-No entiendo que sigas así, Zayn.-
El hombre veía la figura femenina frente a él. La veía borrosa, su imagen distorsionada porque en realidad sus ojos estaban abiertos pero no hacían más que secarse. Su cuerpo estaba rígido, apretado contra los almohadones del sillón de aquel lindo living. Y su mente estaba en blanco, como si a partir de lo sucedido se hubiera vuelto incapaz de pensar y estuviera condenado a vivir en una suerte de tiempo estático y aislado.
-Realmente no entiendo qué te sucede.- insistía -No podes estar así, ella no era más que tu ex esposa.-
Las palabras retumbaron en su cabeza generando un ruido tan agudo y molesto como el chirrido de un par de uñas afiladas contra la superficie de un pizarrón. Inconscientemente murmuró:
-Ella era mucho más que eso.-
La mujer, cruzada de brazos no se mostró para nada contenta con aquella respuesta. Y exclamó algo que él ya no escuchó, otra vez se sumergía en su burbuja de lagunas blancas.
Él había contraído matrimonio cuando aún era muy joven, había sido un impulso. Él y su novia habían estado tan enamorados el uno del otro que la idea había aparecido como una chispa en medio de la oscuridad de una noche fría, y habían corrido al primer registro civil disponible para que los declararan marido y mujer. Ella no había llevado más que un vestido de un color azulado que en ese verano había estado de moda, dejaba los brazos femeninos completamente desnudos y se abotonaba de arriba a abajo completamente por el frente; y él había ido de jeans y camisa blanca. Aún recordaba con gracia que los anillos eran una simple banda de oro que habían conseguido en una joyería del centro, y que él había insistido en comprar un pequeño ramo de rosas blancas a un anciano que las vendía frente al registro donde se casaron. Sus madres habían estado tan ofendidas.. Los únicos testigos de la unión habían sido un par de amigos de ambos que por ese entonces eran parte del activismo hippie.
Su luna de miel había consistido en un viaje de medio día en micro hasta la ciudad balnearia más cercana. Se habían hospedado en un hostel cercano a la playa para poder ver al mar desde la ventana del escueto cuarto, y habían pasado días enteros haciendo el amor con el sonido del agua y la brisa marítima fresca entrando por la ventana abierta.
Para ellos había sido todo idealmente espontáneo y fresco.
Incluso les había resultado agradable la vuelta a su apartamento, descansando apretujados el uno contra el otro en aquel bus lleno de pasajeros ruidosos.La convivencia nunca fue un problema para ellos, y el amor tampoco. Se conocían tan bien, se querían tanto, eran una pareja tan joven, que había sido imposible que alguien pudiera dudar de su futuro.
Pero algo cambió.
Nunca habían dejado de quererse ni de llamarse por teléfono cada tanto para conversar; pero en un momento habían empezado a vivir en departamentos separados y un veinticinco de abril habían acabado firmando los papeles que rompían cualquier vínculo legal entre ambos.A veces iban a almorzar juntos, y conversaban por horas; habían hecho eso por mucho tiempo.
Él recordaba que cuando se habían separado oficialmente se habían prometido dos cosas: él le había pedido que nunca dejaran de verse por mucho que algún día pudieran llegar a odiarse, pues eran lo más cercano a un mejor amigo que ambos habían tenido alguna vez en la vida. Y ella le había hecho prometer algo que él había aceptado sin creer completamente que algún día debería cumplirlo.Él había conocido a su actual esposa unos años después. Desde un principio le había comentado que él tenía una buena relación con su ex, que era su mejor amiga y que esperaba que confiara en que todo ese amor que aún se guardaban el uno por el otro no tenía nada que ver con la pasión. Ella parecía haber logrado aprender a vivir con ello, por mucho que todos sabían que la situación no acababa de dejarla calma.
Durante mucho tiempo las cosas habían funcionado de aquella forma.