El celular había vibrado ya cinco veces desde que estaba abandonado sobre la mesa del comedor. Y Zayn no hacía más que mirarlo a lo lejos y dejarlo sonar. Una y otra vez.
No necesitaba encender la pantalla para ver quién era. Por supuesto que era Bailey.
Pero no tenía ganas de ver las sugestivas fotos que probablemente le había enviado, o leer mensajes absurdamente sugerentes o simplemente comunes. Lo cierto es que no quería nada de ella, ya no.Porque Perrie había salido una vez más, y desde que había vuelto borracha aquella noche, ambos habían hecho como que todo seguía igual. Pero no todo era igual, él no lo era. No podía dejar de recordar los ojos vidriosos de su novia, irónica pero tan angustiada.. Jamás había sentido algo así, pero la imagen de los ojos quebrados de Perrie le hacía doler el pecho.
Cada vez que ella abandonaba el departamento y volvía en la madrugada, no podía dejar de imaginarla llorando en brazos de una amiga tan alcoholizada como ella, o peor aún, estando sentada sobre el regazo de otro hombre. Le enfurecía pensar en otro tocando la piel cremosa de sus muslos o si quiera viendo de cerca sus labios curvados en una sonrisa después de un buen beso. Y sabía que era malditamente egoísta e hipócrita. Si hacía tanto que a penas la tocaba.. Y Perrie probablemente jamás sería capaz de hacerle algo como lo que él le hacía. Pero igual se sentía enfermo; enfermo por lastimarla y por dejarla a mereced de cualquier imbecil con intenciones de aprovecharse de ella. Un imbecil como él mismo.El celular sonó una vez más y estuvo a punto de ceder al impulso de arrojarlo contra una pared, pero el nombre en la pantalla lo detuvo. Perrie.
No dudó en tomarlo y menos aún tuvo la intención de apagarlo como acostumbraba hacer cuando ella lo llamaba.
-¿Zayn?- la voz del otro lado sonaba congestionada, el ruido de fondo resultaba insoportable.
-Perrie, ¿qué ocurre? ¿Estás bien?-
-Necesito que vengas.. Por favor.- la escuchó sorber la nariz y temió que estaba llorando -Por favor.-
-¿Dónde estás?-
-En.. El club de Alan.-
-Estoy en camino, Pezz.- ¿cuánto hacía que no la llamaba así?
-Gracias.- fue apenas un murmullo, pero lo oyó, a pesar de que supo darse cuenta que lo ahogaban lágrimas.
Por primera vez en mucho tiempo tuvo miedo. Miedo de que algo le hubiera sucedido.
Mientras manejaba camino al club, recordó que ahí se habían conocido. Él acababa de graduarse de la Universidad y estaba celebrando con unos amigos - que pronto lo habían cambiado por un par de extrañas -; y Perrie estaba ahí acompañando a una amiga que había quedado para verse en aquel lugar con un viejo compañero de la escuela. Ella había estado sentada junto a él en la barra, esquivando los comentarios aduladores del cantinero, hasta que decidió hablarle.
Ella había parecido algo sorprendida, pero recordaba que había seguido la conversación sin problema alguno; y él en ningún momento había podido dejar de pensar que era demasiado linda. Porque ella en verdad lo era, podía haber sido un novio de mierda todos esos años, pero jamás había podido dudar que todos los días despertaba junto a una mujer jodidamente hermosa.Para cuando llegó a la puerta del bar, aún estaba recordando que esa primera noche que la había conocido, Perrie había tomado demasiados tequilas en seco, y le había permitido besarla tan profundo que él se había sentido desesperado por dormir con ella. Sin embargo no lo había hecho, ella le había susurrado al oído que si quería llevarla a la cama, primero tenía que llevarla a cenar.
Él aún no sabía por qué, pero por alguna razón había sentido que tenía que hacerle caso. Y eso fue justamente lo que hizo.