Capítulo 05

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La noche estaba fría y me sentía culpable por la escena que acababa de ocurrir en el Country Club entre mamá y Camila. Así que antes de ir a la estación pasé por la casa de Clara para recoger la chaqueta que Camila había dejado en el vestíbulo.

Chris tenía razón, la había obligado a ir a la fiesta. Pero, estaba completamente equivocado sobre una cosa: Que no querría saber lo que estaba pasando. Era demasiado tarde para dejar esa caja sin abrir. Y, en esa caja había algo que hizo que mi madre tuviera un ataque de nervios, Camila aterrorizada y Chris desorientado...

Al entrar en la estación de tren, la escena de Camila encogida en uno de los asientos, abrazada a su propio cuerpo, me llenó de una dosis extra de remordimientos. Al no haber más pasajeros alrededor, el sonido de mis pasos debió asustarla, pues saltó y se dirigió a la taquilla.

- Cami. - la llamé.

Ella se detuvo, se volvió hacia mí y me preguntó nerviosa:

- ¿Qué estás haciendo aquí?

Abrí su chaqueta de cuero. Camila lo dudó por un instante, pero finalmente se acercó a mí y aceptó la chaqueta. Apenada, quise abrazarla, como lo hacía esa vieja prenda desgastada. Pero controlé mi voluntad, pues tenía la impresión de que Camila no aceptaría este mi gesto.

- Ahora, vamos - dije simplemente.

Ella, sin embargo, ni siquiera se movió del lugar.

- Gracias por devolverme la chaqueta, pero puedo irme sola a casa. - su voz, aunque suave, sonó tan fría como la noche.

- Estoy segura de que puedes, pero te llevaré de todos modos...

- Oh, no, no lo harás. - me interrumpió.

- Oh, sí, sí lo haré. - la imité.

Camila me miró y, por primera vez desde que la conocí, noté en sus hermosos ojos marrones una gran tristeza. Mi corazón se apretó. Instintivamente di un paso hacia ella y susurré su nombre:

- Cami...

- ¡Vuelve a tu fiesta, Lauren! - exclamó tensa, dando un paso atrás.

Con cierta dificultad controlé mi impulso de abrazarla, de apoyarla, simplemente compartiendo un momento triste. Sin embargo, Camila parecía tener dificultades para aceptar los gestos de afecto, amistad y compañerismo. Así que decidí seguirle el juego:

- No estaba divertido después de que te fuiste.

Pero a Camila no pareció gustarle y continuó seria.

- Me alegro de que haya sido la burla para tus invitados. Si me hubieras avisado de antemano, habría preparado un número mejor.

Frustrada por otro intento de acercarme, gemí:

- Perdóname, Camila. No es eso lo que quise decir. Pero, ¿Podemos hablar en el coche? Hace frío aquí. - me froté los brazos. - ¿Vamos? Tendrás más de una hora para contarme lo que hice mal.

Ella sacudió la cabeza.

- No hiciste nada. Yo lo hice. Debería haberme negado a venir a esta fiesta, independiente si perdía el trabajo o no. No sería tan difícil encontrar otro bar para emplearme.

- No debería haberte presionado. - dije, sintiéndome culpable de nuevo.

- No pasa nada. Ambas estamos equivocadas. Pero nuestras conciencias están limpias. Ahora déjame en paz.

Al decir esto, Camila se sentó en el banco y cerró los ojos. Su cansancio era evidente, su tristeza también. Sentí un extraño nudo en el estómago y las ganas de abrazarla y protegerla, volvieron con fuerza redoblada.

Un secreto entre nosotras | CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora