Parte 1: Ingreso en prisión

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Peter sabía que aquel sonido estridente le iba a taladrar no sólo los tímpanos, sino también el cerebro, desde el primer momento en el que este llegó a sus oídos.
A decir verdad, era el único sonido que, al activarse con la apertura de puertas de aquella prisión, le devolvía por momentos a la realidad.

Entre tanto, su cerebro había decidido desconectar del mundo. Sus pasos no eran más que un errático movimiento de piernas temblorosas que se mimetizaban con las del resto de nuevos reclusos.
Peter se limitaba a seguir, en fila india, al hombre que tenía delante de él, ataviado con el mismo uniforme naranja y sosteniendo una bandeja similar a la suya, que contenía las sábanas sobre las que dormirían aquella noche cuando hicieran la cama que le iban a asignar.
Eran cinco los nuevos presos que ingresarían a prisión y, mientras seguían sin romper la fila al funcionario que les guiaba por aquellos pasillos de andrajosas y descuidadas paredes, que antaño debieron de ser de un blanco nuclear, Peter continuaba sumido en su trance particular.

¿Cómo había llegado hasta allí?

Era una pregunta retórica. Bien lo sabía, mas no podía dejar de formularse continuamente la misma pregunta.

Otro sonido estridente, similar al de una bocina salvo por el tono grave y parecido al de una alarma, devolvió a Peter a su realidad: llevaba aquel uniforme naranja, le habían despojado de sus pertenencias en la recepción, se encontraba encerrado y aislado de su familia y debía pasar un tiempo indefinido en aquella cárcel.

La última puerta enrejada, que separaba la zona administrativa del centro penitenciario de la de presos y celdas, se abrió tras el previo aviso del sonido estridente. El funcionario les indicó que les siguiera.

Peter entornó los ojos por primera vez, y vio ante él una enorme estancia, en cuyos laterales se encontraban filas y filas de celdas, una contigua a la otra.
Un par de escaleras, a ambos lados del recinto, subían al piso de arriba, poblado por más celdas aún.

Por desgracia para el chico, el lugar no estaba precisamente desierto. Decenas de presos paseaban por la zona, algunos dentro de sus celdas, otros sentados en algunas sillas, en los escalones...

Y todos acababan de centrar su atención en los recién llegados.

Se oyeron silbidos, comentarios obscenos y risas. Peter notó que las piernas le temblaban aún más que antes, y tuvo que tomar aire profundamente, un par de veces, para intentar mantenerse erguido y no caerse al suelo de los nervios.

Por suerte para él, los presos no se les acercaban más de la cuenta, pero escuchaba perfectamente sus comentarios.

Estaba muerto de miedo.

El funcionario se detuvo delante de una de las celdas, que permanecía abierta debido al horario diurno.

—Dennis Allen, celda 142—dijo, mirando al hombre que encabezaba la fila india.

Señaló hacia la celda, y el recién llegado se internó en ella.
Peter era el segundo de la fila, por lo que imaginó que la siguiente celda sería la suya.

Pero no fue así. El funcionario fue deteniéndose delante de otras tres celdas, llamando al resto de presos por delante de él.
Cuando quiso darse cuenta, se había quedado solo con el funcionario.

Lo guió escaleras arriba, pasando junto a otros presos que miraban a Peter con lascivia y hacían comentarios que el chico prefirió intentar obviar.

"Ahora entiendo cómo se sienten las chicas..." pensó, tragando saliva y notando que esta se le hacía bola en la garganta.

Los nervios le iban a matar. Sentía que podría estallarle el corazón de lo fuerte que le golpeaba en el pecho con cada palpitación.

—Peter Parker—lo llamó el funcionario, deteniéndose al fin ante una de las celdas—. Le corresponde la 222.

Entre rejas (Starker)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora