Encrucijada

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Mis lágrimas son rojas, la tuyas son negras; tu sangre es azul y la mía violeta; ambos estamos contaminados y un poco perdidos, sólo toma mi mano y camina para siempre conmigo.

Algunas personas podían ser muy claras con sus intenciones, otras podían ser un total misterio.

Algunas personas tomaban buenas decisiones y otras malas. Porque la cosa era que no existían las malas personas, todo se basaba en las decisiones que tomabas, en las acciones que cometías. Existían personas que aunque sabían que podían hacer algo malo no lo hacían. Tal vez eso era lo que en verdad era una buena persona.

Muchas personas en el pueblo de Villa Olímpica estaban totalmente perdidas, tomaban las peores decisiones escudándose detrás de pequeña excusas.

Otras personas estaban en un punto intermedio, ni tan buenas ni tan malas.

Y solo había unas pocas que tomaban las decisiones correctas, un número muy pequeño a decir verdad. Porque como se dijo la mayoría del pueblo estaba perdido y tal vez muchos lo sabían y en el fondo se decían que se merecían a aquel asesino pero jamás lo admitirían el voz alta.

Todos estaban perdidos y lo sabían, solo lo sabían disimular y por esa razón nadie en el pueblo era totalmente confiable. Ni tu familia, ni tus amigos.

Había que tener en cuenta que no se podía confiar en nadie, ni aunque pareciera estar de tu bando.

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Entré tranquilamente en la enorme biblioteca del pueblo, tampoco es que fuera un castillo pero si era bastante grande. Como había mencionado ya hace mucho Villa Olímpica siempre había sido un pueblo tranquilo y la gente venía era más que todo por la Laguna Angelical pero no era lo único lo que el pueblo tenía para ofrecer. Teníamos esta enorme biblioteca, que ciertamente era preciosa y llamativa por su fachada antigua; teníamos también un teleférico que llegaba a alturas muy altas, casi tan alto como el que estaba ubicado en Mérida, Venezuela y antes el museo de historia pero este último lo habían cerrado hace mucho tiempo ya.

¿Ves de lo que hablo? Un pueblo tranquilo y que podía ofrecer muchas cosas, o eso era antes de que todo esto pasara. Estaba decidido a devolver el pueblo a lo que era antes y nadie me iba a detener de cumplir mi objetivo.

Ni el mismísimo Asesino de las Rosas, ni Verónica, ni cualquier otro sospechoso como Jin.

Ni mucho menos los hermanos Quinn.

Me libré de Verónica gracias a una llamada de su hermano, llamada que la había tenido pálida y sumisa en lo que pude escuchar de la conversación. Me generó algo de curiosidad la relación que mantenía con su hermano pero ese sería un misterio para otro día. Le había hecho creer a la chica de piel oscura que me iría también y sorprendentemente me creyó aunque no pude deducir si fue porque estaba todavía descolocada por la llamada o porque me estaba volviendo cada vez mejor en eso de mentir

Al entrar el bibliotecario me saludó con una sonrisa que correspondí y me fui por un rumbo específico. Aquel era uno de los muchos lugares de los Quinn. Al parecer a los chicos les encantaba estar rodeados de libros porque "su lugar" en el instituto también era la biblioteca.

El Asesino de las RosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora