Capitulo XX

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"Querida Mavis:
Procurad no preocuparos tanto por vuestra pupila o acabaréis cayendo enferma. Me da la impresión de que Lady Lucy es una muchacha con un gran sentido común. No permitirá que ningún hombre abuse de ella.
Vuestro fiel servidor,
Zeref"



Después de cómo había perdido la paciencia en la posada, Natsu estaba preparado para soportar una retahíla de recriminaciones, una descarga de rabia o, como mínimo, malas caras por parte de su nueva esposa en el carruaje.

Pero Lucy permanecía sentada en silencio delante de él, envuelta en el abrigo de lana que él le había comprado, con la vista perdida en la ventana mientras en el cielo gris despuntaban las primeras luces del alba. Con las piernas y los pies encogidos, tenía un aspecto tan increíblemente joven que Natsu  sintió una fuerte punzada de dolor en la garganta.

Todavía no había cumplido los veintiún años, y había sido raptada, drogada, y arrastrada por la mitad del territorio inglés en tan sólo unos pocos días. Y por si todo eso fuera poco, se había tenido que casar con un hombre al que apenas conocía sólo para salvaguardar su honor. La habían despojado de su inocencia, y le habían pisoteado su orgullo. Sin embargo, aún era capaz de permanecer sentada pensativamente, como una niña pequeña ocupando el asiento de la ventana, a la espera de que llegara su papá.

O a la espera de que su esposo se convirtiera en algo distinto a lo que él era: un americano salvaje. Un bruto despiadado. Un hombre que perdía la paciencia sólo porque su esposa le ofrecía su fortuna.

Un idiota, que debería disculparse por ser tan idiota. Y que no tenía ni la menor idea de cómo hacerlo sin propiciar que ella pensara que podía vencerlo cada vez que se pelearan.

—Qué bello, ¿no te parece? —Lucy lo sorprendió con ese comentario inesperado.

Un nudo se adueñó de la garganta de Natsu.
—Sí, muy bello.

Dolorosamente bello. Incluso bajo la apagada luz de ese día gris, la cara de su esposa mostraba el brillo luminoso de un ángel de alabastro. Natsu tuvo que contenerse para no abrazarla y rogarle que lo perdonara.

Pero eso era una locura. Si actuaba así, lo único que le faltaría sería abrir su pecho y mostrarle a Lucy dónde tenía que apuntar para que le clavara la saeta en el corazón.

No obstante, no soportaba la idea de que ella lo viera como un ogro. Tenía que demostrarle que podía ser sensato, razonable. No un burdo idiota.

—Lucy, en cuanto a lo del dinero...

—Lo sé. No quieres mi fortuna.

—No es que no la quiera. Es que no es tuya.

Ella le dedicó una mirada tranquila, sosegada.

—Eso es lo que tú dices. En cambio yo creo que te equivocas.

—El tiempo lo dirá —declaró él evasivamente—. Hasta el momento no me has dicho nada que demuestre que estoy equivocado.

—Tendrás la verdad cuando hables con Anni . —Se arrebujó más con el abrigo—. Y Cuando veas lo terriblemente equivocado que estás acerca de ella, decidiremos qué hacer con mi fortuna.

—Quizá lo más sensato sería guardarlo para nuestros hijos.

Una expresión enigmática se dibujó en la cara de Lucy.

Seducir a un bribón nunca fue tan difícil (NALU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora