Epilogo - Protector

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Brant POV.

-¿Qué harás ahora? –inquiere Roman mientras me recargo contra la barda del balcón.

La vista que tengo frente a mi es hermosa.

Reino Unido ha sido mi hogar en los últimos años, y tan solo pensar en abandonarlo me resulta ligeramente difícil. Algo que me parece extraño, ya que estoy acostumbrado a mantenerme en movimiento.

-No lo sé –respondo honestamente.

Roman es la única persona con la que puedo ser cien por ciento honesto, y el único al que puedo demostrarle mis sentimientos.

-Brant –me llama, acercándose un poco más a mí-. Destruiste a The Bridge, y ahora a los Galeana. Muchas personas querrán estar a tu servicio. Creo que puedes posicionarte al nivel de los Anderson, incluso los Henderson.

Suspiro.

Roman tenía razón.

Aunque los Galeana no habían sido difíciles.

Pero "morir y revivir" tantas veces me había generado reconocimiento

Estábamos en una de mis cabañas, a una hora y media de Londres; el único sitio del que solo él y yo sabíamos. El único lugar en donde podíamos estar a solas, sin interrupciones.

Ha sido mi lugar favorito en estos últimos años.

Mi lugar para reflexionar. Mi lugar para ser yo mismo.

Y ahora... seguía sintiéndome prisionero.

Si, aquí, al aire libre. En el silencio de la noche.

Me sentía prisionero en mi hogar.

-Alguna vez has sentido... -aclaro mi garganta-. ¿Qué no perteneces al lugar en donde estas, Roman?

-Todos los días –responde rápidamente.

Suspiro y me quedo mirando su rostro fijamente.

No seque edad tiene, pues esos datos nos los ahorramos, no son importantes. Pero no debe ser más grande que yo, quizá es incluso menor, pues si no fuera por la poblada barba aun tiene rasgos juveniles. Sobre todo en sus mejillas rosadas. Aunque eso se debe al frio clima del exterior, y al pálido color de su piel.

Su cabello oscuro cae hasta sus hombros, enmarcando su rostro de facciones toscas.

Siempre me he preguntado si Roman gasta su atención en su apariencia, porque aunque es un matón de los más leales y letales que he conocido, siempre luce bien. Y eso no es algo común entre nuestra gente.

-¿Cuándo te irás? –me pregunta, desviando la mirada de mis ojos, y mirando hacia el horizonte.

Ni siquiera se lo había mencionado, es más, para ser honesto, ni siquiera yo estaba seguro de si me iría.

Supongo que, como siempre, Roman sabe exactamente lo que haré.

-No lo sé –admito-. Pero será pronto.

-Lo sé –suspira-. Ojala pudiera ir contigo. O por lo menos... saber a dónde iras.

Ahora soy yo quien desvía la mirada.

A pesar de lo extraña que es nuestra relación, Roman es la única persona con la que puedo compartir un poco de humanidad, sin ser juzgado. Y lo mismo por su parte.

Y, siendo honestos, es lo único que me molesta dejar. Porque, dejando a un lado el vínculo que compartimos, ha sido un fiel compañero de trabajo. El único en el que puedo confiar al cien por ciento mi vida.

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