《Narrador omnisciente.》Veintitrés de diciembre, un día antes para noche buena y dos para la ansiada navidad.
Día de alegría y villancicos por todas partes.
Aunque bueno, nuestro pelirrojo es la excepción.
Por fin, fue el día donde salió del hospital.
Ya estaba parcialmente recuperado, y no tenía el molesto yeso en su brazo.
Desde el día del incidente con Emily no había sabido nada de Arabella, su padre pasaba a visitarlo de vez en cuando pero la joven ni siquiera era un tema.
Su ánimo había decaído junto a sus esperanzas de que la pelinegra acudiera a visitarlo por lo menos el día en que cerraría su ciclo en el hospital.
Dando pasos firmes, cruzo el umbral de la que había sido su habitación por todo este tiempo. Seguido a esto acudió a despedirse de las amables enfermeras que habían cuidado de él.
—Robin, tengo algo para ti.—Dijo una, el la miro confundido pensando que sería algún tipo de recuerdo de su estadía en el hospital, pero su sorpresa fue inmensa al ver la hoja arrugada que la joven tenía en sus manos.—Uno de los paramédicos me la dio, dijo que tuvieron que arrancártela de las manos cuando estuviste sedado, creo que es muy importante para ti.—Asintió tomando el papel y lo miro aún sin creerlo en sus manos.
Tal vez no todo estaba tan perdido como pensaba.
Mientras tanto, en un lugar no tan lejano, una pelinegra y un rubio se encontraban cocinando galletas.
—¡Ten cuidado con eso Mal!, podrías quemarte...—Advirtió risueña la chica, el joven asintió y cuando el horno estuvo encendido pasaron a colocar las galletas con formas de hombrecillos y árboles de navidad en la bandeja.
—Mira, está eres tú.—Apuntó a una galleta extrañamente más pequeña que las otras—Y está yo.—Ahora el chico apuntó a una de las normales, recibió un golpe en su hombro por parte de la contraria y rio mientras le tiraba un poco de harina en el cabello.
—¡Eres hombre muerto Malcom!.—
Así fue como una guerra de harina se armó en la cocina de la madre del rubio, terminaron riendo y metieron las galletas en el horno.
—Que buena víspera de navidad, ¿no Belly?.—La abrazo mientras sonreía.
—La mejor que eh tenido, Mal.—Entrelazo sus dedos mientras ambos dirigirían su vista a la ventana.
La nieve no se había echo esperar, la vista del jardín nevado era preciosa.
Al igual que la vista que Mike y Emily tenían desde el puente de la ciudad.
—Creo que salir no fue tan mala idea después de todo...—Aceptó el chico mientras lanzaba una piedra al agua.
—Para nada, es una buena forma de despejarnos.—Intento sonar optimista Emily, pero solo logró que una mueca saliera de sus labios.
Todo lo contrario a Jack, quien reía a carcajadas de las historias de su abuelo.
—¡Para!, siento que si río más me voy a orinar—Seco las lagrimas que salieron de sus ojos y se sentó frente a la chimenea.
Miro el fuego, suspiro al recordando a su amigo pelirrojo.
Una idea cruzó por su cabeza y se apresuró a tomar su teléfono para marcarle a sus amigos.
Ninguno respondió.
—Malditos idiotas agradecidos...—Enfurruñado se echó una galleta a la boca, cuando sintió que tocaron la puerta.
—Jack, ve tu.—Ordeno su abuelo y no le quedó más que acatar.
—¿Hay...espacio para alguien más?.—Abrió en demasía sus ojos a ver a Robin en su puerta.
—¿Rob?...¡Claro, pasa!.—Sonrió y lo abrazo en cuanto estuvieron adentro.
Su pregunta era...¿porque estaba Robin ahí si él pasaba con Arabella todas las navidades?.