Capítulo 17.

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No tuvieron que preparar muchas cosas más porque el plan de David era brillante, solo faltaba esperar al martes. Así que estuvieron juntos un rato más y después Bruno y David volvieron al orfanato y Alex a casa. Aunque les costó mucho hacerlo, porque todos sabían que aún quedaba una larga semana para poder volver a verse.

Lo que Alex ya sospechaba era que aquel camino para ir a casa iba a ser más difícil de lo que había sido al venir. Porque aquella vez el pie no le dolía, le ardía del dolor. Le saltaban los lágrimas incluso.

Los primeros cinco minutos de trayecto fue a la pata coja y más o menos los llevó bien. En los cinco siguientes agotó todas sus fuerzas y tuvo que sentarse porque era imposible apoyarlo.

Mientras estaba sentado se preguntó qué hora sería y cuando miró el reloj se llevó una auténtica sorpresa. Eran las ocho pero como cada vez dejaban más atrás el invierno y el verano estaba más cerca los días se hacían más largos. El tiempo aquel día había volado.

Alex empezó a hacer cuentas mentales que acabaron de la siguiente forma: “Si he tardado una hora en venir y con varios tramos esprintando y otros tramos andando ligero más luego el autobús que no ha hecho ninguna parada… Ahora que me arde el pie y no puedo esprintar y el autobús parará en la mayoría de los sitios, tardaré el doble de tiempo como mínimo” fue lo que la cabeza de Alex estuvo pensando mientras descansaba sentado en el borde del camino.

Si iba a tardar algo más de dos horas llegaría a casa a las diez. Además tendría que cenar, por tanto, probablemente iría a la cama tardísimo y a todo esto le añadimos que al día siguiente tenía que ir al colegio. La solución era que estaría agotado, realmente agotado.

Siguió andando a la pata coja, pero bastante más despacio. Cuando vio que quedaba solamente un kilómetro para el pueblo se alegró porque ya le quedaba menos de la mitad del trayecto. Aunque ya hubiera pasado media hora se alegró igualmente.

Alex no tenía ni idea de lo que haría al llegar al  pueblo. Podía hacer dos cosas, o ir a casa directamente o pararse en un bar o en algún sitio a descansar y pedir hielos para ponérselos en su inflamadísimo tobillo.

Lo que decidió al final justo cuando ya empezaba a entrar por las afueras del pueblo donde estaba el cartel con el nombre decidió qué hacer: Si el autobús tardaba mucho iría a un bar y si no tendría que aguantarse a llegar a casa. No podía perder más tiempo.

Aunque ya estaba en el pueblo tuvo que pararse otra vez más, porque aunque tan solo hubiese descansado una vez, había apoyado en varias ocasiones el pie inconscientemente y el dolor iba en aumento.

Lo peor que podía pasar si el dolor seguía subiendo era que se desmayara.

Cuando por fin llegó a la parada de bus no le dio casi tiempo a mirar si venía en el cartel porque apareció de repente y no le quedó otra que montarse. Había pasado una hora y estaría ahí metido unos cuarenta minutos fijo.

El bus apestaba y estaba lleno de gente. La mayoría eran granjeros que habrían venido a vender sus productos. La mala suerte que tuvo Alex fue que no pudo sentarse. Tuvo que estar de pie durante todo el trayecto. Aunque eso no fue lo peor. Lo peor claramente fue cuando uno de aquellos granjeros le pisó el pie.

Cuando por fin el bus llegó al pueblo de Alex había pasado una hora, entre que los granjeros subían y bajaban con sus mercancías habían perdido mucho tiempo. Estaba claro que toda la gente como Alex protestaría por ello.

Tardó quince minutos en llegar a casa, estaba exhausto y se quedó sentado delante de la puerta. Además del pie, le dolía mucho el estómago y la cabeza le ardía.

Se quitó los zapatos, no sin un esfuerzo sobre natural, y se empezó a mirar el tobillo que aparte de estar rojísimo estaba multicolor y muy hinchado. Aquello tenía que verlo su madre porque seguramente había empeorado algo. Llamó al timbre.

Sueña conmigo, por favor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora