Dualidad

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Hola, hola. Solo quería recordarte que siempre voy a amarte, aún cuando estés roto, aún cuando estés lleno de sangre. Te dejo entrar a mi mundo, tranquilo que de las sombras voy a cuidarte, siempre y cuando seas mío hasta que la muerte venga a buscarte.

Se concentró, centro su vista en el objetivo y luego de un momento lanzó el dardo que cayó justo en el centro del disco colgado a la pared, el cual tenía la fotografía de una pelirroja que se le hacía desabrida.

—¿Como es que siempre le das al objetivo?

Se encogió de hombros

—Es simple, solo tienes que tener la ruta trazada en tu mente y tener paciencia. La paciencia es clave para estas cosas porque de apresurarse y ceder ante un impulso el dardo termina dando en el punto que menos querías

—¿Por qué cada vez que hablas le encuentro un doble sentido que siempre involucra matar?

—Tu mente es la retorcida, no la mía

Se escuchó una risa —Por supuesto, tu mente no es nada retorcida

—Mi mente no es retorcida, es la menos retorcida de todo este mugroso pueblo. Mi mente ve todo con mucha más claridad y como ustedes no, ven la mía como retorcida

—Ajá, díselo a todas las personas del mundo que están en desacuerdo contigo

—Es seguro que todas las personas del mundo también te condenarían a ti. Es como... Condena por asociación

—Claro que no— saltó de una vez —Tus razones son más... Son menos justificadas en cambio las mías...—

—No importa una mierda si están justificadas o no, todo tiene que ver en la acción en sí y aunque las justifiques pobremente no dejan de ser eso, malas acciones, acciones retorcidas y crueles— se acercó hasta la persona contraria, justo detrás —Acciones impuras y llenas de sangre— susurró en su oído haciendo que se estremeciera

—Yo...

Su duda le hizo soltar una sonora carcajada

—¿Es que todavía sigues creyendo en eso del que el fin justifica los medios?— siguió riendo de manera escandalosa —no jodas y mejor anda busca al tres. Tenemos trabajo que hacer—

××××××××××

Ella abrió la puerta, su expresión seria cambiando a una de felicidad enseguida. Yo era una de las pocas personas que tenían permitido ver esta faceta de ella. Era un privilegio con lo que debía de estar agradecido. Pero poco a poco, me estaba dejando de importar. ¿Qué sentido tiene? Pensé que era especial pero resulta que no es nada menos que mundano.

—Elis, yo quería...— fue interrumpida. Creo que se hacía muy difícil hablar cuando tenías una lengua metida hasta la garganta en tu boca. Ella quería. Ella, ella, ella. Siempre se trataba de ella. Justo en ese momento me importaba una mierda lo que ella quería.

El Asesino de las RosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora