《Narrador omnisciente.》La noche en la ciudad había caído y ya todos se encontraban en sus casas,
relajados y compartiendo alegremente en familia.—¡Malcom, no comas aún!.—Regaño la madre del joven al ver cómo disimuladamente sacaba una galleta de la mesa.
—Pero mamá, ya son las nueve, ¡Todos tenemos hambre!.—Puchereo como un niño pequeño, fue ignorado y al notarlo solo suspiro y volvió a la cocina.
—¿Necesitas ayuda con los platos Belly?.—La pelinegra asintió y le entregó unos al rubio, ambos volvieron al comedor para acomodar todo en la mesa y la madre del lugar los siguió comenzando a servir.
La puerta fue abierta por el señor Craing, el cual saludó a todos y se sentó en la mesa, seguido por sus hijos. Arabella, junto a la señora Craing fueron por las últimas cosas.
Cuando ya estuvo la mesa lista y todos sentados comenzaron a comer entre amistosas charlas y un par de miradas por parte de los enamorados.
La amenidad fue interrumpida por Malcom.
—Bien familia, en su presencia quiero decir unas palabras hacia Arabella.—Hablo firme parándose y dirigiendo toda la atención hacia el.—Quiero comenzar diciéndote que...Diablos, eres preciosa, en muy poco tiempo realmente lograste revolucionar mi pequeño mundo y, me enorgullece decir que eres la primera chica que logra dar mi vida vuelta...Belly, ¿quieres ser mi novia?.—
—Malcom, ¡Si!.—Se lanzo a sus brazos emocionada la chica, el la atrapo y todo el momento fue sellado con los aplausos de parte del resto de la familia y un lindo beso de ambos enamorados.
La felicidad era notable en el lugar, las sonrisas aumentaron aún más y todos creían que el momento no podía ser más perfecto.
Claramente algo tenía que pasar.
El reloj marcó las doce y todos volvieron a sus camas, menos Arabella y Malcom.
Ellos en cambio decidieron ir a caminar al pequeño parque cercano a la casa.
Sus manos entrelazadas y sus corazones latiendo al compás del amor que floreció entre ellos inesperadamente pero sin dejar de ser algo precioso.
Recordado la primera vez que fueron a ese parque ambos se dirigieron al árbol que alguna vez treparon para observar la iluminada ciudad.
Una silueta se veía en el árbol.
Ambos pensaron en algún vagabundo o joven que estaba parado, pero todo se detuvo al ver la cuerda que lo hacía elevarse del suelo.
Estaban frente a un cadaver.
Ambos corrieron del lugar sin siquiera ver de quién se trataba.
Sin saber, que estuvieron frente al cuerpo ya sin vida del pelirrojo.