La enfermera (IV)

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Decir que mi vida se convirtió en una pesadilla, me parece que se queda corto. Mamá no quería escuchar ninguna queja respecto a Lizie. Mientras, Lizie no tenía ninguna intención de hacer mi vida más llevadera.

A veces, cuando Lizie dormía, yo la miraba. Me da mucha vergüenza admitirlo, pero miraba su vientre y su caja torácica subir y bajar mientras en secreto deseaba que se detuviera. En más de una ocasión fantaseaba con la posibilidad de cubrir su rostro con una almohada. Y habría podido hacerlo, ella era tan débil…

Algunas veces despertó mientras yo la miraba desde la puerta o sentada en un banquito que había en su habitación. En esas ocasiones se encogía y hacía intentos para situarse en el rincón más alejado de la cama. La primera vez que se me ocurrió me dije que era una tontería, pensé que lo hacía porque sabía que yo albergaba pensamientos asesinos.

Y no estaba equivocada. Nunca supe si leyó mi mente o lo intuyó, el punto es que en un dado momento me sorprendió con una acusación.

―Sé que deseas mi muerte ―dijo― y que hasta imaginas provocándola tú.

―¿Qué? No, ¡qué cosas se te ocurren, Lizie!

―No son ocurrencias mías, me lo dijo Betty.

Yo no conocía a ninguna Betty.

―¿Quién es ella?

―Una amiga. La única persona que me entiende y me quiere.

Sólo se me ocurría una posibilidad.

―Lizie, ¡tienes una amiga imaginaria!

Sonrió, una sonrisa horrible. ¡Dios, se estaba convirtiendo en la Lizie de mis pesadillas!

―Los amigos imaginarios no te dicen lo que piensa tu hermana ni saben cosas de tu madre.
―¿Y qué cosas pienso yo y qué sabes sobre mamá?

―Todo. Sé que te repugno y que me odias.

―Yo no te odio. Yo te amo, eres mi hermanita. ―Y era verdad, la quería, al menos al recuerdo de la Lizie que había sido.

―¡NO MIENTAS!

―¡Yo no miento! ¿Es por eso que me torturas?

―¿Eso te parece una tortura? Tortura es estar en mi condición, tortura es que te duela todo, tortura es sufrir día y noche y no entender por qué sufro mientras los demás disfrutan de lo lindo, tortura es que tengan que limpiar el culo porque se es tan inútil que ni eso pueda hacer, tortura es ver la lástima y el repulsión en los rostros de los que te ven, tortura es ver a tu propia familia odiarte, tortura es saber que tu madre es una ramera y ni ella sabe quién es mi padre, tortura es que mi hermana esté mirándome con lástima mientras desea mi muerte. ¡Eso sí es tortura, Alicia!

Era la primera vez que Lizie me hablaba con tanta vehemencia. ¡De modo que así era cómo se sentía! Pobrecilla. Pero también pensaba cosas, cosas que no eran así, cosas que no quería admitir que eran así.

―Yo no deseo tu muerte y mamá… mamá no es eso que dices.

―Lo es ―insistió―. Lo sé. Ambas lo sabemos, Alicia. De todas formas no importa, no estoy sola y pronto me iré de aquí, pero…

―No, no te irás ―Comprendía lo que quería decir Lizie―. Vas a estar bien, te recuperarás. ―Hasta a mí me supo a hiel la mentira.

Lizie lanzó una risa ronca. Me miró una última vez.

―Todo sería diferente si yo hubiera nacido primero. Betty dice que eso no es definitivo, ella sabe cosas.

―¿Era ella con quien hablabas la vez que te caíste? ―Sentí un frío anormal recorrer mi columna. ¿Si decía que sí? Yo había oído esa voz. Pero Lizie no me miró ni abrió la boca, de pronto estaba como ida.
*****
Nunca me volvió a hablar de Betty.  Ni yo pregunté por ella. No entendía bien a qué se refería con esa amiga que la comprendía y sabía cosas. El punto es que las sabía, sabía lo de mamá, cosas que yo había averiguado al oír chismorrear a los vecinos y comprobé quedándome despierta hasta que ella bajaba del auto de algún desconocido. ¿Cómo podía tener tal información Lizie que siempre estaba en cama?, ¿y cómo sabía lo que yo pensaba?, ¿cómo saber que tu enfermera desea tu muerte?

Estaba asustada y a la vez intrigada, otras veces me relajaba diciéndome que todo eran desvaríos de una moribunda. Pero…

¿Si estaba tan o más enojada con mamá que conmigo, porqué era yo la única que sufría sus desmanes?

Y es que durante las semanas que siguieron a aquella extraña conversación, yo esperaba que mamá sufriera de ese odio y venganza que pensé tenía reservada para ambas. No fue así. Con mamá siempre fue la paralítica que no paraba de agradecer los cuidados que aquella le procuraba. Conmigo, conmigo fue todo lo contrario.

Seguí siendo su enfermera, no, su esclava. La odiaba por ello. Una y otra vez intenté decirle a mamá que Lizie no cooperaba, era desagradecida y se aprovechaba de mí. Muchas veces la respuesta que recibí era una carcajada amarga, aderezada de decepción y furia.

―Por favor, Alicia ―dijo la enésima y última vez que me quejé―. ¿Cómo puedes hablar así de tu hermana que es un angelito? ¡ATIÉNDELA! Nada te cuesta y nada tienes que hacer. Incluso me ha sugerido que a veces le haces daño, como a tu hermana le pase algo…

Era claro que con mamá no iba a conseguir nada. Lizie la tenía ganada. Decidí no volver a poner queja. La que quedaba mal siempre era yo. 

Admito que Lizie me provocaba lástima, a veces ternura (estos sentimientos casi siempre venían a mí cuando ella dormía), pero haciendo honor a la verdad, casi siempre la odiaba. La odiaba por hacer de mí su esclava personal, la odiaba cuando usaba su voz cantarina y maliciosa para llamarme, la odiaba al bañarla, al llevarla al inodoro, al limpiarla, al hacer cargarla, al arroparla, sobretodo, la odiaba cuando me miraba: lo disfrutaba. Siempre me pregunté cómo podía disfrutar de mi desgracia cuando ella estaba peor.

Una vez, mientras me miraba y sonreía de esa forma horrible en que solía hacerle, se dignó a decirme:

―Menos mal que no soy tú.

No le respondí. Ya casi nunca le hablaba. Nunca intenté hacerle ver que a pesar de todo la quería, nunca intenté cambiar el odio que me tenía por amor. Me había propuesto resistir. Sabía que moriría cualquier día y entonces sería libre. Sólo tenía que resistir.

Nunca supe si mi egoísmo y falta de amor fue lo que al final desencadenó el trágico final que ocurrió.

¿Qué habría pasado si hubiera sido más humana con ella?

Continuará...

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