Capitulo XXIV

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"Querido primo:
¡Al fin tengo noticias! Lord Hearfilia ha recibido una carta confirmándole que su hija y el comandante Dragneel están de camino a Londres, ahora casados. Cómo me gustaría presenciar ese encuentro tan emotivo, pero me veo obligada a regresar a la escuela a causa de algunos asuntos pendientes. No obstante, tan pronto como pueda regresar a Londres, iré a verlos. Me muero de ganas por saber si mi querida Lucy está disfrutando de su vida de casada.
Vuestra amiga ahora más aliviada,
Mavis"


No tardaron en descubrir que el maldito carruaje de lord Eucliffle estaba en Carlisle, en la posada donde El Azote Escocés había ordenado que lo dejaran.

Todavía contenía las pertenencias de Natsu y de Lucy , pero su espada de mameluco estaba clavada en la pared del fondo del carruaje, aguijoneando una nota que dictaba:

"Decidle a lord Scarlet que no siempre podrá escapar de El Azote Escocés. No descansaré hasta que recupere lo que me debe, y cuando lo haga, ese señor se arrepentirá del día que me negó lo que con todo derecho era mío."

El joven Yuri había desaparecido; por lo visto, El Azote había avisado al muchacho para que se marchara corriendo una vez hubiera dejado el carruaje con la nota. Así que Natsu y lord Eucliffle se pasaron todo el día departiendo con las autoridades de ambos lados de la frontera antes de que las dos parejas pudieran partir para Londres en el carruaje de Sting .

Aunque el hecho de compartir el carruaje les pareció a Lucy y a Natsu una bendición del cielo al principio, pronto se convirtió en una tribulación. El constante parloteo de Minerva sumió a Natsu en un silencio amenazador. Lucy intentó desviar el tema sobre cuántas variedades de joyas pensaba comprar Minerva , pero todos sus esfuerzos fueron inútiles.

Incluso lord Eucliffle empezó a mostrar signos de cansancio después del primer día, y Lucy no sabía si sentir pena por él o regañarlo. Después de todo, él debería de saber a qué se exponía cuando se casó con Minerva la Pánfila por su fortuna. Aunque Lucy comprendía las circunstancias, pensaba que todo era culpa de Sting , por haber elegido una mujer tan frívola.

Pero si los días de Lucy en el carruaje se convirtieron en una tortura, las noches en las posadas que hallaban por el camino fueron gloriosas. En el camino de regreso a casa, viajaron como personas civilizadas, a un ritmo tranquilo, pernoctando cada noche en una posada. Así que cada día, después de cenar con lord Eucliffle y Minerva , ella y Natsu se retiraban a su habitación —y a la cama— lo antes posible. Como si se tratara de un acuerdo tácito, no hablaban ni de Anni ni de los Frier; lo cierto era que hablaban muy poco.

Hablaban con sus cuerpos, oh, sí; sus cuerpos sí que tenían ganas de expresarse. Lucy jamás habría soñado que un hombre pudiera dar tanto placer a una mujer de formas tan diversas, o que una mujer descubriera tantos secretos en la piel de un hombre. Aunque a veces Natsu le hacía el amor con un afán casi desesperado, ella prefería no darle importancia. Sabía que su esposo estaba preocupado por la situación con su madrastra, mas pronto descubriría que Anni era inocente. Entonces la nube sobre sus cabezas se disiparía.

Sin embargo, en su última noche en la carretera, les fue imposible seguir evitando el tema. Mientras ella y Natsu yacían medio tumbados en la cama, con sus cuerpos desnudos entrelazados, él puso esa expresión abstraída a la que tanto había recurrido últimamente. Ella lo besó en el pecho, y entonces Natsu le propinó una sonrisa. Pero Lucy podía notar la tensión dentro de él mientras su esposo tomaba su mano izquierda y empezaba a juguetear con su anillo.

—Te compraré un verdadero anillo de desposados en la ciudad —anunció él.

—Pues yo prefiero éste.

Seducir a un bribón nunca fue tan difícil (NALU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora