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2025

―Gracias ―dijo Rebecca a la chica de la tienda tomando los disfraces del mostrador.

Se dirigió a la camioneta y los colocó en el asiento trasero. Hacía una media hora se había marchado de casa, así que decidió llamar a Julianne para ver si todo seguía en orden. No respondió. Comenzó a preocuparse, pero lo intentó una segunda vez y la pelirroja, al atenderla, recibió una bola de nieve de preguntas por parte de la joven desesperada.

―Rebecca, calma, todo está bien... No tenía el móvil cerca ―justificó.

―¿Segura? ―inquirió la joven.

―Que sí..., no te apresures. Ven con calma –dijo.

Terminó la llamada y más tranquila, decidió echarle un ojo a los disfraces. La chica le había dicho que hubo un problema con ellos y se habían confundido en el color de las colas y en vez de verdes las habían hecho azules. Ella contestó sin mayor relevancia y se los llevó de igual modo, pero sabía la contienda que eso le iba a provocar con la rubia, que tendría una razón más para verla como una inútil que no podía ni recoger un encargo correctamente. Así que, como tenía tiempo, pensó que podría desviarse a comprarle para contentarla un gran tarro de helado de pistacho y luego ir por un zumo de frutos rojos de los que antes odiaba y ahora adoraba. Los médicos habían explicado eso, que era uno de los efectos de la quimioterapia el cambio en la percepción de alimentos porque se habían dañado sus papilas gustativas. Ahora la rubia aseguraba encontrarle sabor metálico a todo. La verdad es que apenas comía. Había adelgazado demasiado... y no podía permitírselo porque su nutrición era esencial, si no su organismo se debilitaba más rápido.
Regresando, se encontró metida en un atasco enorme, lo más normal que te puede suceder en New York y más aun en hora pico así que ni sabía cuánto iba a tardar en llegar y avisó a casa, a lo que Donna contestó <<todo está bien, no te preocupes>>. Sin más que hacer, se disponía a inventar el modo de pasarle a Élise azul por verde con los disfraces y convencerla de probar lo que había comprado. Esperaba no demorar demasiado o se le estropearía el helado en el camino.
Rebecca estacionó en la entrada y cargando las bolsas se adentró en la casa. Dejó los disfraces en el salón, lejos de la vista de la rubia, y se dirigió a la cocina. Puso un poco de helado en un bol (porque de ver mucha cantidad ya ni se atrevía a probarlo), pasó el zumo al vaso especial que le había conseguido, le introdujo el absorbente, tomó una cucharilla y guardó el resto. <<A ver cuál de los dos es con el que acabo teniendo suerte>>, iba diciendo la trigueña de camino al dormitorio de la primera planta en el que se estaban quedando hasta que Élise volviera a ser capaz de subir las escaleras.
Como pudo, abrió la puerta y al mirar al frente:
¡plaf!, ¡plaf!
Todo se fue al suelo…
Donna, que tenía los ojos enrojecidos y las manos cubriéndose la boca, se dio la vuelta al verla aparecer. A su lado, un señor de bata sostenía los extremos de las sábanas colocándolas en el rostro de Élise.

―¿Qué hacen?―se quejó Rebecca cuidando el tono―. ¡Suéltenla!
―Ha pasado lo que estábamos esperando... ―avisó la enfermera.

―¿Lo que estaba esperando quién? ―preguntó aturdida sintiéndose flotar en una irrealidad necesaria―. ¡Suéltame! ―demandó quitando la mano que Julianne había colocado en su brazo y se lanzó a interponerse entre el hombre y la cama―. ¡Apártese de mi mujer y no se le ocurra volver a hacer eso! ―advirtió la joven con los ojos inyectados en sangre. Retiró la sábana de su cara y la colocó a la altura de su pecho como cada noche al arroparla para dormir.

―Rebecca ―la detuvo Julianne―, se ha ido ―insistió.

―Que no, si mira... está sonriendo ―apreció deslizando la mano por su rostro―, solo está cansada ―rebatió acariciando los cortos cabellos de su esposa como siempre hacía―. Ahora le daré un poco de zumo y ya verás… como se siente mejor ―continuó mientras deslizaba las manos por sus mejillas y las sintió frías, se sentía luchando a contracorriente pero eso solo la hacía remar con mayor intensidad―. ¿Verdad amor? ¿Verdad que sí? ―emitió antes de besarla repetidamente en los labios sin recibir respuesta.
Julianne y Donna se acercaron a tomarla por los hombros mientras el dolor le corría por las mejillas jurando que en algún espacio de su epidermis, Élise seguía escuchándola. Pero, mundanamente habían confirmado que su corazón hacía dos horas había latido por última vez.

–¡Suéltenme! ¡Déjenme en paz malditas mentirosas! –gritaba Rebecca alejándose de las chicas mientras todos en la habitación la miraban como a una loca.

Tras bastidores | Completa | Temática LésbicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora