A Becca, nunca nadie la hizo tan jodidamente feliz e infeliz como aquella, que representaba todo lo que repudiaba.
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Élise Blanchart entró a la vida de la joven, para nunca marcharse...
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> Las protagonistas de esta obra, por más que se intentaron...
Mantenían la mirada atenta en la televisión, redescubriendo detalles y volviéndolos a disfrutar. "Luna" era el filme elegido como en cada fecha señalada. Debían haberlo visto en un total de cincuenta ocasiones, pero era su mejor recuerdo, su última película. Y particularmente Rebecca adoraba esa escena final que siente marcó su vida, aprieta el abrazo con la pequeña y sonríe intentando retener las lágrimas en su garganta, cierra los ojos para disfrutarla mejor...
―Ya veremos cómo seguir a partir de ahora, pero será juntas. Yo no podría quedarme donde mi corazón no palpita. ―¿Enloqueciste? ―Necesitaba estar en el lugar al que pertenece, donde nos volvimos locos: contigo, mi Luna.
―Mamá mi nombre es por esa película, ¿verdad? -se voltea Nahiara a preguntarle―. Es que he leído que significa Claro de Luna -continúa ante el silencio de la mayor. ―Pues sí, yo misma lo escogí..., no fue difícil convencer a tu madre -responde con una herida sonrisa y Nahiara vuelve a mirar a la televisión donde ahora parece la canción final. ―Se veían hermosas ―dice la más pequeña rompiendo el silencio y suspira―. Ojalá pudiera recordarlas así ―continúa desanimada Nahiara―. Es que..., ni siquiera recuerdo... su cara completamente, se me van olvidando cosas tan típicas. No sé por qué, te juro... que yo la amo y la pienso ―asegura con una perceptible tristeza. ―Claro que lo haces cariño ―confirma la otra cambiando su postura en el antiguo sillón―, pero es completamente normal ―reconoce tomando sus manitas (ella también lo había sufrido)―, eras muy pequeña. No debes sentir culpa porque es inevitable que tu cerebro vaya borrando con el tiempo la información que no recibe a diario. Y sí le recuerdas ―propicia un habitual gesto de confusión en la rubia―. Cada vez que le piensas y sientes un apretoncito aquí ―dice señalando su pecho―. Es su recuerdo, sabes que de ahí jamás se irá. ―¿Pero por qué la vida es tan injusta? ¿Por qué tenerla solo así, solo ahí? ―cuestiona frustrada―. ¿Hicimos algo mal? ¿Nos lo merecemos? ¿Lo merecía ella? ¿Por qué lo malo le pasa a las persona buenas? La vida es una pu... ―Nahiara ―la detiene―. No sigas, mírame bien ―pide sujetando su rostro―. Nunca... vuelvas si quiera a pensarlo, no es lo que ella hubiera querido, te lo aseguro. Ciertamente no fue justo, y quizás no entendamos los motivos, pero todo ocurre por algo, amor. ―Pero yo quisiera que ella estuviera aquí, que estuviera en la fiesta conmigo, con nosotras. ¿Por qué yo no puedo si todas mis amigas tienen a sus mamás? Rebecca nunca había visto tan inestable a la adolescente como en las últimas semanas. Le parecía lógico, Nahiara entraba en una edad difícil, ya pensaba en el futuro, y ella no era ajena a eso, siempre supo que a medida que creciera se le haría más complicado darse cuenta que llegaría la primera vez que se enamorara, que le rompieran el corazón, el día de su graduación, de su boda, el nacimiento de sus hijos... y que ella no estaría para compartirlo. En solo 48 horas la pequeña cumplirá sus 14 años, y aunque en dicha celebración todos la echarán de menos como anualmente, a Nahiara le afecta más de lo que es capaz de asimilar. Y por primera vez, es algo que Becca no podrá evitar, ya no es una niña a la que la ciegue la melodía de "La vie est belle", sus antiguos trucos de poco le servirán para hacerla sentir bien y mirar la vida en un tono rosa, sobre todo porque ya hasta ella es incapaz de distinguirlo. ―Lo ocurrido no se puede revertir, no podemos, ni vivir castigándonos con lo malo que sucede en nuestras vidas, ni dejar que nos defina, porque cosas malas siempre ocurrirán, debemos tomarlo como aprendizaje -dice sintiéndose tan antigua como una profesora de historia que tenía en el colegio, siempre con sus enormes gafas y sus aun más grandes discursos―. Piensa que es como un dolor adelantado que te inmuniza, después de él, nada te puede afectar tanto porque lo peor ya lo pasaste. ―¿Qué se supone que algo así me va a enseñar? ¿A evitar que vuelva a pasarme? ―pregunta sarcástica―. Te juro que jamás volveré a amar a alguien, si, total no puedo evitar que me lo quiten ―decide la rubita―. Solo vine a este maldito mundo a sufrir..., y todo por tu culpa. El estruendo de la puerta de su habitación es lo último que escucha una Rebecca sin reacción a quien le escurren lágrimas por las mejillas. No puede creer lo que le había escuchado decir y del modo hiriente que se había comportado su adorada pequeña. Vuelve a sentirse perdida y frustrada, por más que intentaba parecía no encontrar el modo de ayudarla. No existe una receta mágica que ayude a superar el dolor, Becca sabe que eso es algo que aprenderá a llevar con el tiempo y que no puede interferir en el proceso de sanación de alguien más, pero nunca lograba quedarse de manos atadas. Tal vez porque Nahiara tenía razón, ella era la culpable, pero no se arrepentía.
Antes de irse a la cama decide pasar a darle el beso de buenas noches. Abre la puerta de madera del cuarto de Nahiara y ve que ya está dormida, era la primera vez que se iba a la cama sin escuchar su mini anécdota. Ese era uno de los trucos que se le habían ocurrido con el paso de los años para evitar la constante pregunta <<¿Dónde está mamá?>>, contarle pequeños detalles de ella cada noche. Rebecca recuerda la primera vez que su hija lo cuestionó, exactamente ocho años atrás en el día de su cumpleaños. Cuando se suponía que las tres juntas soplarían las velas y tuvieron que ser solo dos, la vio buscar a su madre, en medio de su inocente espera y con el corazón transformado en un polvo que se había llevado el viento, Becca dijo que ya no volvería junto con alguna otra cursilada de las mismas que adornaron su discurso horas antes en el salón. Rebecca se acerca a la pequeña rubia y le cuenta en un susurro que "A mamá no le gustaba que pasáramos ni una sola noche enfadadas. Decía que eso nos hacía daño y si era necesario me despertaba a mitad de la noche". Se le escapa una pequeña risa recordándolo y siente que debería despertarla para no ensuciar su memoria. Decide dejar a Nahiara dormir, solo besa la frente de la chica pensando en cuánta falta les hacía... y en lo grande le quedaba todo aquello. <<Cuánto aprendí de ti>>, piensa Becca llamando a la nostalgia mientras revisa el contenido del pequeño cofre que guarda bajo su cama. Volver a ella, a sus recuerdos, era el mantra que repetía al verse sin rumbo y siempre funcionaba, siempre conseguía alzarse el arco iris. Becca rebusca en unos cajones empolvados del armario y tras unos minutos finalmente encuentra el sobre amarillento que quería..., decide que se lo entregará a Nahiara en el día de su cumpleaños. <<Ya es hora de que tenga la carta>>. No había recibido una fecha de entrega más específica que <<cuando sientas que me necesite y sea capaz de entenderlo>>, pero aun desconociendo su contenido, sabía que su don con las palabras estaba siéndole imprescindible a la niña. Con la carta leída y los recuerdos del cofrecito esparcidos sobre la cama, Rebecca decide que no dormiría esa noche, que se encargaría de regalarle a Nahiara la ilusión de seguir adelante, el aprender que como sus ojos, el color gris existe también. Por su comportamiento, demostrar que hay cosas que valen la pena vivir aunque no sean eternas, ocuparía pruebas, y no había ninguna mayor que la de su propia historia así que la escribiría para completar el obsequio.
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