Cena de año nuevo (IV)

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Samwell Dawson dudó de Jade desde un primer momento. No tenía idea de las intenciones de la chica, y eso lo puso en guardia. Jade se había portado demasiado melosa y atenta como para creer que era un discurrir normal. Y luego esa insistencia para ser invitada a la cena. En el pasado centenares de mujeres se habían allegado e insinuado incluso de forma más descarada que la joven Green, mujeres en busca de dinero fácil casi siempre. El punto es que no creía que Jade buscara eso. Y que un anciano le atrajera quedaba descartado de forma tajante.

Más tarde, después de llevar a Edna y Dora a sus viviendas, Samwell sostuvo una pequeña charla con los hombres.

―Es muy atractiva ¿no creéis?

―Demasiado diría yo ―dijo Adrien.

―¿Qué le dijo cuando salieron? ―preguntó Jeff.

―Quería hacerme cambiar de opinión respecto a la invitación que extendí a mi grupo de siete.

―¿Tan malo es que la incluya? ―inquirió Brent―. Porque digo, a mí no me molestaría tenerla como compañera en la mesa.

Todos rieron bajo, para no perturbar el silencio de la noche. Habían bebido durante la tarde y la noche, pero eran resistentes esos tipos. Apenas se les notaba.

―Os juro que tampoco me disgustaría ―reconoció Samwell―. Pero siete es el número de mis invitados y no hay nada en el mundo que me haga cambiar de opinión.

―Tal vez si uno de nosotros desestimara la invitación… digo, tal vez es importante para ella ―aventuró Brent.

―A ese punto quería llegar. No os voy a dar razones, pero sospecho que intentará llegarse con alguno de ustedes, puede que intente seduciros o cualquier artimaña que una mujer es capaz de hacer para conseguir lo que desea. De hacerlo, sería prueba de que muestra un interés insano por nuestra reunión y tenéis que negaros so pena de perder mi amistad de manera definitiva. Si os ofrece algo, tomadlo, pero no cedáis vuestro lugar en nuestra velada de Nochebuena. ¿Entendido?

Ninguno de los muchachos creía que Jade llegara al punto de embaucarlos u ofrecer su cuerpo a cambio de un asiento en la mesa de Samwell, pero no dijeron nada. Para ellos, la muchacha, que era de pueblo igual que ellos, quería formar parte de una velada digna de un rey como la que sin duda Samwell ofrecería, nada más. Con todo, se comprometieron a no ceder su invitación ni a Jade ni a nadie. Tampoco confesó nadie que procurarían conseguir los favores de la hermosa chica. Como ellas, casi nunca se veían en Villa Lago. So tontos sino hacían siquiera el intento de ganarla.

Pero Jade no intentó embaucar a ninguno de los chicos ni al otro día ni el 24, el día de la cena de Nochebuena. Sí que se vio la tarde del 23 con Adrien y la mañana del 24 con Jeff, que habían tomado en serio la misión de intentar ganarla.

Adrien consiguió que su hermanita menor fuera a casa del alcalde y diera un trozo de papel a Jade invitándola a ir al lago. La chica aceptó y esa tarde dieron un paseo en el bote del muchacho. Jade fue risueña y graciosa, alabó las dotes de marino del joven y le dijo que era guapo, pero nada más. Respondió con evasivas a sus insinuaciones amorosas y no mencionó para nada la noche anterior ni la cena con Samwell de la noche siguiente.

Por la mañana vio a Jeff dando vueltas por la plaza de manera que salió para saludarlo. Estuvieron rodeados de gente todo el tiempo, pues era un día de mucho trajín en Villa Lago, quizá por ello Jeff se contuvo en sus proposiciones y se consoló en charlar sobre mil trivialidades. Valga decir que Jade era un raudal de preguntas, que Jeff respondió de manera sincera, pues no le pareció que ninguna fuera maliciosa. Tampoco con Jeff mencionaron la velada en la taberna ni la cena de esa noche en la mansión Ronnel.

Llegada la tarde, la casi totalidad de la población se reunió en la plaza, donde cantó el pequeño coro de la iglesia, hubo diversas actividades y baile.

Samwell fue el alma de la fiesta, bailó con dos docenas de mujeres, incluida Jade, cantó con solemnidad los cantos religiosos y con efusividad los villancicos más alegres. Como no podía dar un obsequio a todo el pueblo, propuso diversas actividades para repartir los obsequios que traía, tales como: al de la voz más grave, el que pudiera hacer más aguda su voz, el que gritara más fuerte, el que fuera capaz de lamerse los codos y un sinfín de competiciones más, tan tontas como divertidas. Nadie recordaba una Nochebuena tan amena como aquella. Era una lástima que el viejo Samwell se marchara con su grupo de siete antes de las diez para su cena particular.

A pesar de lo mucho que habían llegado a querer al viejo, no fueron pocos los murmullos que se suscitaron a causa de su marcha. Se estaban divirtiendo tanto, era tan amena la fiesta, que no entendían por qué tenía que marcharse a su aburrida cena con su grupo de favoritos, a menos que no fuera cenar y tomar lo único que pensaran hacer. De todas maneras, la diversión continuó y pronto se olvidaron de la marcha de los ocho.

De los nueve, pues Jade se escabulló poco después.

Jade no había estado ociosa durante la tarde y la noche de la festividad. Había logrado charlar con los otros tres jóvenes del grupo, con André, Brent y Elvin. Con todos fue muy amistosa, hizo tantas preguntas como al resto y no mencionó la cena ni la posibilidad de que cedieran su invitación. También se reunió con las chicas, que fueron mucho más antipáticas que los hombres. Jade las entendía por lo que fue amable, era obvio que sentían envidia. Edna continuó antipática y apenas respondió a sus preguntas, mientras que Dora terminó bajando la guardia e incluso bailaron un rato. Dora se relajó tanto y se portó tan bien al final que… Jade sospechó algo.

Lejos del jolgorio de la celebración, la noche era apacible y fría. A medida que el calor de la diversión la abandonaba, el frío de la noche se metía en su piel, no solo ese frío, sino también el del miedo. Corría un viento suave y continuo, que se convirtió en un rumor cuando penetró en el bosquecillo. Del cielo pendía una media luna como un zarcillo, cuya luz apenas llegaba al suelo. El ambiente era ominoso, empero la curiosidad pudo más.

Al apostarse en la colina de la otra vez, los convidados a la comilona ya habían ingresado a la casona. No le sorprendió que las ventanas estuvieran tan cerradas como la ocasión anterior. Pese a ello, aprovechó las sombras de la noche para llegar hasta la pared y apostarse. No iba a ver nada, pero pretendía escuchar.

El festín no tuvo nada de extraordinario. Es cierto que, por las exclamaciones y pláticas de los asistentes, lo que se sirvió era de una exquisitez nunca vista en Villa Lago, a no ser en la mesa de los Ronnel cuando todavía eran ricos. Al parecer también circuló vino de la más alta calidad, seguramente traído por el mismo Samwell en su carruaje el día que llegó al pueblo, pero además de ello, todo discurrió como una comilona y borrachera como cualquier otra.

A las dos de la mañana, mientras en la mansión se sucedían las risas, bailes y charlas subidas de tono, convencida de que no ocurriría nada extraordinario, Jade optó por volver a casa de Berta Jones. No estaba decepcionada por no descubrir nada digno de mención. Todo lo contrario, estaba más intrigada que nunca y una certeza empezaba a cobrar forma en su cabeza. «¡Ah, qué hábil y rocambolesco es este tipo! Se está divirtiendo de lo lindo y entonces ¡BOOM!, todo explotará en la cara de esta pobre gente, con más crueldad entre los siete. ¡Debo impedirlo!»

Tenía que jugar sus bazas durante los siguientes días. Esa fiesta privada sin nada más tachable que la cantidad de vino que circuló era la confirmación de lo que había sospechado hacía mucho. «No quiso uno más, y estoy segura que no querrá uno menos. Y todo sucederá en Nochevieja, en una cena similar para despedir el año y recibir el nuevo. Con el matiz de que esta vez todo será diferente. Y todos tan confiados. Hay miles de formas de hacerlo, y escoger ésta, sólo es producto de mucha experiencia y una mente retorcida. Pero te detendré. Para eso estoy aquí.»

Cavilando sobre lo que debía hacer se alejó de la casona y regreso a la villa. La noche era oscura, pero ya no tenía miedo, estaba demasiado inmersa en sus pensamientos.

Continuará...

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