Fase Inicial de un Final (V)

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2016

Rebecca cargaba su corazón en un puño, cuando en ninguna puerta que abría encontraba a la rubia. No quería pensar en lo peor, y se lo repetía a cada paso de su búsqueda interminable, pero cada vez lo peor se sentía lo más seguro. Hacía mucho que no podía dejar de pensar en que aquello ocurriera, en que la perdiera, en que todo acabara y ni siquiera estuviese allí. No se lo podría perdonar. Élise había desaparecido de un momento a otro, y ella, sin aliento y pasados 20 minutos, ya no sabía dónde buscarla... Ese temor constante..., era el que la tenía angustiada recorriendo aquel hospital.
Se sostuvo la sien persiguiendo una calma autoinvocada que alejase el miedo y atrajera la lógica. <<Necesitaría adaptarse de nuevo>>. Precisaba repetirse que todo estaba bien, que solo habría querido alejarse de las personas y las cámaras por un instante (sería normal, había pasado más de un año desde la última vez que había estado ante una). Desde su regreso a New York a los actos de la fundación era ante lo único que comparecía. Y aunque ese estaba a punto de terminar, era la primera vez que se alejaba de uno de estos eventos. <<¡Vamos! ¡Es Élise Blanchart! Esa mujer vive como si constantemente la estuviesen filmando..., ¡¿cómo va huir de las cámaras?!>>, Rebecca desechó aquella justificación. <<Quizás se sintió mal y aquí mismo fue en busca de un médico>>. Antes de caer en las garras de la desesperación completamente, alzó la vista y le desveló una delgada silueta enternecida frente a un inmenso cristal haciéndola suspirar con alivio.
―Hey ―la llamó Becca escasa de aire―, estabas aquí ―constató en un tono de reclamo, acercándose a su lugar con una alegría visible, como si hubiese pasado siglos sin verla. La rubia asintió con un gesto de obviedad que luego se transformó en incomprensión (tal vez a su inmensurable y común ansiedad) pero con una sonrisa la recibió tomándola por la cintura.
Recordando la menor se había quedado de pie junto a la puerta que separaba la cocina del jardín y había apoyado la cabeza en el marco de madera pintado en blanco, o como decía Élise, café con leche cósmico... Revivió cómo hasta la manera de nombrar el tono, las había llevado a discutir en más ocasiones de las que debieron haberlo hecho los propios Karl Glazebrook e Ivan Baldry en su determinación, y solo acabó cuando la joven, zanjando el tema, lo resumió en "el color del universo". En esta ocasión, no sería ella quien cedería ni quien intentaría llegar a un punto medio, porque ahora no los había. Le gustaba observarla concentrada... Estaba orgullosa de ella..., de cómo había decidido seguir ofreciendo testimonio de su historia a través del blog y se había hecho miembro activo de la fundación americana de lucha contra el cáncer junto a ella.
Tenía que reconocer que para su estado era de respetar el que se centrara en el bien que podía aun hacerle al resto y no en el propio. La rubia ante sus alabanzas solo le contestaba que conocía la importancia de sentir que tienes a alguien ahí que te comprende, y a veces no sabía si tomárselo como crítica o piropo (¡con ella nunca se sabía!). Como miembros participaban en charlas, conferencias, recaudaciones, convivencias y terapias, tanto con otros pacientes como con sus familiares. Élise cada día decía darse cuenta de que siempre había alguien peor que uno y era cierto pero <<también los hay muchos mejores y eso es lo que hay que lograr conseguir>>, pensaba la menor.
Según todo lo que había visto en ese par de meses Rebecca, el tema <<pareja>> se le complicaba extremadamente. Porque por lo visto si perdemos a un hijo o una madre, podemos no superarlo y quedarnos a nuestras anchas en un eterno estrés postraumático, porque sí, porque son roles que tooodos saben: no tienen reemplazo, en cambio a una relación le restan esa importancia. Todo el mundo espera y nos pide que rehagamos nuestra vida, que busquemos quien ocupe su puesto y eso es cuando menos, deplorable. ¿Acaso a alguien se le ha ocurrido que también hay amores que NO TIENEN REEMPLAZO? Ya sea por una sufrible enfermedad o un inesperado accidente, a los 50 o los 16, duele y cuesta lo mismo. Pérdida es pérdida, y ese es el tema con las comparaciones más odiosas (por no llamarles pecado capital), pero quien decide plantearlas no tiene ni calificativo.
Consciente que el suyo era un caso sin reemplazo, de manual, utilizó el truco para cuando quieres retener una imagen y no tienes una cámara a mano que le escuchó a un antiguo profesor de fotografía en el colegio, y cerrando momentáneamente los ojos guardó la instantánea de la rubia en su mente. Ninguna cámara fotográfica guardaría las emociones que la embargaban ante ese paisaje que temía no volver a ver, pero conservaría como imagen de fin de álbum: Élise... Justo como estaba... Sentada en su sillón favorito, cubierta por una pequeña manta tono "ceniza" que le impedía el contacto con el frío aire de la tarde y la brisa del mar, las piernas cruzadas como apoyo a su pequeño portátil y las manos delicadamente acomodándose los lentes para discernir sus propias letras en la pantalla. Pensaba en cómo sería capaz de quedarse viéndola infinitamente revolcarse los cortos cabellos rubios que comenzaban a abrirse paso en su cabeza con nuevas texturas. Porque esa ínfima escena, a ella la hacía flotar... y estrepitosamente... la devolvía al vacío. Sabía que esos pequeños recuerdos serían los que atormentarían las noches de ausencia... Y recordar cada frase compartida tras hallarla en el hospital, la helaba como el anuncio de un interminable invierno que se avecinaba sin barreras.

Tras bastidores | Completa | Temática LésbicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora