2014
La última semana Élise y ella habían seguido grabando por separando pero obligatoriamente debían comenzar a rodar juntas las secuencias al día siguiente. Rebecca pensando en esto decidió irse a beber con unos amigos. Buscaba las llaves de casa por todo el departamento (que por más enorme que era el llavero, siempre acababa perdiendo) cuando se percató por la terraza que nuevamente estaba estacionado en la entrada de su edificio el mismo Renault negro. Encaminándose al cerrojo iba creando una excusa para acercarse al conductor y volver a negar la invitación diaria que venía recibiendo hacía una semana, cuando su móvil sonó.
―Hola ―respondió Becca insegura que no reconocía el número.
―A ver, sé que eres una mujer complicada y todo eso..., pero necesito verte.
―Lo siento, pero aprendí desde niña a no hablar con extraños.
―Yo no soy una extraña querida...
<<¿Élise? ¡Era Élise!>>.
El poder de esa mujer hacia ella era tanto, que hasta del otro lado de la línea la hizo temblar.
―No reconocí tu voz ―carraspeó―, no puedo salir hoy tampoco ―improvisó recogiendo las llaves que se le habían ido al suelo.
No iría en aquel coche a su búsqueda como pedía el chofer siempre. Su único deseo era ir a tomar unas copas y olvidar lo sucedido en los servicios del restaurante una semana atrás. Al día siguiente y sobria lo único que sintió fue una vergüenza enorme y la sensación de haber perdido el control, no le extrañaría nada ver otra nota en la página 6 del New York Times donde Élise dijera que ella la intentó de abusar sexualmente o algo por el estilo. Así que agradeció seguir trabajando separadas. No hablaría con ella, no pediría explicaciones ni las quería escuchar sin pedirlas tampoco. Sabía que aquellos instantes, que no podía parar de desear repetir formaron parte de un error de la actriz que ya tenía todas las armas para desgarrarle el alma y probablemente no dudaría en utilizarlas. Lo extraño era que Élise muy por el contrario de lo que pensó, desde el día siguiente a aquellos besos, había comenzado a enviar a su chofer a recoger a Becca en casa, invitándola a cenar, a beber, a tomar un café, y a ella le creaba demasiada desconfianza como para aceptarlo y sentía muchísima pena.
―No creo que vayas a negarte...―retaba la señora mientras Rebecca giraba la llave en el cerrojo. Abrió la puerta, y antes de rebatirla con la primera palabra, como por arte de magia, quedó a un centímetro de la rubia que la veía triunfante sosteniendo el teléfono―. Lo siento, tengo que dejarte, ya apareció a quien he estado esperando ―dijo Élise seductoramente.
Rebecca tenía una noria desesperada en el estómago, tragó en seco sintiendo que temblaban hasta sus pestañas y preguntó:
―¿Qué... qué haces aquí?
―Bueno, si la rogada ―enfatizó― de Mahoma no va a la montaña, la montaña tendrá que venir a cenar con Mahoma ―se explicó la australiana mostrándole la cesta de picnic que sostenía y Rebecca sonrió por dentro―. Y si estás ocupada, cancela el compromiso ―exigió al ver que iba de salida―. A partir de ahora, tus únicos compromisos son conmigo.
Esa mujer que tanto la enloquecía no paraba de sorprenderla, y cuando se distrajo recorriendo su vestido con las pupilas, la rubia la devolvió al interior de la casa y se abalanzó sobre ella a besarla. No podía negar lo fuerte que era la sensación levitante que experimentaba por aquella vanidosa, como tampoco pudo negarse a responderle el beso a pesar de no entender sus desequilibradas actitudes, pero bueno tampoco ella era la más estable para cuestionarla.
―No habrás venido con un paparazzi que mañana esté publicando que la gran Élise Blanchart fue forzada por una jovencita, ¿no? ―ironizó Becca separándose de ella.
―¿Me crees capaz de eso? ―cuestionó pícara aun mordiéndole los labios.
―Te creo capaz de todo―confesó.
―Haces bien ―advirtió en una sonrisa infernal―. Pero solo vine por ti..., por los momentos que me has estado negando.
Estaba completamente asustada por lo que estaba sintiendo, especialmente porque sabía por quién lo estaba haciendo, pero frente a frente era incapaz de renunciar a ella, de repente parecía una persona tan... diferente. Aseguraba que la realidad de Élise era la que sacaba a flote el alcohol y no la que mostraba comúnmente. Y por elección o por instinto, eso bastó para que Rebecca accediera a sus peticiones vendándose los ojos ante el mundo.
Más de veinte años atrás, cuando Élise aun vivía en Australia, mantuvo una relación con una amiga un poco más joven, contó. ¿Entonces por qué siempre trató a Rebecca de aquel modo? Cuando iba a preguntarle los ojos de la rubia se llenaron de lágrimas. Se sintió privilegiada de ser el primer recipiente en que la australiana vertía sus secretos..., y se supone que teniendo las ocho dimensiones de una historia entendemos el porqué de sus protagonistas. Pero, tal vez por lo opuestas que eran sus formas de ver la vida, lo que se permitieron o no intervenir por la sociedad o por encontrarse en etapas divergentes..., como de costumbre, la neoyorquina no comprendió a Élise, ni conociendo su realidad.
―¿Podríamos cambiar de tema, por favor? ―pidió limpiando su rostro, y la trigueña asintió.
―Deja que te pregunte algo ―añadió y la rubia asintió―. ¿Por qué... por qué tomaste aquellas fotos mías? No entiendo qué hacías fuera de la casa de cualquier manera.
Suspiró pesadamente y le evadió la mirada.
―Por obstinada e idiota ―dijo con pesar y Becca hizo un gesto de confusión―. No nos teníamos que ver ese día pero yo quería hacerlo, desde que nos veíamos en tu casa sentía que nuestra… relación estaba avanzando y me había sentido mal por cómo habían acabado las cosas en el último ensayo. Después habías dicho que estabas mal y como toda una abuelita me aparecí en tu edificio dispuesta a tocarte la puerta cargada de medicinas, caldo, helados ―chasqueó la lengua con hastío―, y solo me di cuenta de tus grandes dotes actorales. Te vi desde la calle con esa... otra mujer, y me dio un brote de cólera que me evitó responder de otra forma e hice todo lo que estuvo en mis manos para hacerte sentir tan mal como yo me estaba sintiendo en ese momento.
Rebecca se sintió mal. No había sido su intención lastimarla. No imaginaba que se sentía así con respecto a ella desde entonces. Deseó no haber llamado a Adhara aquel día, abrirle la puerta a semejante sorpresa y dejarse cuidar por la rubia que probablemente llegaría diciendo que Jordan la forzó a ir y cuidarla por "el bienestar de la película". No imaginaba nada más perfecto que aquello.
―Lo siento..., aunque no me parece una forma madura de reaccionar y cruzaste una línea bastante grande porque no me afectaste solo a mí –dijo Rebecca y la rubia mantuvo el silencio―. Y no cambies las palabras. No se dice cólera, se dice CELOS.
Élise hizo una mueca de insulto endureciendo el rostro.
―No. No. No, no, no, no, no, no. ¡Yo no tenía celos! ¿Cómo iba yo a tener celos? ―carraspeó―. No, no era eso.
La joven rió al ver su desesperación.
―¿Eso es lo que te dices para dormir por las noches? ―bromeó Becca―. Tranquila, ya no tendrás que sentirlos ―la apaciguó desde su más grande sinceridad, no deseaba estar junto a nadie más, sus días de búsqueda habían acabado―. Adhara y yo lo dejamos.
―Tampoco es que me importara.
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Tras bastidores | Completa | Temática Lésbica
EspiritualA Becca, nunca nadie la hizo tan jodidamente feliz e infeliz como aquella, que representaba todo lo que repudiaba. ❤ Élise Blanchart entró a la vida de la joven, para nunca marcharse... 🖤 > Las protagonistas de esta obra, por más que se intentaron...