consideraba su amigo de confianza, pero tampoco le gustaba tanto que se burlara de Mario, aunque haya tenido razón. Aun asi ella no dijo nada.
Llegaron. El edificio no se veía tan grande desde afuera. Mas que la entrada a un boliche, parecía una entrada a un bar. Por fuera tenia un letrero grande, iluminado, pero no muy renovado indicando que era el boliche Halloween. Al abrir la puerta, dieron con una escalera que dirigía hacia una especie de sotano. Una vez abriendo también la puerta del mismo, se encontraron finalmente con un gran espacio de aproximadamente veinte kilómetros de anchura, repleta de gente cual hormiguero activo. Ahora se entendia el por que del tamaño tan diminuto del edificio, ya que en realidad, ese boliche tan buscado resulto ser subterraneo.
ESTÁS LEYENDO
Despojos de Arañas
Novela JuvenilMario y Ornela son dos hermanastros que, tras la muerte de sus respectivos padres, se ven obligados a permanecer juntos, intentando confrontar un mundo cruel y despiadado desde la tierna infancia. Ellos intentaran salir de su desesperada pobreza a t...