La enfermera (V)

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¡Oh Lizie, cómo te transformaste!, ¡Cómo me asustó ver en lo que te convertías!, ¡Cómo recordaba una y otra vez aquella antigua pesadilla en que andando de manera horrible pretendías abrir un boquete en la pared para atacarme! ¿Fue ese recuerdo el que me llevó a soñarte una y otra vez?

Mi vida con Lizie era una tortura, una pesadilla, desde hacía muchos días. Fue una auténtica pesadilla cuando empecé a soñarla. Bueno, ya la soñaba, pero no cómo las últimas noches.

Cuando el susto pasaba, y tras comprobar que Lizie seguía en su cama, seguía teniendo la sospecha de que era ella, a voluntad, la que me provocaba tan terribles sueños. Mi vigilia era una pesadilla, mi sueño estaba plagado de pesadillas.

En las pesadillas casi siempre estaba Lizie, y siempre era un monstruo horrible. Lo peor, lo peor no es lo horrible que se me presentaba en tales situaciones, lo peor era verla en la vigilia. ¡Era tan similar! La cabeza enorme y bulbosa, bulbos provocados por el crecimiento desproporcionado de sus huesos, la piel tirante allí donde las protuberancias amenazaban con romperla. Sus extremidades dobladas en ángulos imposibles que me provocaban escalofríos a pesar de estar con ella todos los días. ¿Cuál sería la reacción de alguien que la mirara por primera vez?

La pierna derecha se había doblado hacia delante y la izquierda se había torcido hacia afuera, apenas hallaba acomodo en la cama y no podía ir a ningún sitio a menos que uno la cargara. Tarea que casi siempre me correspondía. Y es que las salidas nocturnas de mamá habían vuelto, en esta ocasión con más asiduidad que antes.

Mamá continuaba trabajado en la maquila de día, y ahora también salía de noche. Estoy segura que lo hizo por necesidad, pero eso no hizo que la odiara menos. No odiaba que se esforzara por sus hijas, la odiaba por dejarme a cargo de la moribunda día y noche; la odiaba porque le creía a Lizie y no a mí; la odiaba por los desmanes y arduo trabajo que me ponía Lizie; sobretodo, la odiaba por oírla hablar cierto día con el médico que llegaba de forma regular a revisar a la paciente.

Hablaban en el jardincito de la propiedad. Yo me había arrimado a la pared.

―Me temo que Lizie tiene los días contados, y usted lo sabe. Con la atención y la medicación adecuada, podemos prolongar su vida un poco más, todo lo cual sería inútil pues su situación es irreversible. Por enésima vez  le pido que deje que la llevemos al hospital. Usted no tiene que sobrellevar esta carga sola, la ayudaremos y no le cobraremos ningún centavo.

―Ya sé para qué quieren a mi hija ―la voz de mamá era fría―. Y déjeme decirle por última vez que Lizie no será el conejillo de indias de nadie.
―No le haremos daño, sólo queremos ayudar. De los estudios que le realicemos podemos obtener valiosa información para el futuro.

―¡A la mierda el futuro! Es Lizie quien me importa, mi hija.

―Entonces hágalo por ella. En la clínica ya no sufrirá tanto y será atendida las veinticuatro horas por personal exclusivo.

―Ya imagino qué clase de personal.

―Sino por la paciente, hágalo por la mayor, por Alicia. ¿La ha visto? Está demacrada, las ojeras son más profundas que las de un juerguista que lleva en fiestas una semana, sufre crisis nerviosa y da la impresión de que se va a derrumbar de un momento a otro. Es demasiado para ella, no puede ocuparse todo el tiempo de una paciente cómo Lizie. ¡Es sólo una niña!

―Pues tendrá que hacerlo, para algo es la hermana mayor.

―Entonces corre el riesgo de perder a las dos.

Probablemente hablaron más, pero ya no escuché. En el cuarto de baño me miré en el espejo y comprendí que el médico tenía razón. Señor, ¿Desde cuándo tenía las mejillas tan hundidas y aquellos bolsones por párpados?, ¿serían acaso resultas de las pesadillas o por ser la esclava de Lizie?

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