Lágrimas corrían desde los ojos de la pelinegra, mientras su novio la abrazaba intentando darle algo de consuelo, en vano.
Aquella noche del veinticuatro de diciembre un alma rota al fin había partido su rumbo a la eternidad, en búsqueda de paz y la tranquilidad que la tierra no pudo brindarle.
Esa noche, Robin tomo la decisión de suicidarse.
El pelirrojo fue al parque donde solía jugar con sus amigos, cuando todos eran pequeños y no existía ni una pizca de preocupación en sus corazones.
Ahí, frente a la ciudad y con un nudo en la garganta se dejó caer, falleciendo ahorcado.
Horas antes había escrito cinco cartas, cada una con el nombre de su propietario.
"Querido Mike...
Amigo, no se si puedo llamarte así, pero de todas formas quiero que sepas que fuiste una persona considerablemente importante en mi vida, aún conservo las canicas que lograba ganarte y te pido que por favor no me recuerdes como alguien a quien detestabas en silencio.
Con afecto, Robin.
Pdt; siempre supe que estabas enamorado de Arabella."
—Mierda, no puede ser lo que estoy pensando...—Soltó el joven confundido al leer la carta, tomo su chaqueta y salió rápidamente de su casa en busca de respuestas.
"Querida Emily...
Oh, Milly, me voy sin guardarte rencor ¿Sabes? Creo que mis últimos momentos me ayudaron a darme cuenta de que el culpable de todo esto en el fondo solo fui yo y siento mucho todo lo que te dije.
Espero puedas perdonarme, Mills.
Un abrazo, Robin.
Pdt; me gustaste cuando éramos niños, y cuando recordé tu carta volví a buscarla hasta que la encontré en el basurero."