Capítulo 3.

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Esperaron a que las chicas se fuesen y empezaron a bajar por la cuesta. Como tenían un largo camino e iban todos juntos, no tuvieron más remedio que hablar entre ellos. Porque ninguno quería malos rollos, y sobre todo ahora que iban hacia el orfanato y les podían castigar.

Un rato después, casi al llegar al orfanato todos se dieron cuenta de que habían estado conversando amistosamente entre ellos y sin malos rollos. Por aquella razón todos pensaron mucho durante unos minutos, hasta que Bruno rompió el incómodo silencio que se había formado.

—A mí hay una cosa que no me queda clara… —soltó de repente—. ¿Por qué si nos podemos soportar e incluso podemos tener una larga conversación como ahora, nunca nos hemos llevado bien?

—Pues la verdad es que no lo sé —respondió Daniel—, puede que porque nosotros siempre vamos de sobrados y no nos juntamos mucho a los demás. Vamos, igual que vosotros pero sin ir de sobrados.

—Razón no te falta —vaciló Alex llevándose un coscorrón y provocando unas cuantas risas.

Un rato después ya estaban cerquísima del orfanato, e iban bajando el volumen casi inconscientemente.

—En realidad yo sí sé por qué nunca nos hemos llevado bien… —confesó David para sorpresa de todos—. Yo nunca me he llevado bien con vosotros porque os envidio, os envidio mucho.

En cuanto dijo eso ya estaban girando la esquina dirección a la puerta del orfanato y Bruno susurró:

—Mañana ya nos explicas esa tontería, porque ahora mismo no le encuentro sentido.

Entraron por la puerta, que estaba cerrada, pero al parecer no suponía un gran problema para Pablo. Entraron y fueron silenciosamente a las habitaciones. Por suerte aquella tarde ya todos estaban preparándose para ir a la cama, y nadie notó su ausencia, ya que todos estaban demasiado ocupados en lo que estaban haciendo. Nadie quería retrasarse ni una milésima a la hora de ir a la cama por las consecuencias que podría traer.

Aquella noche ninguno había cenado, pero les daba igual, porque como se cenaba tan pronto, apenas tenían hambre. El problema vendría después: estar desde aquella hora hasta el desayuno sin probar bocado. Todos sabían que iban a pasar mucha hambre.

Cuando ya estaban a punto de meterse en la cama, Alex asomó su cabeza hacia la cama de debajo de la suya, eran literas, para poder ver a Bruno y decirle:

—Menudo día el de hoy eh!. Tengo que decirte una cosa… Creo que estoy pillado por Sara.

En aquel mismo momento en el orfanato de las chicas…

—Maider, te tengo que contar una cosa —dijo Sara—. Creo que me gusta… Bruno.

Alex estuvo toda la noche pensando en dos cosas. Una, en Sara. Su sonrisa, su olor, todo en ella le gustaba.  Dos, en cual de todas se habría fijado Bruno, tenía muchísima curiosidad. Por la mañana, al levantarse, Alex tenía unas enormes ojeras. Todavía quedaba un largo martes por delante.

—Buenos días —le dijo Alex a Bruno—, al parecer al menos tú has dormido bien.

—Buenos días —respondió él por su parte—. Pues sí, he dormido como un tronco. Se nota que claramente de ti no se puede decir lo mismo, lávate la cara a ver si se pueden disimular algo más esas ojeras.

Fueron juntos al baño a lavarse la cara, peinarse… La ducha, como siempre, la dejarían para después de las clases. Cuándo estuvieron preparados bajaron al comedor, pero Alex no pudo contener su curiosidad y mientras bajaban las escaleras le preguntó:

Sueña conmigo, por favor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora