Lloró durante una hora en los escalones que llevaban el porche mientras recordaba esa terrible noche, esa noche en la que Kevan había muerto, devorado por un monstruo que en ese entonces creía era creación suya y al que había pedido con devoción que lo asesinara.
Recordó los tentáculos gelatinosos emergiendo por la trampilla, los vio rodear los tobillos de su hermano menor y vio al niño debatirse y gritar mientras era arrastrado a su muerte. También lo vieron sus padres, que llegaron corriendo alertados por los gritos. Luego llegaron los vecinos, policía y bomberos por último, pero en el sótano no había nada. Sólo los McGive habían visto al monstruo. Los demás los tacharon de locos. De manera que se mudaron. Al final la gente llegó a dar algo de crédito a la historia, llegaron a creer que la casa tenía algo raro, como un embrujo, pero no dieron crédito a la historia del monstruo del sótano que se llevó al pequeño y rebelde Kevan. Lo que sí cuchichearon fue que el hermano mayor lo había matado y que los padres habían inventado la historia del monstruo para proteger al único hijo que les quedaba. No lo había asesinado de esa manera, pero la forma no variaba el resultado.
Esa tarde-noche, entre llanto, Esteban comprendió por qué no habían encontrado al monstruo: porque este era la casa misma, se había fundido con el inmueble. En aquél entonces no lo tenía tan claro como ahora. Por eso la parecía que a veces la casa vibraba. Era el ser que la habitaba, que parecía responder a sus accesos de mayor emoción, especialmente cuando de odio se trataba.
Recordó la huida, la precariedad con que tuvieron que iniciar en la ciudad. Recordó las noches de pesadillas y la culpa. Las pesadillas y la culpa no desaparecieron hasta casi un año después, ayudado por un psicólogo, pero principalmente por un velo de olvido que su mente había forzado. Sólo habían quedado secuelas de un odio que surgía a la menor provocación, un odio que ahora entendía de dónde procedía, de un resentimiento pueril de una infancia que había quedado atrás hacía mucho tiempo.
En el momento que recordó todo y lo comprendió se sintió miserable, el único odio que sentía era hacia aquella cosa que se había llevado a su hermanito y había destruido una feliz infancia.
Comprendía con una claridad cegadora que toda su vida había estado marcada por aquellos meses tan lejanos en el tiempo pero que volvían para atormentarlo, y ya no tenía dudas de que estaba allí de nuevo, en esa casa, porque aquella criatura lo había reclamado. De alguna manera su vida estaba unida a la de esa criatura, era como si su presencia y su odio fueran la energía que necesitaba para vivir y devorar todo a su paso.
Porque otra cosa que había comprendido era que así como él se había hecho adulto con el paso de los años, la criatura que habitaba la casa también se había hecho adulta, alimentada por los hálitos de su odio que desde la ciudad volaban hacia ella. Ahora era más grande, más fuerte, más maligna y el daño que podía causar era mucho peor que al de hace cuarenta años. Entendía que cuando él dejó de odiar porque la vida dejó de importarle, lo llamó, lo trajo de vuelta para para devolverle esos recuerdos tan dolorosos y hacer que en su corazón afloraran todos los sentimientos insanos del mundo. Aquella decisión precipitada tomada en el sofá de su vieja casa no había sido cosa de un impulso repentino sino de una conciencia ajena a él.
Pero en algo se había equivocado la criatura. Los recuerdos de su tormentoso pasado ya no despertaban odio en él. Despertaron culpa y miseria, dolor y un hondo arrepentimiento.
Fue por eso que se puso de pie de un salto y subió al auto, compró unos bidones en la ferretería y luego fue a la gasolinera y los llenó. No sabía si quemando la casa terminaría con aquella criatura, pero lo haría. Quizá era una decisión precipitada, como la que lo llevó a esa casa, pero creía que si no se aprovechaba del torbellino que había en su cabeza, más adelante no tendría el coraje de deshacerse del único patrimonio que poseía.
R.R. lo vio aparcar el auto en la acera frente a la casa a través de la ventana de la suya, también lo vio bajar los bidones de gasolina, que aunque el olor no llegaba hasta su posición, habría podido jurar en ese instante que se trataba de gasolina, y también habría jurado saber para qué la quería Esteban McGive.
Eran las siete de la noche cuando Esteban empezó a rociar la casa. Esta vibró, no sólo un rumor como solía hacer, sino que se estremeció como si sufriera un escalofrío. A Esteban le pareció que era una reacción al miedo y convencido de que hacía lo correcto continuó bañando el inmueble con la gasolina.
Cuando hubo terminado de rociar por fuera, y como aún le sobraba un poco, entró a la casa por última vez. Rociaría el último poco en el interior de la casa y sacaría algo de ropa, el dinero que guardaba en la habitación, los documentos, tarjetas y cuentas bancarias y se largaría dejando una enorme antorcha a sus espaldas. No quería pensar en ello, porque sabía que si se detenía a pensar, se echaría para atrás y al final sucumbiría a los deseos de aquella criatura.
Dejó el bidón con los restos de gasolina al pie de la escalera. Se disponía a subir a su habitación cuando algo se enroscó en sus tobillos y tiró de él. Las manos acudieron prestas para amortiguar la caída o habría dado con la cabeza contra una de las gradas. No tuvo que volverse para saber qué pasaba. Era la criatura que iba a por él para evitar ser destruida.
La presión en sus tobillos se incrementó y él se aferró al barandal de la escalera para no ser arrastrado. Intentó patalear y tirar de él ayudado por la baranda pero la fuerza que lo jaloneaba era superior a la suya. Poco a poco los dedos empezaron a deslizarse, a soltarse. Al final un escalón fue al encuentro de su rostro y la fuerza de los tobillos lo arrastró por el piso, rumbo al agujero donde cuarenta años atrás desapareció sin dejar rastro su hermano.
Un último manotazo y su mano se aferró a algo que se arrastró con él. Era el bidón. Logró girar sobre sí para mirar aquellos tentáculos gruesos como troncos y los roció con gasolina, sin importar que esta también alcanzaba sus pantalones. Rebuscó en sus bolsillos, extrajo los cerrillos de seguridad que estaban aplastados y prendió uno. Hubo un fogonazo y al instante siguiente los tentáculos, gruesos y largos, se agitaban por el aire, golpeaban, el suelo, las paredes, los muebles. El mismo Esteban tuvo que revolverse en el suelo para evitar ser impactado por ellos.
Fue entonces que se dio cuenta que sus pantalones ardían. No sólo él, sino también algunos muebles y el piso donde había caído el resto de gasolina, las paredes ¡la casa ardía! Corrió hacia la puerta, atravesó la cortina de fuego y se encontró revolcándose en el césped del jardín, intentando apagar el fuego que en esos momentos había alcanzado también su camisa.
*******
Según le contaron, despertó a la noche siguiente en el hospital. Las quemaduras más graves las había sufrido en las piernas, pero se repondría. Su salvador había sido R.R., aunque más tarde se sumaron algunos vecinos.Un mes más tarde se enteró que el seguro se haría cargo de las pérdidas materiales y en seguida se pusieron a construir una nueva casa. R.R le guiñó un ojo. No sólo eso, también le consiguió el empleo prometido.
La mayoría del vecindario supo que él había provocado el incendio, pero no lo comentaron en oídos indiscretos. Entendían parte del por qué lo había hecho. Aquella casa a la que pocos se atrevían acercarse, que a veces daba la impresión de tener vida propia o al menos estar embrujada, por fin había desaparecido. Eso era suficiente para ellos.
Cuando pensó que al quemar la casa también quemaba sus últimos cartuchos de vida, descubrió que todo lo contrario, había adquirido una nueva vida. Una vida en la que por fin era feliz, unos vecinos que volvieron a ser cordiales, un empleo en el que su trabajo era reconocido, una novia que apareció en el camino y con la que iba a casarse. Pero sobre todo, tenía ganas de vivir, de disfrutar de la vida, de luchar por su sueños, y ahora sí, sin sentimientos de odio de por medio.
La humedad y las enredaderas nunca aparecieron en la nueva casa.
...FIN...
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Historias de terror ✔
TerrorSólo para los amantes del terror. "Historias de terror" es una colección de aterradores relatos llenos de suspenso y misterio donde todo puede pasar y no siempre es lo que parece. Los relatos son de una extensión más o menos larga por lo que cada h...