II

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2017

Rebecca recordaba cómo a la rubia por más austera, ávida y cortante que pareciera, la había descubierto incontables veces emocionada hasta las lágrimas viendo a escondidas Los puentes de Madison, y ese lado suyo que tanto la avergonzaba, era por el que más la adoraba, bueno, por su combinación. Sabía que aunque jamás lo reconocería, ese momento también sería especial para ella, y así quería se sintiera. Todavía quedaban un par de días para San Valentín y se había jurado esperar la fecha para celebrar pero por su ansiedad crónica se vio organizando una pequeña cena en casa con amigos días antes. Una sin motivo aparente, pero con toda la intención. Una que necesitaría testigos presenciales, pero no tenía cómplices. Entre los desconcertados asistentes se encontraban Donna y Montserrat que pronto se volverían a Brasil debido a un proyecto que recientemente le habían permitido llevar a cabo a la californiana además de Julianne y su esposo Warrick. Pero no llegarían hasta dentro de una hora y ella ya estaba a la espera, "preparada" e inquieta, desde toda su vida.
Se dirigió a la impoluta habitación que compartía con Élise y se percató de que la rubia todavía ni había salido de la ducha. Sus dedos se removían nerviosos y discurrió que valía oro el haber intensificado las lecciones de guitarra recientemente y el no haber cedido a las peticiones de Élise de interpretarle una canción completa. Así esa noche, sería la noche... y el tema escogido: "I can't let go" (obviamente del dúo que las había marcado: Air Supply). Se sentía tan llena que su cuerpo parecía un envase demasiado pequeño para contener el amor que guardaba. Sonrió sentándose a los pies de la cama y disponiéndose a esperar. Era lo más normal en ella estar siempre retrasada, aunque ilógicamente lo sentía de muy mal gusto si lo hacían los demás, pero eso jugaba a su favor ahora. Sus piernas, sus manos, su cabeza no paraban de moverse, y ella, sintiéndose como un volcán que había tratado demasiado de contener la lava en su interior que desataría la erupción, barajó mil ideas sobre cómo hacerlo. De solo imaginar la cara que se le quedaría a la mayor..., de imaginarla tan alegre como lo estaba ella, se le inundaba el pecho. Por ver la sonrisa de sus ojos ella daría cualquier cosa, su vida, su alma, su mente...
Se levantó y no supo ni a dónde dirigirse. Necesitaba hacerlo, no podía seguir expectante ni un poco más o reventaría. Solía ocurrirle eso de quedarse totalmente en blanco de momento, tal vez porque siempre quería esconder las cosas tan bien que acababa olvidando el sitio donde había guardado las de verdad... Casi entrando en pánico, agradeció que fuera una excepción esta vez. Recordó que lo tenía oculto en un rincón del armario y comenzó a sacar todo lo necesario a una velocidad desorbitante y ansiosa, comenzando por deshacerse de la ropa posicionada estratégicamente para camuflar la sorpresa.
―¿Bec? ―preguntó insegura la rubia desde el baño―. ¿Qué está ocurriendo allá afuera?
La joven rió nerviosa, consciente de que debía parecer el mapache que cada noche las despertaba en la madrugada revolviendo en el cubo de basura.
―Em... ―balbuceó―, soy yo. Todo... está bien, tú... ―emitió sin saber ni de qué hablaba buscando el mejor modo de colocar la cajita que sostenía― solo... no tengas prisa ―pidió desesperadamente.
Había escuchado a la australiana cortar el agua, ¡ella sí debía apresurarse! Aunque tenía un par de minutos todavía mientras se colocaba la crema hidratante, pero intentaría ser más cuidadosa para no ser pillada in flagranti.
―Las mejores cosas se hacen esperar, querida ―escuchó a Élise justificando su demora, y sonrió interpretando la frase a otra situación donde también aplicaba y sentía que había valido la pena.
<<Great>>, dijo internamente cuando parecía haber hallado el ángulo perfecto según sus cálculos de la cajita al colocarla en el borde de la cama, así Élise, al salir del baño y ver a su izquierda, la tendría como único objeto en su campo de visión. Ella, como espectadora, se quedaría de pie junto al mueble de la televisión, frente a la cama, en el que tenía recostada la guitarra. Y allí fue a colocarse... Sentía su corazón temblar, su respiración agitarse, y una sonrisa de colegiala indeleble formarse en sus labios... cuando los segundos le parecieron horas y cada ruido que escuchaba del otro lado: el definitivo.
―Pero ¿cuándo me has dicho tú ―cuestionó Élise cruzando la puerta en la bata de baño blanca― ...que no es necesaria mi rápide...? ―hizo una pausa.
Irónicamente Rebecca ni percibió cuando la puerta se había abierto.
La rubia había vuelto la vista a la izquierda, como ella había preconcebido, secándose el cabello con la toalla..., y fue ahí que sus ojos chocaron con la pequeña caja transparente. Por unos instantes, todo fue silencio. Pareció estar analizando la situación, y la joven esperaba una pronta reacción o una arrebatada (aunque sabía era lo más atípico e inimaginable en aquella mujer). Pareció buscar en la temblorosa Rebecca una especie de respuesta que no quería verbalizar y que ella no conseguía ni imaginar. Rebecca temió. ¿Acaso no lo deseaba? ¿Habría desechado la esperanza? ¿No la apoyaría? ¿No sentía alegría? ¿Lo habría olvidado? De la nada la menor estaba brotando una lágrima que realmente no era consciente ni porqué era.
―¿Esto qué...? ―tartamudeó Élise sosteniendo la cajita mientras la respuesta ya le bailaba en las neuronas―. ¿Qué se supone que signifique? ―consiguió preguntar extrayendo de su interior un par de patucos color café con leche cósmico de puntillo, que la menor había comprado el día anterior―. Más te vale que no sea una broma, Rebecca ―amenazó con inquisición en la mirada.
Aquello la alivió y la hizo reír nublándole casi por entero la visión. Su impaciencia la había llevado a averiguarlo por su cuenta..., por eso quiso que fuese una sorpresa para una de las dos. Y aunque no le había dado tiempo ni de ir a confirmarlo con su médico, ella sentía en su interior que no se equivocaba. Y para definitivamente extirparle las dudas a la mayor, se acercó sacando la mano que tenía oculta detrás de su espalda, con el predictor en rosa que mostraba <<positivo>>.
―Vamos a ser mamás ―transmitió emocionada la trigueña.
Élise permitió que sus ojos se anegaran de lágrimas viéndola y Rebecca la escudriñaba amando verla tan frágil, tan feliz y transparente que casi no parecía ser ella... La rubia liberó un cargado y corto suspiro que parecía estarle pesando toneladas en la boca del estómago. Lo interpretó como una angustia que la estaba devorando por dentro... Rebecca estuvo así todo el tiempo que pensó nunca lo conseguirían pero no lo supo disimular, de hecho le había molestado ver a Élise tan radiante ante los constantes fracasos. Le parecía que por no frustrarse era una ingenua que no sabía pisar la realidad. Le enojaba que no se rindiera de una vez con ella, porque en sus manos no estaba que se cumpliera aquel anhelo mutuo... y eso sí era frustrante. Se sentía incapaz, sin valor. Sin poder lograr ni algo que toda mujer debería poder, algo que ella quería con todas sus fuerzas. Pensó después que desearlo no es suficiente para hacerlo verdad..., aunque esa ficción alivia la realidad.
―¿Y me lo dices así? ¿En albornoz y descalza? ―ironizó alegre la rubia.
Y es que claro, ¡solo a ella se le ocurría dar semejante noticia en aquellas condiciones y justo antes de la cena en que se suponía debía hacerlo! Pero no hubiese imaginado un momento mejor. No podía sentirse más único que en esos segundos improvisados. Y es que las mejores cosas son las que no planeamos..., las espontáneas. Extendió su brazo con la risa menos reprimida que Becca había visto en ella y la atrajo para sí. Aquel abrazo era capaz de transmitir cada energía, cada vibración, cada emoción que revoloteaba en el cuerpo de la otra... y era puro regocijo.
―Tú no tienes remedio...―adjudicó la mayor antes de besarla.
Agradecía tanto el que le diera el último empujoncito, el que no desistiera, el que esa vez hubiera sido ella quien dijo <<lo quieres y lucharemos por ello>>. Agradecía que se hubiesen elegido, que ella fuera su pareja y su mejor compañera de equipo. La que respondía cuando comenzaba a flaquear y no quien solo estaba a la espera de que ella pusiera todo el esfuerzo... Se dio cuenta que aunque no lo había discernido antes, ella también solía negarse las cosas que le hacían bien, aquello había ocurrido cuando comenzaba a enamorarse de la actriz y esta no se cansaba de perseguir su <<sí>>. Descubrió que eran dos partes de un mismo núcleo, que se necesitaban mutuamente para ser algo. Cada una igualmente fundamental. Cada una era el complemento que le faltaba a la otra. Y con su ausencia quizás no morirían, pero no vivirían de la misma manera... Porque dejarían de ser a lo que estaban destinadas, como cerilla y gasolina desde el principio, sin la otra... nunca tendría la misma intensidad el fuego. Gracias a ella había tenido y sabía que tendría los días más felices de su vida... Gracias a ella podía nadar en la superficie. Aun consciente de lo que podría suceder, aun consciente de que Élise no se terminaba de recuperar, de que debía dedicarle tiempo y cuidados especiales y que aquello le diera miedo, aun así, formar una familia era algo de lo que jamás se podría arrepentir, y menos con ella.

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